Me abrazó en silencio muy fuerte durante varios minutos. Su respiración era temblorosa, juraria que lloró, aunque no puedo asegurarlo. Me agarró de la mano y nos sentamos en un sofá. Ella quiería que le contará todo, yo sólo podía hablarle de mis aburridas batallitas en la oficina. Me escuchaba con atención y no dudaba en regalarme una carcajada cada vez que yo intentaba hacerme el gracioso. Me dijo que me había echado tanto de menos...Me dijo que yo era especial, que nunca había conocido a nadie como yo. Me confesó que con nadie se sentía tan a gusto como conmigo.
Se levantó y me alborotó el pelo con un suspiro. Volvío de la cocina con dos cafés. Me preguntó por mi sueño. Y empecé a hablarle de mi novela. Me convenció de que era genial y de que yo tenía un don para la escritura.
Miró su reloj. Su rostro se volvío cruel. Mi informó de que sólo me quedaban cinco minutos. Y me preguntó si quería algo en especial. Negué con la cabeza, mientras le susurraba que todo había sido perfecto.
Pagué los ciencuenta euros y me marché satifecho con mi ración de amor profesional.