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Capítulo 5 - Abuela Melania I



Lito regresa, cabizbajo y abatido, a su piso de alquiler. Cornelio le espió todo el rato, con la fascinación que provoca en los fisgones las novedades, y se dio cuenta de que no sólo había sido su principal atracción del día, sino que también lo fue para Berta, la alérgica florista, y para el rítmico barrendero de nombre desconocido. Cuando le pierde de vista y oye sus pasos subiendo la escalerilla y la puerta abriéndose y cerrándose, siente una tristeza casi infantil, como si le hubieran arrebatado su juguete nuevo; sentimiento que le dura poco, porque, al cabo de unos instantes, empieza a escuchar golpes y movimientos que llegan de arriba, algunos bastante bruscos.

“¿Qué está haciendo ese desequilibrado?” Se pregunta mientras un pequeño hilo de polvo se precipita sobre el impoluto mostrador ante su aturdida mirada. Y es que su vecino está investigando en las cuatro diminutas estancias de su apartamento de alquiler. Por pagar la fianza había invertido casi el total de sus escasos fondos, y sabe que si hace aquello, la perderá definitivamente; pero está tan frustrado al no haber encontrado a Casio donde él pensaba que lo hallaría, que sus pesquisas le estaban sirviendo también para descargar su rabia y su desengaño. A duras penas mueve la enorme y antiquísima nevera color turquesa con mecanismo de palanca en la puerta, aunque pesa dos veces más que él. También levanta toda la moqueta del dormitorio y el parquet del salón, e investiga hasta el último recoveco del cuarto de baño, descolgando incluso el espejo botiquín de la pared. Pero el alojamiento, a pesar de ser viejo, estaba bien cuidado y había tenido alguna que otra restauración, y lo único que encuentra es una grieta en el azulejo que habían perforado para instalar la alcayata que sujetaría el espejo. Busca su caja de música, se coloca sus espéculos y la hace sonar una vez más bajo la resquebrajadura. Sin embargo, nada ocurre, igual que antes en la calle, lo que le resulta desbastador. No es que fuera un hombre poco persistente, o que perdiera la fe con facilidad… Es que estaba tan seguro de que hallaría a Casio donde él esperaba, que su fracaso le sentó como la caída desde un puente a un río helado.

Sale del aseo al salón y observa a su alrededor. Si el departamento era prácticamente diáfano cuando se lo entregaron, él lo había convertido en una especie de zona de guerra. Se sienta sobre el montón de placas de alfombra que había aglutinado en un rincón, y contempla la caja musical, acariciando su tapa, recordando la manera en que descubrió sus particulares poderes gracias a su querida abuela…

Cuando perdió la cabeza, aunque todos coincidían en que Melania ya no era la misma persona, Lito siguió visitándola con asiduidad, porque añoraba su compañía. Muchas veces ella permanecía en su habitación, y él se acomodaba a su lado en una de las butacas. Durante meses, esperó allí sentado a que la abuela hiciera algo, ansiando recuperarla. Se esforzaba en recordar alguna de las historias que inventaban y se las contaba, y ella decía alguna cosa sin sentido que hacía que los dos se carcajeasen. Era divertido ver cómo se le arrugaba más aún la cara cuando se reía. Llegó un momento en que, pasados unos años del diagnóstico inicial, la anciana ya no recordó ni siquiera su nombre, y preguntaba dónde estaban sus muñecas o qué habría sido de Cuco. Cuando esto sucedía, Lito sentía una tristeza que no podría expresarse con palabras, y sólo acertaba a decir “no te preocupes, abuela, ya aparecerá”. También pasaba mucho tiempo acariciando esa cajita de música, con su pequeña manivela para hacerla sonar. Un día le confesó que le gustaba, pero que no recordaba cómo se utilizaba. Lito la cogió y le dio cuerda. La tapa se abrió y empezó a sonar la música.

- ¿Ves, abuela? Es muy fácil, le das cuerda y suena, no hay más.

- No, no es así…- De pronto, su abuela sonreía y su mirada gris se llenó de vida-. No es así…

Sus ojos pasearon inquietos por la habitación, se detuvieron en el cabecero de la cama y volvió a sonreír, mientras cerraba la cajita y la atesoraba en su regazo. Lito entonces oyó a su padre llegar a la residencia para recogerle. Anochecía, así que se despidió y la dejó allí, mirando una rajadura en la madera del cabecero mientras musitaba “Cuco, mi Cuco, tengo tantas ganas de volver a verte…”.


Texto agregado el 19-05-2014, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


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