A JH

La tarde ya le empezaba a ceder espacio a la noche, iba quitando sus colores del cielo, cambiándolos, guardándolos atrás de los cerros para dejar que se vieran las primeras estrellas. Tú leías allá en tu casa, yo tomaba café. Cuando la luna salía de su escondite y volvían a vivir las sombras, tú cerraste los bellos ojos, yo escribí estas imágenes. Tal vez las escribí por la magia de tu mirada. De pronto sentí un escalofrío, cálido, porque me habías dado un beso, y supe que retomarías el paseo de las estrellas y los soles de otros cielos. Te imaginé en un palacio reluciente, en salones con cítaras y colores; te vi también caminando por ese muelle, acompañada de un sabio de mirada pacífica o visitando un antiguo convento y llevándome contigo. Me entregué al sueño y volteaste para acá, y al acercarte veía que algunas estrellas se quedaban en tu pelo y tu ropa. Vi tus ojos negros, te dije que los prefería a la bella luna; cuando lo dije volteaste a ver el horizonte y mil estrellas volaron de tus cabellos. La noche ya le cedía espacio al día, la luna otra vez se escondía, me besaste, la luz dorada bañó tu sonrisa y te fuiste en ese rayo de sol. Las estrellas que trajiste cayeron despacio en las calles mojadas. Una hizo cerrar los ojos verdes a un gato, otra hizo a unas niñas reír.