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Lo situaban en una poltrona con vista a la calle. La mayor parte del tiempo tenía entrecerrados los ojos mirando sus paisajes. Si los abría era para ver el correr de los claxon, las llamaradas de polvo o el parloteo de viejas gordas que regresaban del mercado. Por la tarde un ángel caminaba con vestido corto y moviendo con cadencia la cadera. Al verla un rayo lo cimbro desde la frente hasta la entrepierna. Tuvo un solitario temblor, y. se dijo “joder, estoy jarioso” |
Texto agregado el 17-05-2014, y leído por 449 visitantes. (9 votos)
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