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ROMANCE DE AMOR Y MAR.

Miras la silueta que te devuelve el espejo. El óvalo gigante de tu guardarropas devuelve una figura estilizada, esbelta cual diosa griega. Retocas el cuello de la camisa blanca que asoma por el escote, un recto tapado marrón enseguida cubre tu cuerpo. Con un medio paso de baile, giras sobre ti misma y acomodas la prenda que en la espalda quedó un poco arrugada.
Del perchero, descuelgas un sombrero de ala corta también de color marrón claro con una cinta negra como adorno rematada en un pequeño moño del mismo color.
Un último retoque a tu figura: breves gotas de perfume en ambas muñecas y detrás de las orejas. En el brazo una cartera marrón haciendo juego con el tapado y en la mano izquierda un par de guantes de cabritilla también en tono marrón.
Miras el reloj. La una de la madrugada. ¡Qué tarde se hizo para la cita!
Abandonas tu habitación, Celinda, tu mucama, ya duerme. Nadie te ve partir. Afuera, la semipenumbra de una calle de Mar del Plata te recibe, el martes veinticinco de octubre te recibe extendiendo sus brazos de sal y arena y en la silenciosa noche, tus pasos con el ruido de tus tacos, retumban con un llanto lúgubre y oscuro como la noche que te envuelve.
Miras el reloj nuevamente. Serás puntual a la cita.
En el cielo, las estrellas te invitan a soñar, sus brillos se entremezclan con tus ojos. Vas serena pero triste, vas valiente pero cobarde, vas con nuevas ilusiones pero temes a la suerte.
Atrás van quedando las luces del centro de la ciudad, el último farol de la avenida costanera perece que te guiñara un ojo asintiendo tu apuro por llegar al encuentro tan esperado.
Con un poco de temor por la hora y la escasa iluminación, tus pasos pasan frente al Club Argentino de Mujeres, lugar donde tantas veces viniste a leer tus poemas rodeada de amigos que verdaderamente te amaban. La escollera te parece una pasarela interminable, oscura y brillante de luz por ser quien sos. Diez, veinte, cien metros van quedando atrás y el corazón ya empezó a latir más fuerte. En ese trayecto, recuerdas que ayer a las diez de la mañana le enviaste a tu hijo Alejandro tu último poema, que con dudas le pusiste por título “Voy a dormir” sin saber que el sueño podría ser de una hora, un día o para siempre.
Y llegas el final de la escollera y sin vacilar te arrojas a mis brazos. Y yo te recibo gustoso. Extiendo mis salobres brazos y los transformo en un colchón de pétalos de rosas, las que tanto te gustaban, y caes en mis brazos mostrándome tu rostro impregnado de felicidad. Y yo te recibo, te acaricio, te beso, rozo tu piel al fin mía mientras tus cabellos caen en mis hombros cuando me abrazas plena, entregada por fin a este amor esquivo, que tantas veces supliqué y me negabas.
Sos mía Alfonsina, solamente mía.
Ya nada nos separa, me impregno de vos, me fundo en vos y vos sin reservas te entregas a mi pasión desenfrenada, a esta pasión que me negaste durante tanto tiempo y hoy por fin mi sueño se hace realidad. Vamos Alfonsina, novia mía, mujer mía, amante mía, recorre conmigo senderos secos bajo el mar, toca las algas y las medusas que forman un cortejo especial a nuestra marcha nupcial, mira tu vestido de novia reluciente, fosforescente y tu tocado de corales resalta aún más tu figura que al fin es mía. En tu pulsera, está feliz un hipocampo.
Únete a mí, toma mis brazos, mis fuertes brazos y vayamos a recorrer este mar que por fin es mío, tuyo, nuestro, de los dos.
Pero… qué pasó? En tu pié izquierdo falta un zapato. No importa, sigue caminando, ya no hace falta, si te cansas, te llevo en mis brazos.
Vamos Alfonsina, vayamos a recorrer la inmensidad salobre, seamos el uno para el otro, entrégate a mí en forma total, dame tu alma, tu corazón, toda tu vida.
Ya sos libre Alfonsina. Libre de amar, de amar sin medidas porque yo no tengo medidas y al entregarme a vos lo hago con mi totalidad. Soy todo tuyo, todo para vos como siempre lo soñaste, como me lo decías en muchos poemas que escribiste para mí. Une tu aliento al mío, respira mi aire encerrado en cada ola por milenios, acaricias mis brazos y mis manos que son miles. Ellos te rodean, te palpan, te abrazan y siento que te estremeces.
Suéltate… sos mía… goza plenamente de este encuentro maravilloso. Gime de placer.
Pero… qué ocurre? Ven, no me dejes, no me sueltes las manos, quédate conmigo. La arena no será al apropiado colchón nupcial que necesitamos, no te dará todo el loco amor que pienso darte. Ven Alfonsina, no me dejes…

A las ocho de la mañana del martes 25 de octubre, dos jóvenes, Atilio Pierini y Oscar Parisi, obreros de la Dirección de Puertos encontraron a doscientos metros de la playa La Perla algo que flotaba. Se acercaron y era el cadáver de una mujer. Sobre la escollera, encontraron uno de sus zapatos, que seguramente se enganchó con los hierros al arrojarse al mar.

Texto agregado el 15-05-2014, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
16-05-2014 Bello cuento, con ese trágico final. Era el mar quien tanto la anhelaba? siemprearena
 
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