El Luchador


Su contrincante se lanzó al ring como si fuese un cachalote blanco con el mismísimo capitán Ahab adosado a su costado. Al ver tal determinación, pensó, en ese ínfimo instante, que no tenía chance alguna de vencer, por encontrarse absoluta e irremediablemente perdido.

- Hace mucho tiempo que dejé mi ser abandonado en las orillas de la inconsciencia; ya he olvidado quien soy y realmente no me importa. Mi voluntad pasta mansa y plácidamente en las praderas de lo que algunos llaman paz; por estos campos desolados ya no sopla el viento tormentoso – concluyó como si hubiese estado meditando durante horas en una larga caminata y, presto a recibir el primer golpe, quiso desaparecer mágicamente de ahí, sintiendo a su vez un profundo miedo; pero no al golpe: no le temía a los golpes, ni a las consecuencias de ellos, ni a la derrota que la combinación de ellos conllevaría.

Un enjambre de preguntas lo acorraló contra las cuerdas: ¿Si pudiera desaparecer, desaparecería? ¿Así, sin más? ¿Para qué voy a ir más lejos? ¿A dónde voy a correr? ¿A dónde voy a ir? Y vio al cachalote blanco que lo miraba con su enorme ojo inquisidor, como si éste tuviese las respuestas a todas sus preguntas.

- Donde sea recibirás los mismo golpes, donde sea sufrirás derrota tras derrota; tu miedo radica en la perdición, en el escape - y al comprender esto, cayó derrotado en la lona sumido felizmente en su victoria.