“Cuarenta Lunas”
Capítulo I
“Buenas Noches Hana”
Llegar a los cuarenta no es fácil y menos si la mayor parte de tu vida ha transcurrido detrás de un vaso de alcohol y entre camas de hotel, definitivamente para nadie es fácil llegar a los cuarenta pero para Hana esto había sido un milagro discreto, le gustaba llamarlo así porque era de esos momentos únicos e irrepetibles que solo aquel que está predestinado a vivirlos es capaz de vislumbrar un poco de todo lo que encierran detrás de ellos. Hana era una prostituta que trabajaba en una calle como cualquier otra calle, que cobraba lo que cualquier otra cobraba, que en la cama hacía las mismas cosas que las demás hacían y por supuesto que tenía los mismos sentimientos y sueños que cualquier otra mujer que cumple cuarenta años. Probablemente a estas alturas se preguntan qué es lo que tiene de especial Hana para dedicarle estas líneas, tal vez para ninguno de ustedes tenga la más mínima importancia la efímera existencia de Hana en este mundo y los comprendo pues para mí su existencia también me tiene sin cuidado, por lo cual lo más probable es que estas líneas terminen consumidas por el olvido, de hecho deseo que esto suceda pues es lo que Hana hubiera querido.
No sé cómo empezar a contar esta historia pues ni siquiera estoy muy seguro de cuando comenzó ya que los primeros compases que la entretejen se tocaron ya hace mucho tiempo y solo se de ellos gracias al puñado de palabras que Hana recordaba sobre lo que su mamá le contaba, no es mucho sobre esto pero si lo suficiente como para que pueda ser contado, en este punto transcribiré literalmente una por una las palabras que Hana dejaba escapar por su boca.
Sabes, nunca he tenido muy claro cómo murió papá, mamá nunca me lo conto y siempre quise saberlo, lo único que se dé él es que fue un doctor importante y exitoso pero como te digo mamá no me conto mucho sobre de él. Al terminar la frase su mirada se extravió y dejo de existir en el presente, su ausencia era tan grande que sus ojos se convirtieron en dos enormes fosos negros y profundos, tan profundos que parecían robarse la luz del lugar; comencé a sentir como todo a su alrededor quedo en penumbras hasta que solo ella y yo existíamos pero de repente ella también fue consumida por las llamas de su propia obscuridad, fue en ese momento cuando supe que la ilusión se extinguió dentro de ella dando paso a la perpetua melancolía y desesperanza. Ahora que lo pienso esto dura más que unos escasos segundos pero cuando Hana volvió en si parecía diez años más vieja aun así saco fuerzas de sus deteriorados huesos y extinguió su sed con el tequila que le quedaba, al terminarlo golpeo de manera violenta la mesa con su caballito y pidió uno más, volteo a mirarme y me percate que todo lo que había sentido era real, pues sus ojos ya no reflejaban nada ahora eran unas simples cuencas vacías pero a pesar de eso tome sus manos entre las mías y las apreté tan fuerte como pude, mi intento fue en vano pues era demasiado tarde para salvarla la muerte ya comenzaba a rondarla.
Al terminar la segunda ronda de tragos pague la cuenta nos levantamos y comenzamos a deslizarnos por entre las mesas hasta que la luz de la luna golpeo su rostro, continuamos caminando con rumbo indefinido solo nos habríamos paso entre las penumbrosas calles, al alejarnos la música del lugar dejo de zumbar en el ambiente; hasta que todo quedo en silencio y de cierta forma lo prefería pues no sabía que decir o que preguntar, caminamos unas cuantas calles más y Hana cada vez se veía más relajada hasta el punto que me hizo olvidar por un momento el suceso de hace unos minutos, cuando llegamos a una esquina del centro de la ciudad Hana soltó mi mano y se despidió de mi con un nos vemos mañana donde siempre, trate de atraparla con mis manos pero hábilmente se escurrió entre mis dedos me sonrió y hecho a correr, me quede parado sin mover un musculo observándola hasta que se perdió de vista y solo en ese momento pude atinar a decir buenas noches Hana. |