En ocasiones solía acompañar a los klogs, majestuosas bestias de mi región, muy parecidas a los krugas de las montañas altas de Prausaás, pero un poco más toscos en su osamenta y ligeramente más pesados. –Tienen aspecto de mal vivientes voladores- decía mi madre; y es que en su apariencia, nada les ayudaba que sus alas absorbieran el polvo de las tolvaneras que enfrentábamos para llegar a casa; mucho menos su plumaje, que se volvía quebradizo por el exceso de sol. El hecho es que acompañaba a los klogs en sus vuelos. Gracias a ellos, fui desarrollando mi oído, porque con ellos volaba cuando no había sol. Sólo los sabios y vetustos grievs reconocen que las tierras duran lo mismo con sol que sin él. A mí me parece que las sombras duran más. Por lo menos tres veces más.
Una vez, en pleno vuelo, conocí a otra phyga.
-¿Hacia dónde te diriges?- me preguntó
-A donde me lleve la entraña
-¿Vas por comida?
-No, voy con mis amigos
-¿Los sientes con la entraña? Pensé que sólo las tempestades y la casa podían oírse
-No- Le dije a la joven phyga -También los amigos, ya que la casa sólo se siente más fácilmente cuando en ella te espera alguien-
-Es cierto
Comencé a creer que en realidad su entraña me había llevado hacia ella y que la mía, la había llamado. Volamos juntos hasta que el sol adquirió su color blanco y todo a nuestro alrededor también. Después ella cambió su rumbo, “A casa” me dijo y yo me quedé un rato en soledad, hasta que un par de klogs, amigos de antaño, se me unió y me convidaron a su morada. El habitáculo era amplio y dos klogs mayores esperaban nuestro arribo con un festín de mudojos. Hacía tanto tiempo que no probaba mudojos... Su consistencia es como su vida misma. Escurridiza, tibia y blanda. Estas criaturas no son móviles, aunque tienen entraña, como nosotros; nacen de pronto, después de la lluvia que sucede al llegar a las sombras y mueren cuando el sol se pone blanco, como cuando nos separamos Ennic y yo antes de llegar a este festín. Al llegar la sombra, uno de los klogs mayores me dijo:
-Te sentí con más fuerza hasta antes del sol blanco, luego pensé que ya no te oía, hasta que te uniste a mis sobrinos
-Venía con otro phyga, pero nos separamos cuando empezó el sol blanco
-¿Otro phyga? Pensé que eras el único que volaba en las sombras- Dijo el klog mayor, y sonriendo, añadió -Ha de ser hermoso ver ocho alas negras en parejas de cuatro, moviéndose en la luz-
-A mí me gustó su garfio- comenté con cierto descuido
-¿Tiene garfio? ¡Entonces es de los bosques de Vuan!- dijo emocionado el klog consciente de que mi hallazgo era algo inusitado y agregó -¡Tienen el oído fino y no confunden nunca su casa!- A lo que pensé con tristeza que Ennic sólo se había acercado a mí por curiosidad. Por un momento llegué a pensar que le había agradado.
***
Sucedieron muchas sombras más y muchos vuelos, algunos accidentados pero en general igual de intrascendentes, hasta que, en una ocasión, volando ya cerca de Prausaás, conocí a un kruga que me halagó el vuelo. Yo nunca había tenido trato con ninguno de estos seres, hasta que lo conocí. Su aspecto frágil y delicado me hizo sentir cómodo. “Un kruga se fijaba en mí al poco tiempo de conocernos”, me dije, y pensé que sería interesante volar a su lado. Volar como los klogs me habían enseñado: Aprendiendo de uno mismo en el vuelo, llegando a casa de alguno; alguien estaría esperando a los viajeros. Porque antes de viajar, uno se enseña a ser anfitrión con los klogs. A veces uno era anfitrión y en otras, huésped. En las mejores ocasiones, habría mudojos para compartir; las otras, en que ni un gruile había para convidar, siempre quedaba la alegría de ser uno anfitrión, y otro, el invitado.
Contrariado por mi modo de ver las cosas, el kruga comenzó a decirme que ese era un modo de vagos, que mis alas eran muy hermosas y delicadas como para andarlas exponiendo a tanto peligro, y que era mejor realizar una labor, que en Prausaás eso se llama servicio y que es muy bien visto en la localidad. De este modo empecé a realizar servicio. Mi labor consistía en recolectar mujades. Unas pequeñas criaturas de lento andar y sabor más o menos grato; no obstante, ningún kruga parecía complacido con el servicio que brindábamos. He de decir de paso, que sólo a ellos les está permitido en Prausaás volar alto, ya que son los encargados de vigilar el correcto cumplimiento de los servicios, los cuales en ocasiones se convierten en molestas obligaciones para los klogs, phygas, y otros tantos seres que se encuentran como prisioneros en Prausaás.
Ahí aprendí que el rumbo en busca de mujades debía ser siempre el mismo, y que a este rumbo fijo se le llama itinerario; que repetirlo de modo constante se llama rutina, y que la rutina es la madre del cansancio. El cansancio es algo así como volar sin poder oír a ningún amigo; como no tener entraña, como estar vacío. “Sólo el vacío puede provocar miedo”, me dijo una vez un anciano griev. El recordar estas palabras en medio de la rutina, me hizo sentir de nuevo mi entraña, y siguiéndole la intención, me perdí en la espesura de las nubes que rodean las montañas de Prausaás.
Me alejé sin más rumbo que el que me dictaba mi oído. Atravesé el desierto helado de Xor y por fin llegué a un pliegue en hondonada que hacían unas montañas, en medio del cual se veía un bosque de aristas, cerca del cual caí rendido y perdí el conocimiento. Una vez más las sombras llegaron, y con ellas un pequeño mudojo que recogí para guardarlo antes de aparecer el sol. Me lo pude haber comido, pero recordé que podía llegar muy pronto a donde mi entraña me guiaba, y posiblemente le gustaría al anfitrión un obsequio para compartir.
Volé bajo por el bosque, procurando no lastimarme. Cuando llegué al centro de éste, en donde había un claro, las sombras habían llegado nuevamente. Sin embargo, en el claro todo estaba tenuemente iluminado. La tierra era muy blanda, y en el centro del claro, había una fosa de donde emanaba luz. Yo quedé maravillado por la luz y por el lugar entero. Estaba yo tan dentro de mi contemplación que no advertí el momento en que llegó Ennic, quien presentando su garfio me saludó:
-¡Qué bueno que llegaste Saab!
-¿Aquí es tu casa?
-No
-¿Vienes por comida?- Le pregunté mostrándole el pequeño mudojo que había guardado.
-No- me contestó con serenidad, y agregó con alegría -Sólo te estaba esperando. |