Las salidas en familia: ausentes sin aviso.
No sé si por una cuestión económica o que mi padre andaba solo en sus juergas. El anuncio provocó las emociones más encontradas con unos cuantos días de anticipación. No es que la cuestión pasaba por ser pobres o muertos de hambre, simplemente que en nuestros eventos los únicos momentos de festichola ocurrían en el ámbito familiar o en las casas de los amigos de mis padres.
La noticia nos sorprendió, parecía venida de la familia Ingalls, y no era para menos: Festejar el aniversario de casados con un almuerzo compartido con todos los hijos en un restaurante paquete, la pucha parecía vida de ricos.
Claro que mi viejo no era un buen marido, pero alguna vez tenía que hacer buena letra. La posición económica era buena, fue abogado juez y otros lares, pero a la hora de repartirla en diez hijos las monedas se contaban. Nos despertábamos rogando que no fuera un sueño.
Pero el día llegó, en el famoso restaurante italiano de un amigo de mi padre, sentados como marcianos empezamos a pedir, todo, y más, a la hora del postre agregué helado a mi ensalada de frutas, no sin antes consultar con papá, con una sonrisa de aprobación nos veía disfrutar, y mi madre, la pucha, la reina de las reinas, rellena de felicidad.
No supimos el monto de la cuenta, solo sé que no se repitió, no hizo falta, seguramente en mi vida y la de mis hermanos está presente como un recuerdo muy lindo, nada menos que el día que fuimos caníbales felices.
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