“Cuéntame el cuento del árbol dátil de los desiertos
de las mezquitas de mis abuelos…” Fragmento de la canción: Contamíname de Pedro Guerra
Todas las sociedades, no sólo las contemporáneas sino las que ha venido conformando el ser humano a través de su milenaria historia, han tenido o han querido emprender migraciones; esto, sin lugar a dudas ha marcado su idiosincrasia a niveles que no son nada sutiles y que van modificando sus características originales.
Consciente de esta realidad, es más, orgulloso de tener una cultura propia, única producto de su proceso migratorio personal, el escritor Amín Maalouf, reflexiona en este ensayo, sobre hacia dónde debería tender una humanidad cada vez más mezclada.
En medio de un escenario bastante preocupante que el autor describe de manera apasionada, casi horrorizado, Maalouf propone, en la que ya es su línea ideológica característica, la armónica convivencia de las distintas culturas que comparten no sólo territorio, sino nación.
A lo largo de los cuatro capítulos que conforman el libro y partiendo del concepto de “Identidad” que define como una característica individual que hace de cada quien una persona única e irrepetible, producto, claro está, de una serie de vivencias, o mejor, convivencias que han ido conformando su identidad particular, el autor se pregunta constantemente sobre las causas que motivan la no aceptación del otro con su propia forma de ser.
Como es previsible, habla del acto migratorio donde muchas veces existe un choque con la cultura de acogida, agravado por el hecho de que cuando nos vamos, sentimos que debemos llevar con el equipaje todo lo que conforma nuestra cultura. Sólo así no nos sentiremos “traidores”.
Poniéndose él mismo como ejemplo, propone una sana tolerancia donde tanto la cultura de acogida como la migrada se impregnen la una de la otra, lo que les llevará a comprenderse y por lo tanto, respetarse mutuamente.
Reconoce el momento de intolerancia que vive la religión musulmana pero, valiéndose una vez más de la historia, recuerda que cuando convivían judíos, cristianos y musulmanes bajo el gobierno de estos últimos, eran tiempos de paz.
En cuanto a la modernidad, afirma, se ha convertido en patrimonio de occidente y de la religión católica, en símbolo del bienestar y esto genera cierta sensación de exclusión en “los otros”, los que no son occidentales, los que no son ricos. “Por eso no es de extrañar que algunas personas enarbolen los símbolos del arcaísmo para afirmar su diferencia”, dice “todos los seres humanos deberíamos poder apropiarnos de la modernidad, en lugar de tener que pedírsela prestada a otros” sentencia.
En la misma línea piensa que este “fenómeno” de mundialización acelerada provoca una necesidad de reafirmar las identidades que encuentran en la religión su máxima fortaleza a pesar de que “suele concederse demasiado valor a la influencia de las religiones sobre los pueblos y su historia, y demasiado poco a la influencia de los pueblos y su historia sobre las religiones”, explicando que la clave de la hegemonía actual de la religión católica, está en que occidente ha ido evolucionando, adaptándose a la modernidad, arrastrando también a la religión que le es propia.
La tensión entre oriente y occidente se manifiesta como una tensión religiosa pero lo que en verdad sucede es que oriente no quiere, no desea “vender” su cultura, su tradición para ser moderno.
La modernidad ha traído con sigo no sólo los derechos humanos sino también la tendencia a la mundialización, a la uniformidad amenazando seriamente aquellos sutiles elementos que componen la identidad propia con las consiguientes reacciones de defensa de la misma.
Acude al recurso de la reciprocidad como única forma de armonizar la convivencia. Adoptar una cultura universal sin llegar a anular aquellas características que son esenciales en la propia identidad.
Especial tratamiento le merece el tema de la lengua autóctona de la cual el autor se declara firme defensor, no sin aclarar que en el escenario internacional donde se hacen los negocios se requiere una especie de lengua común, indudablemente, el inglés. No obstante, Maalouf resalta la importancia de que sigamos expresándonos en el idioma que nos es más cercano aquel en el cual podemos nombrar nuestros sentimientos, rescatando y protegiendo así aquello de la cultura propia que nos es más entrañable pero asumiendo el desafío que nos plantea, a nivel competitivo este nuevo panorama mundial globalizado.
Refiriéndose al caso europeo, donde la cuestión de la identidad nacional se plantea como algo mucho más complejo por cuanto es la sumatoria de estas diversas identidades incluidas sus pertenencias linguísticas y religiosas, el autor propone que la reivindicación de la cultura europea no deberá bajo ninguna excusa, implicar la desparición de la cultura alemana, francesa italiana, griega o española pues es a partir de éstas que se concibe la idea de Europa. El debate está abierto.
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