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...En esto consiste la sabiduría: el que tenga entendimiento, calcule el número de la bestia, pues es número de un ser humano: seiscientos sesenta y seis…
Revelaciones 13:18


FIN COMÚN

Cuando sus párpados se retiraron de la superficie ocular, dejaron pasar un haz de luz que se refractó a través del cristalino; los fotones refractados (dispersos) fueron el estímulo para que sus “conos” y “bastones” (como cariñosamente llamaba a las terminales nerviosas sensitivas de su nervio óptico, desde su educación primaria) interpretaran sombras, formas y colores.
Los colores del amanecer que entraba por su ventana contagiándolo de una inusual sensación de angustia y abandono. De soledad. De rencor acumulado a través de los siglos.

¿A través de los siglos?

Esto era algo extraño en su sensación. Ya que estaba seguro que había mucho acumulado a través de los siglos.
Pero Joaquín sólo tenía veintidós años. Y estaba completamente seguro que sólo veintidós años podía tener porque no creía en vidas pasadas o nirvanas o como se llamen esa clase de inventos que la gente ignorante adopta para sentirse cobijado ya sea de la muerte o de sus actos perversos.

Claro. De esos actos perversos exactamente era que tenía rabia. Y de que lo habían atado.

La tía Cristi llamó a Monseñor para contarle que su querido sobrino consentido estaba poseído y le practicaron un exorcismo.

Retomó la amabilísima sensación visual y recordó una canción que le canturreaba una antigua novia “…Ver lucir en el centro de un lunar, el contorno a contraluz de tu cuerpo…” Entonces él le preguntaba -¿En el centro de qué lunar?- Y ella contestaba preguntando invariablemente -¿La pupila?- Y entonces el volvía a preguntar -¿De quien?- -Tus tecnicismos me matan Rubén…- Ahí se detenía el recuerdo, porque no pudo negar que él se sentía identificado con ese recuerdo, pese a que su amorcito del alma trovadora, fanática de Mauricio Díaz “El hueso” le decía “Rubén” y no “Joaquín” como él sabía que se llamaba.

O es que en realidad no se llamaba así.

Entonces trató de conciliar el sueño y esperar la decisión de alguna disposición espiritual de “Su eminencia” o de su tía Cristi.

Visualizó lentamente en su sueño algo parecido al lugar donde había pasado su infancia. Un suburbio impersonal. -Satélite- Dijo dormido. La cámara registraba sus movimientos y tras el monitor, la doctora Fernández explicaba a los residentes, internos y estudiantes de psiquiatría cómo se comportaba el cerebro cuando se está disociando de la realidad.

-¿Qué es la realidad?- Preguntó Camila, con aire bobo, tratando de hacerse la ingenua
-Para fines prácticos, queridos educandos- Dijo sonriendo la Doctora Fernández -Será lo que por consenso todos estemos de acuerdo que percibimos-
-Y como no hay consenso con che Fede, este tío está deschavetado- Alcanzó a susurrar Teo para el clandestino regocijo de sus compañeros
-Ya te dije Teodoro, que no permitiré de ninguno de los que estén a cargo mío, un mote o sobrenombre a ninguno de los pacientes- Corrigió indignada la doctora Fernández -Y si, la falta de consenso con lo percibido o aceptado como percibido en la generalidad de esta población humana, es lo que lo tiene a Fede soñando con ansiolíticos.
-¿Qué sueña un cerebro así?- Se escuchó como murmullo

Fede se dio poco a poco cuenta que el día en realidad no había transcurrido. El sol había realizado su trayecto mucho muy lentamente. Todos los relojes estaban como trabados y no avanzaban del segundo en el que estaban. Como si hubieran sido sincronizados en las seis horas con seis minutos, para no avanzar más después. Sólo el segundero que partía del doce con extrema dificultad alcanzaba el siguiente segundo. Caminó tratando de no pensar en algo que le llevara a conocimientos que no tenía o no podía comprobar y comenzó visitando a los vecinos de los departamentos contiguos.
Automáticamente una puerta se abrió al tocar y la chica le invitó a pasar. -Perdona que no te invite algo, pero Gustavo, mi marido no para de comer, come y va al baño y eso es todo lo que hace, como si su digestión y su hambre fuesen eternas- Comentó con ligero tono de burla. -Creo que tendré que ir a la tienda por algo porque acabará con todo lo del refri y la alacena- Fede se intrigó un poco porque no parecía preocupada. Se ofreció a acompañarla y cuando bajaban las escaleras, se encontraron a un señor que subía ligeramente apurado. Cuando llegaron a la calle los alcanzó. Y de inmediato se regresó diciendo -Llevo incontables veces que me regreso tratando de corroborar si algo se me olvida y luego recapacito que traigo todo para la oficina y regreso y vuelvo a titubear…-

Alcanzaron a escuchar mientras avanzaban en dirección opuesta.

Claro, porque si no hubiera tiempo, las acciones cerebrales previas a la pérdida de continuidad espacio-temporal harían funcionar a los cuerpos con las órdenes autónomas correspondientes a los ejercicios voluntarios. Como en el caso de comer y el peristaltismo. Incluso la de titubear y regresar por un olvido para luego rectificar. Como si en el video de nuestras vidas, hicieran un leve scratch de D.J. en una escena específica.

La criada se sobresaltó y de inmediato corrió a notificarle a Doña Cristi que el niño Joaquín había comenzado a proferir esas palabras raras. Y a hablar con una voz y un acento que no eran propios de aquella región, ni de toda la Nueva España.

Para su buena fortuna, aún se encontraba Monseñor, ante quien se arrodilló dándose golpes de pecho y tomándole la mano para besarle el anillo con ansiedad inusitada. -Sosiégate Camila o tendremos que amarrarte igual que a Joaquincito, inquietas a Monseñor- Interrumpe Doña Cristina, y el clérigo incita a la tranquilidad -Levántate muchacha, y si tienes miedo, puedes retirarte a tu habitación, pero no alarmes de más a la señora. Yo te bendigo…-
Después de persignarla Monseñor, Camila se marcha y deja a solas a la señora Cristina y a Monseñor -Ahora que Joaquín está imposibilitado, nadie se entrometerá en nuestro negocio- Dijo éste -Le cuento, su eminencia, que son los niños mas dulces y tiernos que puede usted comprar…- Contestó la doña de la casa.

Porque no hubo nunca un inicio de la perversión. Todas las expresiones son manifestaciones relativas de las sociedades. Los hombres, una vez cuestionadas sus existencias, sólo creen que tienen que pasar el tiempo antes de morir y se inventan en un afán lúdico, búsquedas científicas, artísticas, teológicas o cosmogónicas de su origen y su destino en el universo.

-A ver, repite eso- Dijo Alexa
-¿Qué?- Preguntó todavía adormilado Juan (a quien los nombres Joaquín, Rubén y ‘Fede’ no le resultaban ajenos del todo)
-Eso de pasar el tiempo- Pidió ella
-El tiempo no pasa, nosotros pasamos en el-Contestó Juan apesadumbrado pero aclarando
-No, tú dijiste que el hombre cree que tiene que pasar el tiempo…- Dijo refunfuñona Alexa incorporándose del arrumaco que ya tenía tiempo con Juan en el sofá. El monitor de plasma ya había dejado de emitir estática y había iniciado el modo stand by, desconectando automáticamente las emisiones y actividades del teatro en casa no obstante, un rumor sordo se percibía en el ambiente.
-Claro, el hombre promedio, piensa en el tiempo como una línea que hay que seguir, o que hay que ir construyendo. Cuando el tiempo y el espacio son conformaciones semejantes a las proteínas globulares, con ramificaciones que se relacionan entre si, de modo que cuando se interconectan por propia voluntad estamos más cerca de nosotros mismos en cualquier variable de cualquier universo posible, haciéndolos posibles todos a la vez. Diferentes épocas, diferentes espacios, mismas personas interactuando unas y otras-
-¡Cálmate Asimov!- Dijo descalificando Alexa
-Bradbury-
-Asimov-
-Bradbury es el del cuento del “Dragón”…- Quiso aclarar Juan
-Si, lo sé, pero lo que dices, está más cerca del cuento de Asimov, “Recuerdo Perdido”. Si el tiempo fuera como dices, cuando el humano se encontrara consigo mismo en todas esas circunvoluciones espaciotemporales sería energía, no materia, como en el cuento de Asimov…- Dijo tratando de explicarle a Juan que ya había vuelto a la calma. -¡Lo que me faltaba! Esta discusión fue a medias, porque el sonso no estaba despierto, me contestó sonámbulo.- Dijo mirando su rostro y queriendo ser toda una hipnotista consumada de estereotipo, agitando las manos, sentenció -Ahora duerme y sueña una realidad alterna en donde se cumpla ese momento en que el hombre se encuentre volviéndose energía…-

Todos los sucesos aparentemente pertenecían a los de cualquier amanecer salvo, que si se pudiera medir el tiempo, ya habrían pasado más de seis horas. El día en realidad no había transcurrido. Pero era verdad. Salvo por la inercia de los habitantes de la ciudad que hizo caso omiso de las señales, e incluso de sus relojes, que se provocó esa escena tan memorable. En serio el tiempo estaba perdido. No como cuando se ocupa uno en intrascendencias o diversiones y se dice que se está “perdiendo el tiempo”. Esta vez el tiempo hacía que cualquier teoría de física cuántica se invalidara en ese mismo instante en que sucedió todo. O mejor dicho, en que empezaron a dejar de suceder las cosas, porque ahora todas se empezaban a dar al mismo tiempo.

Lo lamentable es que, para cuando los ociosos como Joaquín, que acostumbraba pasar las horas frente al televisor, se dieron cuenta, ya llevaba la humanidad un buen rato en ese páramo sin tiempo. El sol llevaba largo rato indicando el ocaso. El universo tardó un poco más en detenerse que el insignificante planeta azul. O quizá la percepción de los acontecimientos en el universo llegó con retraso de aproximadamente veinte horas. Dieciocho horas seis minutos y el segundero se esforzaba en avanzar del doce al siguiente espacio. A los relojes digitales les había ocurrido lo mismo que al resto del universo y los segunderos parpadeaban o les habían desaparecido los números. Con penosa lentitud llegaron desde las nueve horas (Hora en que todo parecía llevarse a cabo como un día común) hasta las horas el ocaso en plena primavera de Buenos Aires.

A Joaquín lo mismo le daba el programa de televisión. Una vez que se quedó solo, su departamento olía a empanadas que mandaba pedir, y a mugre. La televisión los domingos, era para dejarse llevar por los irreales mundos de patrocinadores de ondas hertzianas. No prestó atención cuando los canales empezaron a cruzarse. No tenía cable. Su antena era casera y pequeña. Un gancho de ropa que improvisó para fortalecer la recepción de la pequeña antena ‘de conejo’ Made in China y que en ocasiones le hacía mandarse tremenda bronca por fallar en los últimos instantes del desenlace de la novela, o Racing vs. Independiente.

En esta ocasión era un maratón del Chavo. La basura mexicana que más había trascendido en la televisión argentina. Mucho más que las telenovelas. Y para la nostalgia de los retrasados, estaba todo el domingo por Telefe en un domingo de esos entre campeonatos que no había concursitos de canto o de baile, ni conciertos viejos que retransmitir. El chavo se interrumpió por imágenes de Mario Pergolini diciendo no sé que cosas de la continuidad del espacio – tiempo, para después mandarse una burla para el programa de Marcelo Tinelli. Luego Fue Susana Giménez. Y Francella. Un concierto de Cerati. Unas palabras de Diego…

Cuando apareció en la pantalla Sandro (la verdad es que Joaquín no puso mucha atención si era Sandro, Palito Ortega o Leonardo Fabio de joven) haciendo playback ante una cámara que no necesitaba denotar que la imagen era de varios años atrás; Joaquín pensó que algo raro estaría pasando con las telecomunicaciones y encendió la radio.

El fenómeno estaba más acentuado.

En un sonido fuerte como de estática de radioaficionado, se mezclaban toda clase de canciones, a todas las velocidades, ritmos y géneros. Todas las épocas de la música radiada se podían distinguir. Hasta que sólo se vio luz en el televisor y se escuchó un sonido sostenido en la radio que Joaquín jamás pudo decir que se trataba de la nota la, porque de música sabía menos que de física cuántica.

Cuando salió de su departamento tardó en reparar que no había tenido la necesidad de abrir la puerta. Atravesó una nube densa, como de vapor pero sentía también que abría la puerta, y se despertaba y se iba a dormir y le daba hambre y comía…

Dudó un momento en seguir avanzando. En eso se encontró con Cristina. O ella con él.
Cristina llevaba más tiempo gozando de los beneficios de la pérdida de continuidad del espacio – tiempo. Cristina le hizo notar a Joaquín que si se lo proponía podía realizar varias tareas al mismo tiempo, y ver con claridad donde había estado toda su vida, segundo a segundo, tramo a tramo de su desarrollo.
-¿Qué va a pasar después?- Preguntó Joaquín para sí y quiso convidar a Cristina de su duda, que para sorpresa, estaba contestando ya
-No hay después- dijo muy resuelta Cristina mientras corría y leía un libro sacado de quién sabe dónde y le coqueteaba. Ahora el futuro no se hará jamás, porque el futuro es la consecuencia de una acción tomada en el presente, pero el presente también es pasado y el presente ahora, más que nunca, es eterno, no efímero. El tiempo se detuvo y puedes hacerlo todo a la vez, de modo que no hay opción para el futuro.

-Así es mi querido sobrino- Dijo Doña Cristina al delirante Joaquín mientras se dejaba manosear por el clérigo pederasta -No hay opción…-

-No hay opción para el futuro- repitió la doctora Fernández, haciendo énfasis en esa frase proferida por ‘Fede’, el paciente esquizofrénico disociativo en estado avanzado -Eso fue lo último que pudo decirnos antes de quedarse en estado de coma, inducido, como si por fines médicos, por un súbito paro cardiaco. Como por choque neurogénico- Corroboró

-¡Eso amor!- Dijo Alexa -Esa es una frase para slogan de campaña- Pero al voltear a ver a su Juan, se sorprendió cuando erguido con los ojos en blanco como en trance, su sonámbula pareja le pidió una hoja de papel. Escribió cuanto quiso con el lápiz que le arrebató y salió del departamento.

Un oficial de policía toma los datos del joven biotecnólogo, las señas son preferentemente precisadas por la hermana de Juan mientras Alexa se trata de calmar con un té de tila de bolsita que le trajo su hermana.
-Cálmate, a lo mejor esa crisis fue inducida por las ideas que estaban rondándole-
-¿Y la nota?- Preguntó Alexa ya un poco fuera de sí
-Sólo parte de su estado- Dijo casi mecánicamente, convencida casi por completo que el cuñado se había enloquecido de súbito, pero releyendo, por si las dudas…

…Todo será posible, menos llamarse Carlos, dice Pellicer en un poema que ahora identifico con esta pretendida disociación, que no es otra cosa que la síntesis de lo que de modo constante pueden estar viviendo los taquiones que nos conforman y que a su vez conforman a otros o a nosotros mismos en universos paralelos que pueden ser este mismo con sus infinitas posibilidades de realización de espacio y circunstancia. Porque ahora me vienen bien los nombres de Joaquín, Rubén y ‘Fede’, porque reiteradas ensoñaciones con épocas que no he vivido ni me llaman la atención, y bajo circunstancias que sin ser ajenas no me son del todo adecuadas a mi naturaleza y circunstancia actuales. Porque hace unos días me estremecí al ver las imágenes de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a quien en determinadas ocasiones he reconocido como mi siquiatra y en otras como mi tía, porque he visto la plaza de Mayo y el Obelisco y la avenida Nueve de Julio y Rivadavia, además de saberme la programación radial y televisiva de aquél país, sin haber estado en Argentina nunca. Porque te amo Alexa y sé que estoy a un paso de la verdad, tengo que salir como estoy vestido ahora, en pijama a caminar a un punto que aún no termino de precisar para declararte completamente la definitoria de este pensamiento que me ronda, porque lo compartiré primero contigo…

-Y firma ¡tu Juan!- Leyó Adriana, la hermana de Alexa, notablemente sorprendida por lo leído, especialmente por la firma
-Eso puede ser lo más sorprendente, siempre dice que en la pareja, al igual que en lo demás, el amor no puede ser posesión, ¡y siempre se encabrona cuando le digo que es ‘Mi Juan’!- Dijo como queriéndose reír de tal recuerdo, pero sin dejar de lado el llanto que la acompañaba desde hacía un rato. Sonó el teléfono. Era Juan. El sobresalto quería hacer estragos en su cabeza, pero su cuñada le comunicó con él antes que otra cosa le sucediera
-¿Dónde estás grandísimo idiota?- Dijo luego de arrebatarle el teléfono a Ximena, la hermana de Juan
-No importa, ya voy de regreso- Contestó aquél, muy serenamente y agregó -Sabes cuál es el fin común de la pregunta ¿por qué?-
-Distraer, es lo que dices- Dijo muy convencida que no era el momento de increpar, sino, más bien de negociar el retorno de Juan, de dondequiera que estuviera
-Sip, lo mismo que el arte y la ciencia- Reafirmó juguetonamente
-¿Y eso que tiene que ver con que a estas horas de la madrugada hablemos por teléfono en vez de estar juntos durmiendo?- Preguntó Alexa con muy poca paciencia
-En esto consiste la sabiduría: el que tenga entendimiento, calcule el número de la bestia, pues es número de un ser humano: seiscientos sesenta y seis-
-Explica- Exigió ligeramente irritada
-Todos los días en dos ocasiones podemos volvernos energía y ser como dice Asimov; el número de la bestia es el ‘antidogma’ que acaba con todas las religiones, filosofías, ciencias y artes falsas- Dijo con un aire de docta presunción
-Ahora si te volaste los sesos papito…- Contestó Alexa casi harta pero atenta a la contestación
-El número de la bestia no es de una cosa, el número de la bestia es una hora- Dijo muy convencido materializándose poco a poco para sorpresa de los presentes en su departamento y para la absoluta comprensión de Alexa -Seis horas, seis minutos, seis segundos, como acabamos de pasar por ahí…-


IVÁN GUTIÉRREZ LÓPEZ

Texto agregado el 11-05-2014, y leído por 172 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
11-05-2014 Muy bien escrito, bien concluido. filiberto
 
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