La historia del humano se debate todo el tiempo entre el bien y el mal. Sabes de antemano que por más que intentes hacer siempre las cosas bien, terminarás haciéndolas mal, puesto que no sabes siquiera discernir. Entonces le pides a dios, oh señor, ayúdame a distinguir una cosa de otra, mándame una señal. Pero la única señal que vemos es al demonio. El demonio es una apariencia humana totalmente corrompida y poseída por el diablo. En la gran ciudad pululan estos seres. No se les puede llamar humanos. A mí me parece que no son otra cosa más que demonios, y no sé qué diablos hacen aquí. Deberían de ser erradicados. Sin embargo, los vemos a diario limpiar nuestros parabrisas en los más afamados semáforos de la ciudad. Los vemos conducir empresas que cuentan con miles de empleados, quienes a su vez son corrompidos y condenados. Eso es lo que se puede ver desde una perspectiva imparcial, en términos de sociología y esoterismo. De los demonios se pueden hacer libros enteros. Incluso enciclopedias. La enciclopedia del demonio, por ejemplo, es un tomo que recrea las vidas de los más grandes demonios, incluso aquellos a los que se considera pobres diablos. Pero todo esto es doloroso. La función del demonio es atormentar a los que todavía conservan un alma, y hacerlos creer que tomando las actitudes de los demonios el sufrimiento será menor. Craso error. Aunque no podemos ser totalmente buenos, por lo menos de vez en cuando hay que hacer una buena obra. La sensación que se experimenta al final de una buena obra nos recordará la existencia de lo sublime. Trataremos de mantenernos cada vez por mayores lapsos en los territorios divinos, y eso nos ayudará a soportar los malos ratos, que suelen ser mucho más duraderos al menos en esta vida.
Yo soy lo que se puede llamar un mal escritor, pero al fin escritor. A veces soy tan holgazán que prefiero dejar las cosas mal hechas, incluso si sé cómo mejorarlas. Esto se debe a que el trabajo de uno es seguir con la siguiente frase. El editor es el que debe desentrañar el sentido de mis estupideces. En el fondo hay una gran sabiduría. Sabiduría de la hierba. Sabiduría de la madre tierra. No suena eso demasiado hippie y mariguano. Por supuesto que sí. La sabiduría que yo traigo es muy buena. Es una sabiduría que me viene de abolengo. Mi abuelo era cazador en el monte y colector de chiles piquines. Yo soy el más parecido a mi abuelo. Mi abuelo solía caer en el absurdo de la verdad. Así de verdaderas eran sus palabras. Hablaba acerca de deportes, comida, ropa y música, cantaba canciones con el corazón y se echaba a llorar en medio de una borrachera. Era un ser sentimental, emotivo, buscador de lo sublime en las cosas más sencillas. Todo lo que decía era verdadero. Era verdadero porque era un sentimiento puro lo que lo movía. Y ese sentimiento tal vez podía llegar a ser peligroso e incómodo. Mi sabiduría es muy rara. No sabría describirla, solo surge, se apodera de mi cuerpo, y luego se va, entre las cosas de este mundo. Cuando estoy solo llego al éxtasis. Me pongo a correr por toda la casa y platico con los dioses, aunque ellos no me contesten. Pero soy un mal escritor, eso sin duda. El editor tendrá que esforzarse sobremanera para vender esto. Es demasiado desordenado. O quizás estoy siendo sarcástico. Esta vaina está buena. Hasta ahora no he tenido que emplear la terminología de los escritores clásicos y contemporáneos. Me he mantenido inmaculado en ese sentido. |