Yo ya no le temo al olvido. De ante mano ya lo he olvidado todo. Pero todo a medias. O he olvidado como se sentía cuando estaba ahí. Ese amar con una desesperación, sin razonar con cuidado cada paso. Como no soy yo que sufro de pensar demás. No él, el pensaba siempre lo justo. No hablo en pasado por su deceso, sino porque en aquel tiempo lo creía mío. Aunque nunca lo toqué, ni un cabello.

Nos conocimos buscando, pero no a nosotros. Yo buscaba una idea y el una mujer bien hecha. No a él y no a mí. Pero aun así nos encontramos. Tuve la desdicha de amarlo sin haberme dado cuenta, sin haberlo pensado si quiera. Como se ama de verdad y como no sabía en ese entonces que se amé. Desde que vi su cabello callendo en desorden sobre sus hombros y es color castaño claro. Su descuidada barba que le quitaban muchos años. Su piel sobre sus huesos, esbelto sobremanera. Devorador de libros. Seductor muy a su modo sin frases trilladas, reconociendo que no era un galán.

Recuerdo a vernos despedido mientras el terminaba una botella de vino y yo no aún no sucumbía ante mi primera borrachera. Así de infantil e inexperta pero sin hambre o deseo. Al menos no del cuerpo sino del alma, del conocimiento necesitada. Y él un maestro, lleno de autores y de citas, de una comilla a otra luz que me alegraba. Conversamos largo, fingiendo ser enamorados, haciendo creer a todos que teníamos un secreto. Y sin tener nada más que a Voltaire, a Cicerón, a Platón, y muchos poetas, de Colombia, de México, de Chile. Cuentos del alma. Palabras, sólo teníamos el consuelo de las palabras. Y en eso éramos expertos, porque no había nada que pudiéramos amar mas que las palabras, si acaso la libertad.

Y eso nos separó. Mentado mal entendido. Que si me dijo y yo sentí me hería en el pecho, y lo estúpido el indignado porque yo entendí lo que no me dijo. Y al final lo único cierto es que ya lo quería lejos. Entonces pasó.

Sólo hablaba de él. Y un día alguien me lo dijo. Lo amaba. De verdad. Sin darme por enterada. Lloré, como una niña porque era cierto. Pero nada era más cierto que estaba condenada a olvidarlo a dejar de amarlo y así fue.