Hay un sitio sagrado en el desierto para los pueblos de Namibia. Se trata del “Río de Arena” M’taph: una senda entre dos fragmentos de montaña que es mera roca tajada. Se dice que si te postras con humildad durante la noche, experimentarás el trote de miles de ánimas purgantes que limpiarán tu corazón.

Llegué a M’taph durante el tiempo en que una grieta intestina en mis emociones dejó que se desfondara la esperanza, como si algo se vaciara cual cáliz fracturado.

Con la distancia se diluyen en mi cabeza tantas veces estrujada las imágenes de la caravana de turistas a quienes poco les importaban las supersticiones de los beduinos y arribaban al sitio sólo para retratarse en las estribaciones fosilizadas de M’taph.

Tampoco descuellan las evocaciones de los camellos feos y apestosos que nos bambolearon bajo el sol ácido y el asedio de la arena coludida con un viento impetuoso.

Sólo se ha fijado en mi mente el descenso de una noche arrugada por las estrellas y la sola compañía de un chamán anciano y sabio que deslizaba los dedos derruidos por la consistencia de las piedras invocando la benevolencia de Allah.

Luego se me presentan detalles de mi avance hacia la mitad de la senda aquella donde parecía cuajarse la calma de las dunas…


…El silencio oprime mis orejas bajo la túnica, y los meniscos ocultos en mis rodillas se ablandan como queso. Caigo de cuclillas mientras a lo lejos se levanta el frémito animal de un viento que acarrea la arena como enjambre salvaje.

De repente corren sobre mi cuerpo de bruces los que siento como miles de inmisericordes pies espectrales que estrujan mi pecho vuelto lagar con uvas, hasta vaciarlo de la angustia que pareciera chorrearse en el suelo cual savia de Ceiba o gota de agua por el lomo de un escarabajo trepador…


Hay un sitio sagrado en el desierto para los pueblos de Namibia. Se trata del “Río de Arena” M’taph, donde se desvanece la nostalgia por los rostros que no retornarán.