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Planté en mi jardín sandías, pero crecieron fresas sabor melón, que nadie se las comió, pobrecitas, las puse a fermentar para obtener licor de caracol.
Organizamos una fiesta, Cocoso era el anfitrión, presumía ser el más grande empresario en la venta de licor de caracol, en la urbe metropolitana de Chistorra, la cuidad más importante de nuestra era.
Cocoso era el acto fallido entre un french poodle y un zuricata, creía ser francés, es por eso que no se rasuraba las axilas.
En la fiesta ofrecía un amplio menú; chilaquiles con salsa de mamey, brochetas de champiñones ahumados en azufre volcánico, uñas de sapo con arroz inflado; todo acompañado con el más fresco licor de caracol de la región. A pesar de ser el individuo más famoso y rico de Chistorra, Cocoso no era un tipo desagradable; desde muy pequeño sus progenitores lo llevaban a clases de baile; bailaba cumbia, merengue y mambo, y no escatimaba en gastos para traer a las mejores orquestas del mundo, sus zapatos de charol bien pulidos, brillaban como soles en la pista de baile.
Cuando llegué a la fiesta, estaba un poco aturdido por el efecto del ácido que me tomé, pero no pude resistirme a una copa de licor de caracol, el cual me supo a jamaica mentolada, con mi aliento refrescado, me dispuse a probar los champiñones, que por cierto me decepcionaron mucho, ya que estaban muy cocidos y generalmente se comen a un diez y seisavo; más crudos que cocidos.
El ácido y el licor reaccionaron dejándome alucinando, mi compañera de baile se molestó por mi estado y decidió ser infiel con el mayordomo de la mansión; que era un calamar con esmoquin, muy elegante por cierto, pero a leguas se notaba que no era muy fina persona.
Decidí dejar de lado tal infidelidad y seguir mi camino un tanto accidentado, me dispuse a sentarme en los famosos sillones de felpa con incrustaciones de durazno que Don Cocoso tenía en su sala; la suavidad del durazno me puso a pensar, viniste a la fiesta del año, con la mejor bebida, comida y música del país, y sin embargo estas sentado, porque no buscas a alguien con quien bailar, caminé por el pasillo principal, tapizado de ónix azul y lámparas rosadas, hasta llegar al salón de baile, levanté mi mirada para tener una vista panorámica del lugar, fue ahí donde me percaté de tu presencia, esta ocasión el efecto del ácido y licor, me dio el valor de acercarme, bailamos las setenta y dos horas que duró la fiesta, reímos y platicamos; desde ahí nuestro nocturno equinoccio liberó insectos extraños solemnemente exitosos.

Texto agregado el 08-05-2014, y leído por 65 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-05-2014 Yo he tenido unas"Turras" parecidas a la que narras aquí.Yo sembré maíz y salieron...unos cerdos y acabaron con el sembrado.Me pareció divertidísimo tu cuento.UN ABRAZO. GAFER
08-05-2014 Un cuento creativo. Imagine un Zoológico, una pecera y hasta recordé a la "sirenita". Vi algunos detalles: Separar un poco los párrafos haría simpática la lectura y en las descripciones empleas mucho la (,) de resto todo en mi opinión esta bien. Cogito
 
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