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El auto se detuvo a una esquina de la casa de Eduardo Mendoza. Dos hombres bajaron del carro y se dirigieron a la casa. Ambos llevaban puestos unos pantalones jean azul oscuro, un polo blanco y una casaca negra, sin embargo lo más resaltante que estos personajes pueden mostrar son los pasamontañas negros que llevan puestos.

Llegaron a la casa, la calle estaba completamente vacía, el único ruido que se oía era el ruido de los zapatos de uno de ellos golpeando el piso. Vieron sus relojes era la una de la mañana, habían llegado con media hora de retraso así que para no perder más tiempo tocaron las puerta de una buena vez. Eduardo no tardó mucho en abrir la puerta. Cuando abrió la puerta solo pudo ver el cañón de la pistola de más alto de los hombres apuntándole en su gorda cara.

- Si haces algún ruido te vuelo la cabeza- le dijo el más alto.

Eduardo abrió la puerta a sus dos indeseados e inesperados invitados, estos entraron sin decir nada y sin dejar de apuntarle en la cara.

- Siéntate- le dijo el otro.

Eduardo obedeció y se sentó en el sillón más cercano que encontró. Estaba asustado y cuando Eduardo está asustado suele hacer preguntas obvias e innecesarias.

- ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué es lo que quieren? Les juro que no tengo dinero.

Ninguno de los dos respondió, el más chato sacó un sobre blanco del bolsillo de su casaca y se lo entregó a Eduardo. Este lo recibió sin decir nada, a pesar de que tenía varias preguntas en su cabeza que requerían una respuesta inmediata. Abrió el sobre y leyó la carta. Esta decía.

“Me debes 50,000 soles y como estoy seguro de que no me vas a pagar de manera voluntaria así que envié a estos caballeros para recojan la deuda y si no tienes dinero debes darme una garantía de que me pagaras muy pronto.”
Señor Manrique.

-Dame la carta- le dijo el más alto.

Eduardo le entregó la carta y este sacó su encendedor y le prendió fuego convirtiendo la amenaza escrita en nada más que cenizas.

- Muy bien, estamos esperando- dijo el más alto.

- No tengo dinero- alcanzó a decir Eduardo.

- Bueno en este caso, ¿Puedes entregarnos la garantía?- dicho el más chato

- ¿Qué garantía?- preguntó Eduardo, aunque ya se está arrepintiendo de haberlo preguntado.

- Tu dedo meñique- respondió el más alto.

Eduardo se arrepintió de haberlo preguntado.

- Muy bien no perdamos más tiempo- dijo el más alto y le hizo una seña al más chato para que se acerque a Eduardo y le sujete la mano.

El más chato se acercó a Eduardo, este se puso de pie pero se volvió a sentarse cuando vio el cañón de la pistola acercándose a su cara.

- Pon la mano en la mesa- le dijo el más alto sin dejar de apuntarle en la cara.

A Eduardo no le quedó más remedio que poner la mano en la mesa y esperar pacientemente a que su dedo vuele por los aires y caiga al suelo. El más chato sacó un cuchillo grande para cortar carne y en un abrir y cerrar de ojos se acercó corriendo hasta su objetivo y cortó con todas sus fuerzas. Eduardo aulló con nunca antes había aullado en toda su vida, ni quiera la vez que se había golpeado el dedo chiquito de pie con la cama lo había hecho gritar hasta el nivel de las lagrimas. El más alto cogió el dedo y lo puso en otro sobre blanco, bueno no tan blanco porque comenzaba a tornarse rojo con la sangre. El más chato le entregó a Eduardo un paquete de aspirinas y una toalla para evitar que la sangre siga chorreando el piso. Vieron a Eduardo retorcerse de dolor y salieron de la casa, subieron al auto y se desaparecieron de la vista de Eduardo y de la casa, abriéndose paso en la noche.

Texto agregado el 08-05-2014, y leído por 111 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-05-2014 Este tipo de mensajes es el que nadie quisiera recibir.Aunque violenta,me gustó tu historia.UN ABRAZO. gafer
 
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