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Me acaricié el dedo con cuidado, para intentar apagar un poco el fuego de la quemadura que ardía en mi interior, pero aquello lo empeoró mas aun, pues el dolor fue más intenso y comencé a sentir la escozor que me comía desde adentro, por lo tanto, abandoné mi tarea y me concentré en el verdadero problema, que era aquel arma.
La observé detenidamente, analizando cada uno de sus rincones intentando asociarla con algún recuerdo pasado escondido en mi mente, pero lo cierto era que no conseguía relación alguna, ya no solo por el desconocimiento de aquel objeto en sí, sino mas bien porque mi mente estaba nublada, como aislada en un estado pausado y ajeno a todo lo que precedía al momento en el que abrí los ojos y me encontré en mitad de aquel mundo onírico.
Entendiendo que por el momento no comprendería como había llegado la pistola a mis manos, apreté el resorte y el tambor se abrió, mostrando las balas cargadas en su interior. Girando un poco la rueda, me encontré cara a cara con aquel vacío que en aquella ocasión pesaba más que la presencia de la bala en sí, pues aquella ausencia de la misma, aquel vacio en el cargador significaba que una de ellas, colocada en el interior del revólver, había sido disparada recientemente.
El olor a pólvora que todavía podía apreciarse desde su interior me había hecho entrar sigilosamente en un trance temporal, pero rápidamente me escapé de el al interiorizar finalmente el hecho de que, si yo tenía el brazo en alza apuntando al horizonte, con la punta del revolver humeando y con una bala menos en el tambor, significaba que acababa de disparar a alguien.
Me quedé petrificado en el lugar.
Sin mover apenas un músculo, me guardé el revólver en uno de mis bolsillos y observé cautelosamente a mi alrededor, en caso de encontrar a mi víctima, ya fuese agonizando o sedienta de venganza, pero allí no había nada ni nadie, estaba solo en medio de aquella baldía zona desértica de arenas azabaches sin nada que me hiciese sombra, fue entonces cuando me replanteé la situación y dudé de si realmente había disparado a alguien, puesto que, por un lado, me conocía a mí mismo lo suficiente como para saber que yo no era capaz de tal atrocidad, y por el otro, estaba la imagen misma del panorama que me rodeaba, desierto de cualquier figura humana excepto la mía, y por si aquello no eran ya suficientes motivos para convencerme, la inexistencia de cualquier rastro de sangre a pocos pasos míos evidenciaba el hecho de que podía ser exculpado de cualquier acción violenta planteada anteriormente en mi mente.

Respirando hondo me relajé y comencé a moverme, alejándome de la maraña de arenas que me iban tragando lentamente, pero en cuanto di el primer paso, a mi alrededor los granos negros fueron dispersándose, como arrastrados por algo que no llegaba a divisar, una corriente que no era capaz de ver pero que me rodeaba, puesto que el cinturón arenoso que antes me cercaba ahora se deslizaba lentamente hacia los costados, pero en cuanto este terminó de removerse, me di cuenta de que aquello en lo que lentamente me había ido hundiendo con delicadeza no habían sido mareas arenosas. Ahora podía vislumbrar la verdad que habían ocultado los granos, ahora podía ver aquel fluir de una corriente turbia de color escarlata que a cada paso que daba extendía sus fronteras y me mostraba sus inexistentes limitaciones, pues la enorme parcela donde me encontraba iba desprendiéndose lentamente de la arena, creando pequeños islotes que la marea roja iba engullendo. Así, remitiendo a mis antiguas reflexiones y tocando inconscientemente el revólver con el dorso de mi mano, comprendí que aquella sangre… era de mi víctima.
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