SEGUNDA PARTE DEL RELATO CON LOS SAPOS
Cuando escribí “mi nuevo inquilino” basado en la realidad que vivo acá en el campo en una chacra, donde abundan principalmente las ranitas. Ellas también entran a la casa, les gusta la oscuridad y la humedad. Así que las encuentro en el baño en el duchero, detrás del toallero o agarrados de las paredes. Las saco al jardín, pero vuelven. No sé si son las mismas u otras ya que no las marco, y para mí una es igual que la otra.
Mientras viví en Solymar tenía sapos (no ranas) en el jardín, pero nunca uno entró a la casa. Eran sapos grandes como la palma de mi mano y los veía sacar esa lengua pegajosa atrapando insectos.
Adelante en el césped que enmarcaba la entrada un sapito que mediría unos 5 cm. de otra especie, ya que tenía una raya amarilla desde la cabeza pasando por la espalda. Había hecho su guarida en un hoyo. Una vez lo vi sacando su cuerpo de ahí, pero cuando me acerqué volvió a meterse abajo. Metí mi dedo índice y pude tocar su cabecita. Se ve que muy profundo no era. Cuando la alcancé comencé a acariciársela. Parece que le agradó, porque al día siguiente cuando volví a meter el dedo, subió un poco para que ese dedo que le daba placer pudiera seguir haciéndolo. Así seguí unos días, hasta que cuando el sapito ya veía mi dedo acercarse sacaba la mitad de su cuerpo del hoyo.
Lo que me emocionó mucho fue, que mientras le acariciaba su cabeza, él cerraba los ojos. Igual que una persona cuando la miman los cierra para disfrutar mejor del placer. Me di cuenta que hasta los batracios que algunas personas matan por superstición, otros los abren para ver su interior, tienen sentimientos y sienten el placer cuando se le brinda.
Miré una enciclopedia y bajo sapo leí ”Batracio parecido a la rana, pero de muy desagradable aspecto…” Cuán equivocado está! No ganaría un premio a la belleza animal, eso es verdad pero tampoco es desagradable. Hay muchos seres humanos más desagradables físicamente que un sapo.
Cuando me despedí de ese lugar y él salió lo tomé y le di un beso en la cabeza, y mientras lo hacía pensé en ese cuento del príncipe encantado que el beso de una princesa le devolvió su forma original de ser humano.
Cuando envié este relato verídico a la página de los cuentos, una lectora del mismo me escribió que si lo besaba quizás podría transformarse en príncipe.
No lo hizo por lo cual estoy muy agradecida. En los tiempos que corren un príncipe es un lastre que cuesta dinero mantenerlo, que se pavonea con su apellido ilustre el cual no ganó, sino lo heredó, mientras un sapo hace algo útil. Elimina los insectos que comen las plantas, no hace daño a nadie y puede servir para que los niños aprendan a respetar un ser tan distinto a nosotros, pero que tiene sentimientos parecidos a los nuestros.
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