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Érase una vez.

Érase una vez en una gran ciudad, donde la contaminación de las de ciento de chimeneas, que escupían un humo tan negro, que estaba siempre sumidad en una sucia y eterna semioscuridad. Sus calles sucias y malolientes, rivalizaban con la profunda pobreza de sus habitantes. Obreros de las industrias, mujeres seguidas por su numerosa prole, arrepienta y mal nutrida. Gritos, palabras mal sonantes, peleas de borrachos, perros ladrando. En medio de una plaza donde se mezclan toda clase de personas y animales, los vendedores anuncian a grito pelado las exquisiteces de su mercancía. En toda esa miseria y sufrimientos, una niña de poco más de 9 años lucha por sobrevivir. Ella sabe que tiene que pedir para poder mantenerse, su corta edad y su leve cojera la ayudan en su mal trabajo. Persiguiendo a sus víctimas, es pertinaz, el hambre la aguijonea de tal manera que no duda en colgarse de las faldas de las mujeres, y agarrarse de los holgados pantalones de los hombres. Alguna vez lo consigue, pero la mayoría de las veces, de un puntapié la envían a morder el duro y frio adoquinado. Ya es muy tarde, su recaudación es escasa. Sabe de sobra que sí vuelve con tal insignificante cantidad, como premio recibirá una bronca, y sí su madre está borracha, de seguro que le pegará.
El frío la atenaza, el invierno se ceba siempre con los más débiles. La noche empieza a apoderarse de las inmundas y malolientes callejuelas. Antes de irse a su casa, ya resignada a las lindezas de su madre decide darse su último capricho, pasará por su tienda favorita y allí como siempre su carita sucia con sus narices lleno de mocos, se pegará a la vitrina, donde un mundo maravilloso de juguetes está allí, expuesto para tormento de la desgraciada.
Del escaparate destaca su juguete favorito. Un elegante caballo de un resplandeciente color blanco, con sus hermosas alas y su imponente cuerno que nace de su frente, la tienen siempre embelesada. El dueño sabe muy bien que esa pequeña pegada al cristal y aterida de frio, no falta nunca a su cita. En un alarde de generosidad impropia de esa malsana cuidad, le regala el unicornio a la sorprendida y feliz niña. Un abrazo y un beso dado con todo su amor, al que el vendedor recordará toda su vida, es todo el pago por semejante juguete.
La niña sale corriendo de alegría, pierde la noción del tiempo. Sabe muy bien que su madre le quitará tan preciado muñeco, por esta noche decide buscar un sitio al que procurará resguardarse del implacable frío. Acurrucada debajo del hueco de una escalera abraza a su preciado tesoro. Cansada de horas de vagabundear se rinde, un pesado y profundo sueño que se apodera del cuerpo famélico de la niña, dejándola en un estado de ensueño.
Algo le está mordisqueado su ropa, se incorpora. Ante ella, un majestuoso unicornio blanco con sus magnificas alas, relincha y cocea llamando la atención de la niña. Hace movimientos con su cuello invitándola a subirse a su estupendo lomo. Ella con la característica alegría de una niña plena de felicidad, trepa. El caballo despliega sus hermosas alas y empieza a moverlas con la soltura y gracia de una gran ave.
La noche estrellada, como un tapiz multicolor acompaña el vuelo a mundos nunca vistos por la niña, que contenta, grita de felicidad. A carcajadas saluda a los cometas que pasan alrededor de mundos de diferentes tamaños y colores.
La espesa niebla anuncia un día tan frio como los anteriores. Un carro tirado por dos famélicos jumentos arrastra la pesada carga de desperdicios he inmundicias, que horas antes fue recogiendo un hombre encargado de tan desagradable trabajo. En un hueco de una desvencijada escalera, advierte el cuerpo acurrucado de una niña. Con absoluta normalidad y frialdad carga con la pequeña arrojándola encima de la basura, que acabará a las afueras de la cuidad, donde las inmundicias que genera esa gran urbe acaban allí olvidadas. Mezcladas entre la porquería y rodeada de innumerables pájaros, está ese ángel, que aunque tirada como un muñeco roto, por su sonrisa nadie diría que murió en la más profunda de las miserias.
Fin
J.M. Martínez Pedrós

Texto agregado el 06-05-2014, y leído por 211 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
21-05-2014 Qué hermosa, cruda y triste historia. Sabes que a veces peco de sensibloide, otras de sádica con mis personajes, pero ver sufrir a los tuyos me toca la fibra. No puedo negar que me ha gustado, tiene un sabor a la vendedora de cerillas que transporta a la infancia ya la indignación con el mundo. Aplausos y ***** nayru
14-05-2014 Muy bello. Tiene algo de eso clásico que te hace emocionar y luego lamentar el drama. Pero castigas a la ciudad como si fuera ella la culpable y no quienes la habitan. Le sugiero que la niña tenga nombre, aunque ella sea ejemplo de miles que sufren. Y OJO. Hay pequeñísimos errores ortográficos. NeweN
08-05-2014 Madre mía, qué cuento! Me hizo feliz por un momento hasta que me topé con el final, pero qué bien contado y cuánta imaginación. Mis felicitaciones, caballero.***** MujerDiosa
06-05-2014 No me cansaré de decirlo. Un bellísimo aunque trágico relato, digno de Andersen. Un abrazo! ikalinen
06-05-2014 Un cuento bien narrado,cargado de tristeza y de la cruda realidad de nuestras urbes indiferentes al dolor y la miseria.UN ABRAZO. GAFER
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