LUNAMANTE
Pareciera que en fases lunares
manifiéstase el joven romance.
No propone su historia un balance,
sino el pronto rotar de atavíos.
Va buceando en el gran desvarío
cuyo curso lo lleva a un hallazgo:
Que a la gula le sigue el hartazgo,
como sigue el rumor de tormenta
a ese rayo que cae y revienta
con el brillo fugaz del noviazgo.
Se asemeja al sutil novilunio
cuando empieza a surgir lentamente.
De repente, un perfil en la mente
coloniza los sueños vulgares.
Y trepidan nerviosos pulgares
al ceder en la mano un poema,
o se vuelve el hablar un dilema
si es que deben cruzarse los ojos,
porque en cada mirada un manojo
de los miedos que laten se quema.
El comienzo del cuarto creciente
Testimonia estrategias perfectas.
Sobrevuela un millar de indirectas
Al asedio del bello baluarte.
Confesando el amor con un arte
De ilusión que a los magos supera.
Entre halago y regalo se espera
De la amada reacción favorable.
Hasta el día del beso imborrable
Con que ríndese el alma guerrera.
Llega luego la perla gibada
engarzada en el alto petróleo,
(Casi a punto de ser el marmóreo
camafeo que al hombre fascina.)
Imitando sus pasos se anima
el amante a buscar la excelencia.
Modifica su voz, su presencia,
su opinión y su andar y su trato.
¡Hay que verlo al león timorato,
camuflando pasión con decencia!
La áurea bula, mi audaz luna llena,
pendulando del negro papiro;
aparece inhalando suspiros.
¿Qué sucede? ¿De dónde le llegan?
Retozando, dos cuerpos segregan
perfumado sudor y embeleso.
El deseo le roe los huesos
y olvidando la amarga impostura,
incinera al recato en locura
el felino que hallábase preso.
Gargantilla en pulidos carbones
viste pronto, gibosa y menguante,
mi medalla de augusto semblante
en la pálida noche sin viento.
Sobre el foco de incendio violento
(por alivio carnal provocado)
sube al cielo, cual vaho enrulado,
del novato la torpe creencia
que el amor en perpetua existencia
fluirá de aquél tórrido estado.
Dividida entre lástima y pena,
por nocturno abanico bordado,
de Selene es el rostro nublado,
frente aquel pensamiento tan frío.
Según ella no existe amorío
que al nacer entre lenguas de fuego
formalice ante el clero su juego
sin hallarse a la vuelta de esquina
condensado su vaho en rutina
y su libido insulsa en un ruego.
Ésta idea revélase en sueños,
como siempre, al voraz pretendiente.
Ya despierto, se ve diferente,
sale afuera a admirar horizontes.
Luna vieja, nadando en el monte,
con un guiño nevado y discreto
por su bien, aconseja en secreto:
“El amor no se da, se construye.
Si no puedes amarla, pues... huye
Y que el daño no sea completo.”
Es entonces que ahoga el impulso,
lo diluye en pelágico olvido.
Aplacado, tranquilo, dormido,
a la espera del próximo Junio;
Cuando vuelva a tener novilunios
de la tierra el combado oriflama
Y atizada reviva esa llama
Que al romántico ciclo encendiera,
Porque no hay en el cuerpo manera
De ocultar lo que el alma reclama.
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