La viuda negra
La memoria no le acompañaba últimamente, los días y noches le eran lo mismo, una continua rutina de placer, hace tiempo que no medía el tiempo, lo que antes le importaba ahora le daba igual.
Despertó sobresaltada, buscó a Daniel con la mirada y solo encontró su ropa desgarrada en el piso. Entró al baño, se miró al espejo con cierta malicia y luego se duchó sin apuro, eliminado cualquier rastro de pelos sueltos en su cuerpo. Se vistió con ropa holgada pues su abdomen aún estaba algo abultado por el festín de la noche.
Recogió la evidencia recordando para qué la había traído hasta su casa y la puso en el incinerador del céntrico edificio donde vivía.
Tomó las llaves del auto, su bolso y se fue a su negocio de mascotas exóticas, donde había comenzado todo hace unos meses.
Al principio cuando recibió la primera mordida se había desmayado en el fondo del sótano donde guardaba las cajas y jaulas, la metamorfosis había sido lenta y dolorosa, cada músculo de su cuerpo se acalambró por horas, cuando todas las arañas del nido se acercaron a comer de su cuerpo, pensó que moriría y se entregó sin rechistar. Nadie la extrañaría estaba sola, sin amor, sin amigos y sin familia.
Después todo fue extraño y diferente, despertó en el piso del oscuro sótano envuelta en telarañas que se quitó lentamente, estiró su cuerpo y se sintió feliz como nunca antes, miró su brillante pelaje negro, sus largas y velludas patas y la marca anaranjada sobre su vientre, quiso reír pero el sonido no era su risa.
Subió las escaleras hasta el local cuando los primeros rayos del sol inundaban la vidriera, entró en el pequeño tocador y pudo observar con estupor como su arácnido y azabache aspecto iba desapareciendo, volviendo a ser la chica de anteojos gruesos que ahora le molestaban, su visión era perfecta. Alejó los lentes hasta el basurero y comprendió que todo había cambiado. Ese día no trabajó, se fue de compras y al salón de belleza.
Desde entonces por las tardes se sentaba en algún bar a beber una copa, esperando a sus conquistas. Su arácnido cuerpo le permitió disfrutar del sexo por primera vez en su vida en un motelito de mala muerte, el último recuerdo que tenía de intimar era de violencia y halito alcohólico de su padrastro sobre ella, había odiado a los hombres desde entonces y eso no cambiaría.
Antes que terminara la noche, los invitaba a conocer su tienda y después de un par de tragos empinándose la botella, los atraía por las escaleras, donde la esperaban sus amigas, ella convertida ahora en su reina las proveía. |