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Ya no bastaron los muros, ni los letreros, ni los buses ni nada. Ya todo eso había sido rayado por esos muchachos obsesos, furiosos, paridos entre el miedo y el dolor más profundo. Poco a poco, fue la gente la que comenzó a ser teñida con una pintura pegajosa y corrosiva que no se podía sacar por nada porque dichos mamotretos pintados furtivamente en cada piel, habían sido elaborados con una pintura ancestral, cuyos principales componentes se nutrían de desesperanza y, ¿quién puede sacarse de la cara y de las manos y del cuerpo todo ese dolor que primero fue de los indios sojuzgados, que se lo heredaron a los que se fueron quedando en el camino y que fue conformado por una cantidad tan enorme de seres sin expectativas ni talento alguno para perseverar?

De este modo, el mundo se transformó en una legión de seres abigarrados. Ni los dignatarios de cada país pudieron evitar este pintarrajeo alevoso y así, cual si el mundo fuese una enorme tribu pintada para la guerra, continuaba con sus menesteres, riéndose cada cual de cada cual, como si una fiesta a la que nadie fue invitado hubiese comenzado a desarrollarse en cada rincón de este planeta.

Las autoridades, aparecieron en los noticiaros de la TV, y la gente podía contemplarlos a través de la pantalla de su aparato, también pintado y las risas generalizadas por las ridículas estampas que veían, contrastadas estas por el discurso grave y elocuente de los mandatarios, transformaba todo en algo tragicómico.

Por su parte, Espartaco, el líder de todos los terroristas pintores, que había creado demoníacas técnicas para pintarrajearlo todo en un santiamén, comenzó a discurrir algo nuevo. La rebeldía de la gente, acaso la misma que todo lleva en sus genes, proponía que algo importante podría acontecer. Y era mejor que él, Espartaco, tomara cartas en el asunto, antes que apareciera un científico que diera con la fórmula para neutralizar los perennes efectos de esa pintura persistente.

Decidió pues, que iría decolorando a cada persona que firmase una proclama que reivindicaba a los oprimidos por toda clase de injusticias. No era algo político, sino más bien humanitario, aunque el hombre era sincero en reconocer que no tenía claro si ambas esferas eran independientes una de la otra o si en algún lugar se tocaban o se confundían.

Poco a poco, el mundo se fue blanqueando, siendo los personeros más influyentes los que lucieron poco a poco sus rostros, manos y cuerpos sin tacha alguna. Los políticos, flamantes una vez más, prometieron a la gente que algún día, todos serían iguales. Pero, la gente se había acostumbrado a sus colores y aún más, los legitimaba sobre su piel lacerada por tanta injusticia, mentira y sentía el clamor de la raza pisoteada y el sonido de tripas por el hambre y las necesidades.

Claro, los acomodados, que vivían alejados de los pobres en enormes búnkeres, ya se habían despojado de todo colorido que no les pertenecía no los identificaba en nada. Prometieron, por supuesto, como siempre lo habían hecho, pero el tiempo transcurrió y nada hicieron.

Desde entonces y hasta nuestros días, el pueblo luce en sus cara todo el dolor ancestral, mientras una casta indolente les continúa prometiendo lo que nunca podrá ofrecer , porque no está en sus genes: la caridad y la reivindicación de los demás, el respeto y el cumplimiento de la palabra empeñada.




























Texto agregado el 05-05-2014, y leído por 227 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
10-05-2014 Como casi siempre es tristemente cierto. biyu
08-05-2014 Asi es, justicia social, ojala algun dia llegue. jaeltete
06-05-2014 Asi son hermano.. que le vamos a hacer. Cinco aullidos coloridos yar
 
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