Reyes llevaba una 9 milímetros en su espalda. Dos de sus hombres caminaban detrás de él junto con su patovica y el sujeto de rastas. Un pasillo largo en medio de casas armadas con chapas y cartones. Un niño de piel oscura semi desnudo, con su barriga hinchada y huesos sobresalientes los veía pasar mientras jugaba con un raquítico cachorro.
-Van a tener que averiguar en donde está y cuando la encuentren. –se detuvo repentinamente girándose hacia. Ambos se encogieron de hombros sintiendo temor. -¿saben lo que perdieron? –preguntó. Ambos asintieron. –ese dinero es de el colombiano. ¿saben lo que va a pasar si no lo encuentran?
-No. –murmuró el patovica.
-Ustedes van a ser los primeros en morirse y después yo. Yo no quiero que me maten por su culpa. Son quince millones. Son de él y los quiere. –volvió a voltear hacia el frente y continuó con el paso firme. Giró a la izquierda y entró a una casa a medio construir, sin ventanas ni puerta de entrada, dos chapas cubrían parte del techo. Reyes se internó más y paso por una puerta dirigiéndose hacia el interior de una cocina. Dos mujeres hacían su trabajo y se asustaron al verlo entrar. Un hombre con un fusil de asalto cuidaba del lugar.
-Dónde está el loco. –preguntó sin saludar.
-Jefe. Se fue hace media hora. Dijo que tenía que llevar a su nene al médico. –respondió uno de sus empleados.
-Para que mierda se casó si la puta esa no sirve ni para ir al médico. –puso un dedo en un montículo blanco y se lo llevó a la boca, como limpiando sus dientes con eso. –está buena. –sonrió y apoyo su mano en una de las mujeres que al sentir el peso de su mano se encogió de hombros temblorosa. –decile que me llame en cuanto pueda, necesito que me dé información de alguien. –giró y regreso sobre sus pasos. Enfrentó a ambos con sus guardias detrás. –ustedes dos. –puso un dedo en el pecho de uno y señaló al otro. –ya se van a buscar a esa mina. Le sacan lo que robó y la matan. ¿Está claro? –ambos asintieron. –dije que ¡¡ya!!
El patovica junto con el de rastas, desaparecieron por los laberintos de la villa mientras Reyes los veía correr torpemente. Miró a uno de sus guardias. –seguilos. –le ordenó.
Cerca del mediodía, Reyes iba camino a almorzar con un representante de un grupo, cuando recibió la llamada que no deseaba recibir. Era Ceraso y la instante de ver quien lo llamaba, sacudiéndose intermitentemente sin querer atender esa llamada, la atendió. Solo podía darle la mala noticia y eso lo desesperaba.
-Hola Danielito. –escuchó la voz de Ceraso. Despreciaba su vozarrón, le recordaba la voz de su padrastro que durante las noches, lo despertaba con una paliza sin una miserable razón.
-Ho…hola. Que hacés Paul.
-Te llamo porque… alguien me ha llamado. ¿Sabes?
-He…. –dudaba traspiraba y apretaba sus puños temiendo lo peor. –Paul, te juro que te iba a…
-No tienes que mentir. Sé que te robaron y sé que es mi dinero el que se han llevado. Te llamé para decirte que estoy subiendo a un avión y estoy viajando para allá. Te voy a ayudar con eso y no te preocupes, vamos a encontrar lo que has perdido.
-Ok, ok. –la calma aparente en su voz, no le daba confianza. Reyes había visto asesinar a jovencitas que se querían revelar, sin que se le moviera un pelo, con total naturalidad y desapego.
-Ya me dieron el dato de quien es la pequeña ratita que se ha llevado el auto con el dinero. Es una ratera, de las que entra en las tiendas para robarse un vestidito de moda o una carterita. Le gusta andar en las noches. ¿no te ha conocido aun?
-Nn.. no creo. –respondió titubeando.
-Es de esas niñas que te dan un beso y te quitan la billetera. Y te das cuenta cuando quieres comprar un trago para tu novia. Es una niña astuta, si no te apresuras, ella va a desaparecer con mi dinero. La llaman Andi Ricart. Apresúrate, ve a buscarla. –dijo sin perder su estabilidad.
Reyes no alcanzó a responderle, Ceraso ya le había cortado sin dejarlo excusarse. Respiró varias veces calmándose a sí mismo, pensando en cómo encontrar a una sola persona en semejante mar de gente. Tenía otro problema más, su celular había sido intervenido y sus llamadas eran reportadas directamente a Iván y Salas impresas. Iván fue el primero en leerla dejándola en manos de Salas. De inmediato dejó la comisaria. Ya sabía a quién recurrir.
Encontró a Apache en la zona que siempre rondaba. Como un déjà vu, parado en la misma esquina, con las mismas personas de siempre. Haciendo lo mismo que todos los días. Bebiendo cerveza, fumando marihuana y riendo por todo.
Cuando Apache conoció el auto de Iván estacionándose frente a ellos, acompañado por alguien más, rápidamente emprendió una carrera veloz haciendo que Salas saltara del auto en una torpe persecución, frente a un desplazamiento ágil de Apache, que por momentos flotaba por sobre rejas y tapiales linderos. Iván ya había pasado por eso más de una vez. No iba a perseguirlo si ya sabía hacia donde se dirigía. Solo aceleró dejando que Salas corriera detrás de él.
Apache cruzó cinco patios, una casa y la carrera continuaba. Al mirar hacia atrás, veía a Salas corriendo detrás. Cruzó un callejón, entró a otra casa y salió hacia el patio tratando de perder al policía que lo seguía. Otros cuatro patios más y una cocina. Volvió a salir hacia la calle, volvió a mirar hacia atrás. Salas había desaparecido de su vista. Acomodó su campera de jeans. No esperaba encontrar de frente a Iván apoyándose en su auto, con su arma en una mano.
-Tenés dos opciones. Venís a donde estoy, o voy yo, si tengo que ir, va a ser porque no vas a poder caminar. ¿Me entendés? –apuntó su pistola hacia una de las rodillas de Apache.
-¡No, viejo! ¡Ya está, no me encierres otra vez! –dijo encaminándose hacia él con sus manos extendidas hacia arriba. Salas aparecía detrás de Apache casi sin aire y su mano en el pecho.
-Hijo de puta. –dijo Salas sin aliento.
Iván miró las manos de Apache.
-No vine para arrestarte. Estoy buscando a una mujer que sé que la conocés, o conocés a alguien que la conoce.
-¿Qué? ¿Estás en personas perdidas? –dijo Apache en tono de cargada relajándose un poco. – ¿qué cagada te mandaste que ahora buscas a los perdidos?
-Es morocha, ojos claros, uno sesenta.
-Eso es poca información. –refutó.
-Roba billeteras sin que te des cuenta, roba tiendas…
-¡¡Haaa!! –dijo con júbilo sin dejarlo terminar de hablar. –te robaron la billetera y querés encontrarla. Ja ja ja. –rió solo. –hay cuatro personas que pueden hacer eso, pero… -estiró su mano hacia él. Iván la observó y supo lo que Apache quería y dirigió la mirada hacia Salas.
-Cuanto tenés. –preguntó.
-¿De qué? –dijo sin comprender. Apache dio vuelta su cara hacia Salas.
-El billete habla. –Apache recibió su dinero y las palabras brotaron –hay una que se para todos los días en la terminal y se queda ahí como si estuviera esperando a alguien. La otra… es la mendocina. Esa no creo. Es morocha y debe tener ciento cincuenta quilos. Después está la francesa, ella es mas alta y de la otra no sé mucho. Sé que es bastante solitaria y no parece necesitar nada. Me compro un par de veces algo de marihuana. –dijo y se sorprendió por lo que había dicho. –no es que yo venda ahora, es que eso fue hace mucho. Ella se mudó cerca y la vi un par de veces. Se quedó en aquella calle un par de meses y desapareció. –señalaba un edificio casi en ruinas.
-Si me conseguís más datos, Salas tiene un poco más de esos. –dijo sin saber si Apache podría hacer algunas preguntas por él. –y la próxima vez, no corras.
-¡Hee! tengo que mantener las apariencias. ¿Te llamo? –preguntó.
-No. Yo te busco.
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