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Inicio / Cuenteros Locales / VictorRodriguez / Jack, el perro (adaptación)

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I

Domingo veintisiete, el camino es frio bajo un bosque de amigos, la niebla aparece sin previo aviso y me acompaña susurrándome siempre al oído que las lágrimas que corren en mi mejilla muy pronto saldrán de alegría. Pero no es lo que presiento. Mi corazón me habla y me habla de causar sufrimiento, y mi cerebro agrega que la niebla es una amiga indebida, que siempre aparece cuando no la llaman, te consuela y te abriga pero es enemiga.
Lo siento mientras avanzo congelado hasta los huesos, y ¡es esa! Es esa la veo, una extraña casa con puertas de nylon, cielo de malla que no sirve para el invierno.
Algo incomprensible en ese momento cuando corro emocionado con capucha abajo hacia las puertas de mi pobre paraíso, aquel donde nací, aquel que me agrada por el olor a viejo pero que no pudre un corazón tremendo que guarda años sin poder verlos, ellos son, ellos fueron… ellos… ellos nunca más serán mis viejos.
Me freno, me escondo, ese demonio avanza quemando todo, el fuego apareció muy de pronto elevándose hasta los cielos por esos pinos que antes eran hermosos. El fuego avanza y sus lenguas se ríen en mi cara, las veo pasar al frente mío y al frente de su casa. ¡Oh Dios mío! ¿Por qué me haces esto?, sus gritos de lamento y sufrimiento horrendo, desde allí adentro fuiste capaz de escuchar la muerte de mi padre, mi hermano y mi madre, y yo desde aquí observo mi desplomo sangriento.

II

Luz no me deja ver, luz sin nada común en un atardecer. Mi cuerpo ya no siente la niebla ni el frio, siento la sangre desplomada de mi cabeza herida, hundiendo un charco en lo que antes fue mío.
Pero logro abrir los ojos destruidos para seguir destruyéndome con los desperdicios y escombros bajo una lluvia de cenizas.
No noto nada real en lo que concibo con mis ojos de pez herido, la muerte ha pasado por mi lado y no me ha tocado en ningún momento. Observo girando en mis trecientos sesenta grados y observo la negrura del edén destruido, fijándome en los árboles muertos que dejaron de cantar mi canción favorita, en la hierba colorida que dejo de extrañarme y de contar los secretos del bosque, en mi casa destruida que de casa queda mucho cuando pienso pero no es más que polvo en el viento, y allí me desplomo sentado concluyendo con el ultimo observamiento escalofriante… estoy sentado en hierba viva del porte de mi cuerpo, todo en el bosque está muerto, menos mi cuerpo.

La noche llega y no sé cuánto tiempo llevo quieto, solo lloro en la eterna soledad que me dejo el sol, la luna, las estrellas y el infierno.

III

Camino con mis trapos descoloridos, hechos pedazos y con zapatos que no logran estar enteros, tratando de ver que es lo que puedo hacer si nada de mi vida obtengo, y ahora que los colores vivos del bosque vuelven a su tono normal después de dejar hace un momento atrás la vida nueva, pienso en recuerdos felices con mis padres, mi hermano, dando gracias de que sigo despierto, en un horrible sueño pero despierto.
¡Oh Dios! De nuevo tengo miedo, acabo de escuchar un movimiento suave y ligero a mis espaldas, presiento ojos mirando mis huesos, atravesándome perplejos. Quizás es un muerto deambulando, un demonio aburrido de la soledad de los animales y quizás quiera seguir divirtiendo su maldad a pesar del incendio, esto puede ser increíble pero me lo creo, luego de los acontecimientos es difícil no creer en los muertos y en una vida más allá de la cual no soy dueño.
A mí no me importa, estoy listo para todo, freno y me entrego.
Un escalofrió pasa por mi piel, de talón a bello, cierro los ojos estupefacto y bajo mis manos llora lamiendo mis dedos un perro.

IV

Tres años después.

Bajo las escaleras de mi casa con el sueño cotidiano de cada mañana y grito a la vez “¿Cómo estas Jack?” a lo que él se aproxima velozmente y me responde con su lengua afuera y un rugido contento, pues ya sabe que es sábado.
Como cada sábado en la mañana abro la puerta y comienza nuestra caminata o “paseo real” (nombre que asignamos a ese día tan especial de la semana).

Con paso lento lo miro y me voy en mágicos recuerdos.

Aún recuerdo el primer día que llego a mi casa, era un cachorro pastor alemán de la mejor raza pero estaba abandonado a la cruel verdad que lo regia, pues estaba solo en el mundo como yo lo había estado en el bosque cuando la tragedia cómica llego a mi vida.
Jack hizo que mi pena no perdurara, me abrazaba y brindaba felicidad instantánea con todas sus locas payasadas, es así como pasamos durante tres años unidos por lo que quizás fue el destino.

“Bien Jack, llegamos a la plaza, ¡Corre amigo! Somos libres”

V

Fue una noche espantosa.
Yo recostado con tan solo una frazada roja que me cubre los pies, sube por mis extremidades y para de lleno antes de llegar a mi pecho. Siento las aceleraciones apresuradas a pulso de alarma antigua y mi cara es solo agua desparramada de transpiración y lágrimas evaporadas por el frio y caluroso cuerpo mío.
Todo se vuelve borroso en mi habitación, veo cada vez menos pero logro divisar la sombra de Jack y en mi tormento le sonrió ya que ambos nos enfermamos y mis oraciones se escucharon, él con cara de pena me miraba pero al menos estaba bien.
Pobre de mí Jack, creo que quedara solo como lo debió estar antes y siempre, solo espero que me recuerde como lo que fuimos, muy buenos amigos.
Y ahora pienso, pues hace tres años atrás la niebla tuvo razón: “las lágrimas que corren por tu mejilla muy pronto saldrán de alegría”, pero también tenían razón mi corazón y cerebro: “causaras sufrimiento y la niebla es tu enemiga”, pero algo tenían incorrecto, la niebla nunca bajo a mi consuelo.
Adiós Jack, ya no te veo pero te escucho llorar.
Te amo amigo.
Y muero.

VI

Epilogo (narrador en tercera persona)

Andrés ya muerto es visto por su familia al pasar unas horas, y Jack que nunca los ha visto se mantiene escondido viendo cómo se llevan a su dueño y su gloria en él.
Pasaron los días y el pobre perro ya casi muerto de tristeza divisa un olor conocido, era el de su familia.
Sale corriendo sin que nadie lo vea y se esconde en la parte trasera de la camioneta que lo llevaría al cementerio donde fue enterrado el fallecido.

De esta forma Jack llega a la tumba de Andrés, la lame y llora por primera y última vez junto a una hierba colorida que lo extraña y esta ansiosa de contar los secretos del bosque.

La niebla baja, le susurra al oído que duerma y cuando esta acurrucado lo consuela.

Adaptación de la historia original de Benjamín, mi querido y amado sobrino.

Texto agregado el 04-05-2014, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


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