Llovía melancólicamente en la llanura. Ahí vivíamos. Nuestra casa, apartada de las demás, ofrecía una inigualable vista. Yo observaba con nostalgia las gotas que caían por la ventana. Recordé esos momentos mágicos de inspiración que tuve ante la misma escena. Mis mejores escritos salieron de escenas como esas. Cerré mis ojos y dejé que ni fantasía me elevara a las alturas. Me tele transporté con mi mente, usando mi imaginación. Abrí mis ojos. Ya no estaba en la casa. Estaba en la cima de una montaña. Vi a mí alrededor. La vista era inigualable. Un extenso campo verde con violetas, jazmines, rosas y margaritas. El horizonte estaba teñido de naranja por el ocultamiento del sol, cuya corona era el arco iris mas majestuoso que haya visto. Volví a cerrar los ojos. Otra vez viajé. Al abrir nuevamente los ojos ya no estaba en la montaña; estaba en el espacio. Pude contemplar a los planetas en su máximo esplendor. Por tercera vez cerré los ojos y viajé. Esta vez contemplé todas y cada una de las galaxias. Estaba asombrado. Nunca había visto una belleza semejante. Nuevamente cerré los ojos. No quería dejar de viajar. Con mi imaginación traté de tele transportarme a un nuevo lugar, donde el ser humano no se haya atrevido a viajar nunca. Traté y… ¡lo conseguí! Estaba impactado al ver el lugar que mi mente, con la ayuda de mi imaginación, había creado. No sabía por donde empezar, así que decidí ir a donde mis pies me llevaran y…
-¡Hermano, hermano! Ya está el café.
Abrí los ojos súbitamente.
-¿Qué pasó? –pregunté.
-Estabas fantaseando de nuevo.
-¿De verdad?
-Si.
-No lo noté.
Volví a contemplar la lluvia.
-Ya, deja la lluvia. Fantasear no te traerá dinero.
Sonreí.
-Pero mis escritos si.
Fui con mi hermana a la sala. Había 2 tazas con café caliente en una mesita. Se oyó que habrían la puerta.
-Vaya tiempo el de hoy –dijo mi padre entrando con una sombrilla-.
-Lo se. No se puede hacer nada con este tiempo.
-Solo inspirarse –tercié sonriendo.
-Vaya, siéntense todos –dijo mi madre desde la cocina-. Ya les llevo un pesazo de pastel y tu café amor.
Nos sentamos y esperamos a mi madre. En la chimenea había un grato y acogedor fuego. Llegó mi madre y comenzamos a disfrutar ese ambiente familiar. Conversamos, comimos y reímos. En eso sentí una extraña sensación. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Era tal que me paralizó unos segundos. Mi taza de café se cayó y se quebró. Moví mi cabeza y puse mis manos en ella.
-¿Te sientes bien?- preguntó mi madre.
-Sí –respondí-. Me levanté y volví a la ventana. Ya había dejado de llover. Contemplé, con una sensación de deja vu. El paisaje era un enorme campo verde con diversas flores: violetas, rosas, jazmines y margaritas. El sol se ocultaba en el horizonte y era coronado por un hermoso arco iris. Era el mismo paisaje que había contemplado en mi imaginación. ¿Sería obra del destino? No lo se. Lo que si se es que cerré mis ojos. Quería recordar y no olvidar el momento. Entonces pasó. La inspiración cayó sobre mí como un río desbordado. Corrí por mi cuaderno. Regresé con una silla para sentarme. Comencé a escribir un poema. Helo aquí.
I
Gotas de lluvia,
Dulce compañía.
Están en mi alegría
Y en mi melancolía.
II
Hacen volar mi imaginación
A alturas inimaginables.
Me llenan de inspiración
Y de recursos inolvidables.
III
¿Recuerdan aquel paisaje
Que me enseñaron esa vez?
Aquel campo con flores
Y un sol al atardecer.
IV
Gotas de lluvia,
Mis amigas del alma,
Gracias por haber venido
Y estar aquí conmigo.
Miré el poema y sonreí satisfecho.
FIN
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