En la soledad y el silencio de su casa de campo, el iluso de Julián no dejaba de mirar la colina que, frente a la ventana de su habitación, impedía cualquier paisaje posible a su vista.
Solo esa colina, esa colina árida y rocosa.
Nada más.
Más allá de esa colina se encontraba la ciudad, esa ciudad de miserias y virtudes, esa ciudad llena de dramas urbanos hechos a medida para héroes y superhéroes del asfalto, esa ciudad que te atrae y te repele.
Al fin y al cabo, ver la ciudad era mejor que ver esa colina, esa desolación hecha tierra.
Desesperado de su atroz visión decidió emprender la más ardua empresa que se haya conocido. Recordando aquellas palabras bíblicas de que si nuestra fe fuera del tamaño de un grano de mostaza podríamos mover las montañas si se lo pidiéramos, la mujer de Julián se lo encontró una noche repitiendo estas palabras: Por favor, márchate; por favor, márchate…
-¿Qué es lo que haces, Julián?
- Querida, he recuperado la fe. Es lo único que me queda.
Un nuevo día apareció en el horizonte y, ante la ilusa mirada de Julián, la colina ya no estaba.
Pero lo que había detrás de esa colina y delante de la misma ciudad era el vertedero municipal.
Aquella misma noche, la mujer de Julián se encontró a su esposo suplicando: Por favor, colinita, vuelve, seré bueno, te querré y te mimaré mucho… Por favor, colinita… ¡Vuelve!
Moraleja: Deja las cosas tal y como están , que algún por qué deben de tener. Si no, pregúntaselo a G. Bush Jr.
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