Reanimación

Era un escalofrío perpetuo entre sus omóplatos que no parecía acabar nunca y, cuando amagaba con desaparecer apenas un poco, comenzaba de nuevo. Presión en su pecho y vuelta al principio. Dolor, calor, miles de hilos que la sostenían y la anclaban a la realidad, apenas más fuertes que los que la empujaban lejos, en la oscuridad.
Una bocanada de aire perdida y ojos por segundos abiertos, luego en blanco y el pitido eterno, ensordecedor….
Manos que se presionan una y otra vez, un tubo desinfectado recién salido del empaque que se hunde dentro de labios desfigurados en una mueca forzosa, una almohadilla que se infla y se des infla a cada presión de los que se mueven apresurados, buscando no perderla.
Un escalofrió más y el tirón doloroso que siente la morena de pie frente a la camilla, la que mira como a un bizarro espejo a su desmadejada yo tendida en la sábana blanca. Parpadea y está ahora de nuevo acostada, movida por la electricidad de las paletas de vuelta a donde ya no sabe si quiere estar. Hay demasiada luz blanca y molesta, y está ese cosquilleo…
Otro parpadeo y la línea vuelve a ser recta. Ella se cruza de brazos y debate. ¿Quedarse? ¿Irse? ¿Volver? El médico grita por una carga mayor y ella se resiste, pero duele, tira para llevarla de nuevo dentro. Fuerza, luz, tirón, otro choque, cosquilleo.
Con el parpadeo viene la tos por el intruso tubo hipoalergénico en su tráquea. ¿Por qué? Ella se quería ir, ahí dolía demasiado, afuera se podía ver reflejada y ya no dolía. Enfocan una linterna sobre sus ojos de golpe y patalea queriendo alejarse. No la dejan, la sujetan, la mantienen quieta. ¿Por qué? ¿Qué hizo mal?
Parpadea, está fuera y la línea tiesa otra vez. Se mira a los ojos vacíos y vidriados en un último adiós cuando ellos dejan de presionar las paletas contra su piel.

-Hora de muerte, 10.27- decreta alguien y ella ya es libre.