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Nunca olvidaré los ojos de Evelina, permanecen imborrables en mi recuerdo como la primera vez que nuestras miradas se cruzaron.

Era una mañana fría de abril, cuando iba presuroso para no llegar tarde al colegio y encontré en el paradero a Gonzalo, quien estaba acompañado de su hermana menor, Evelina, la que sería el gran amor de mi vida. Saludé a Gonzalo con la cabeza y de inmediato fijé la mirada en esa dulzura que me estaba contemplando, ella de inmediato miró hacia otro sitio, pero yo no dejaba de admirarla embelesado, porque todo en ella me parecía perfecto. Su rostro era ni más ni menos como me había imaginado sería el rostro de un ángel, y su cuerpecito era el de una niña todavía, un capullo próximo a convertirse en una hermosa flor. Una mujercita en crisálida, en vísperas a los doce años y yo acababa de llegar a trece en verano; aunque era algo diminuto para mi edad, tenía la actitud y la soltura de un galán seductor. Sé que la impresioné por mi andar seguro y mirada felina, la misma que me había valido el apodo de “Gato”, no sólo por los ojos claros, que heredé de mi abuelo zaragozano, sino porque a mis padres se les ocurrió la feliz idea de bautizarme con el nombre de Ágato, por el santoral del día en que nací. Finalmente, prefería que me llamaran Gato, porque sonaba menos raro que el nombre que me impusieron y que nunca escogí.

Aquella niña de rostro celestial, con ojos enormes y cautivadores que parecían un par de uvas borgoña entre los pétalos de unos ñorbos, se turbaron ante la persistencia de mi mirada. Aquellos luceros irradiaban curiosidad y asombro, al mismo tiempo ingenuidad y coquetería. Me sentí realmente subyugado ante la vivacidad y el candor de Evelina.

A partir de ese día empecé a escribir poemas inspirado en la inocente musa, me creía Cyrano de Bergerac, escribiéndole a una amada que tal vez nunca sabría que de mi corazón brotaban los más hermosos versos avivados por la llama del amor que en mi pecho nacía.

Evelina, era una chica diferente a las demás, siempre formal, casi nunca salía de su casa, tocaba extraordinariamente el piano, todos los vecinos se deleitan escuchando sus suaves acordes; no tenía hermanas mujeres, sólo dos hermanos: Gonzalo, el mayor de los Corcuera, iba a cumplir catorce y Héctor, hacía poco había cumplido diez; mientras que en mi casa éramos ocho, mi papá trabajaba de chofer en la cervecera Centenario y mi madre era una verdadera amazona habiendo tenido que criar a ocho fieras; yo era el tercero, éramos cinco hermanos hombres y tres mujeres, todos estudiábamos todavía en el colegio, mi pobre hermana Maricela, la que me seguía, era la que tenía que cuidar a la prole cuando mamá salía. Los tres mayores éramos más de la calle, yo generalmente estaba en la puerta de mi quinta, haciendo las veces de vigilante, porque nuestro vecindario era un poco peligroso y al menos mi presencia y la de otros muchachos imponía algo de respeto y no se perpetraban robos en mi cuadra.

Todas las tardes acudía puntual a las cinco, para cruzarme con Evelina en el camino hacia la panadería. Si ella hubiera sido otra niña, la hubiera abordado sin miramientos, pero no quería provocar su rechazo, necesitaba ganarme su confianza. Sólo atinaba a saludarla y ella, dócil y turbada correspondía con una veloz mirada que para mí era suficiente. Ese segundo en que nuestros ojos se conectaban, bastaba para que mi hermosa doncella comprendiera que era a ella a quien amaba.

Aunque para mi corta edad era bastante entendido en cosas del amor, estructuré un plan para acercarme a Evelina sin resultar evidente en mis pretensiones. Todos los viernes jugábamos fulbito en la canchita del barrio, me acerqué a Gonzalo para ofrecerle intercambiar ejemplares de historietas y éste sin titubear me dejó llegar hasta la puerta de su casa mientras hacíamos el canje de nuestros efectos preciados.

La misma operación se repitió varias veces hasta que en una afortunada ocasión salió a recibirme Evelina. El corazón me dio un brinco y empezó a galopar cual raudo corcel presuroso en pos de su potranca. Tuve que respirar profundo para recuperar el aliento. No me salía palabra alguna. Había esperado tantas veces ese momento, pero nunca me había preparado para experimentar una emoción tan profunda.

Ella inició nuestra pequeña charla:
- Hola -me dijo agitando los abanicos que adornaban sus adorables ojos color noche, en que fulguran las estrellas.
- Hola…Ev… Evelina… ese es tu nombre… ¿verdad? -se me trababan las palabras.
- Si, así me llamo y ¿tú? -seguía mirándome y yo estaba como hechizado, no dejaba de sonreírle, porque todo mi cuerpo se llenaba de felicidad.
- Enrique -le dije mi segundo nombre, que es el que empleaba en las ocasiones formales.
- Pero… He escuchado que te dicen Gato -me dijo muy resuelta con mirada pícara, sin dejar de abanicar sus dos inmensos faroles.
- Sí pues, si me dices Enrique voy a pensar que estás dirigiéndote a otra persona -los dos sonreímos festejando mi ocurrencia que de original no tenía nada.
- ¿Vienes a buscar a Gonzalo? -me preguntó y yo le contesté tratando de ser lo más convincente.
- Sí ¿Está tu hermano? -hubiera querido que esos minutos se hicieran eternos para compartir toda mi vida con la mujer de mis sueños.
- No, acaba de salir para hacer una Asignación en grupo -de repente sentí que el destino era generoso conmigo y me estaba dando mayor tiempo para ahondar en sus pensamientos.
- Ah…y tú ¿sales? -le pregunté lanzándome de un clavado a la piscina con zapatos puestos.
- ¡Evelina!... ¿Quién es? -se escuchó la voz de la señora Altagracia, la madre de mi princesa.
- Es un amigo de Gonzalo mami, ya le dije que no está -de inmediato me hizo señas para que me vaya.
- Ya…chau, le dices que vine a buscarlo por favor. Regreso mañana a ver si tengo suerte -le regalé mi mejor guiño y caminé erguido, contorneando las caderas por mis botines con taquito aperillado, orgulloso de haber cruzado palabra con mi bien amada.

El siguiente puente que debía franquear era sin duda la señora Altagracia, solemne dama, de educación conservadora, fiel cumplidora de los preceptos de la iglesia. Todos los domingos iba a misa a las 8 de la mañana, con su mantilla española, acompañada de su esposo y sus tres hijos, todos correctamente ataviados para presentarse ante el Señor.
Aunque yo no iba a Misa desde que había hecho la Primera Comunión hacía tres años, decidí reencontrarme con Cristo y acudí un domingo del mes de junio a la capilla donde la familia de Evelina asistía. Preparé mis mejores galas. Lustré mis zapatos, me bañé y me eché la colonia “Salvaje” de mi papá; por supuesto, también me peiné. Algo que usualmente no hacía porque tenía el cabello bastante rebelde, con dos remolinos que impedían decidir hacia qué lado debía ir la raya. Debiendo usar abundante “Glostora” pues era la única manera de doblegar tan insurrecto pelambre. Eso era algo que no podía hacer todos los días. Sólo porque la ocasión así lo ameritaba me presenté como un Dandy en el templo, ante la sorpresa de propios y extraños que no comprendían a qué se debía el gran cambio.

La señora Altagracia, estaba rodeada de la familia real, a su lado el príncipe consorte, que por coincidencia se llamaba Felipe como el marido de la Reina Isabel de Inglaterra, seguido por el pequeño Héctor y en el extremo iba Gonzalo; al lado de la señora Altagracia, hacia el extremo más cercano a la nave central, estaba la preciosa Evelina, que se veía como una diosa, con un vestido de gasa, adornado por su largo cabello oscuro, peinado con rizos que llevaba hasta la cintura.

A la salida del templo, finalizada la Misa, se apostaba el padre Peter, sacerdote belga, quien había sido el celebrante y tenía por costumbre despedir personalmente a todos los feligreses uno por uno. Me adelanté un poco para saludar al padre Peter, de tal modo que la familia Corcuera me pudiera ver. El padre Peter ni sabía quien era yo, pero igual me saludó como si me conociera de toda la vida. Procuré que mi presencia se hiciera notoria y luego me rezagué para conseguir una golosina en el kiosko de periódicos. Al pasar Gonzalo por mi lado, me saludó. Aproveché para recordarle que no habíamos realizado el intercambio de revistas esa semana y que podríamos hacerlo en el momento. Le pareció buena idea y me acoplé al grupo, no sin antes, saludar a todos muy cortésmente.

Así fueron pasando los días, no pretendí hacer mayor intento por acercarme a Evelina. Sabía que en su casa le tenían prohibido hacer amistad con gente del barrio, así que tenía que ganarme a la familia, de lo contrario mi vida se convertiría en el más cruel de los calvarios.

La oportunidad se presentó cuando un día sábado vi a la señora Altagracia, viniendo del mercado y me ofrecí a cargarle el bolsón que traía colmado de provisiones. Ella, ni corta ni perezosa, aceptó de muy buen agrado y me gané “un gran poroto”. Al llegar a su casa, Gonzalo me relevó en la tarea y la señora de despedida me regaló un racimo de uvas, -que me recordaban los ojos de Evelina. Mientras saboreaba tan dulce manjar, cada grano me sabía a gloria. No dejaba de pensar en que el camino se estaba allanando y pronto terminaría mi tormento.

La siguiente ocasión se presentó muy pronto. Fue de lo más afortunada: Me encontraba a las siete de la noche peloteando un rato en el parque, cuando escuché un grito, alcancé a ver que un desconocido estaba forcejeando con una señora para arrebatarle la cartera. ¡Cuál fue mi sorpresa!... Reconocí que la víctima era la madre de mi amada. En casos así, nadie se solidariza. Los malhechores creen que estamos en tierra de nadie. No necesité pensarlo dos veces, corrí tirando piedras hacia el agresor y éste desistió de su propósito, se fue corriendo pensando que éramos varios los que iríamos contra él. Al acercarme a la señora Altagracia, ésta estaba temblando. Sin embargo, se había defendido como una leona y eso le permitió no perder sus pertenencias. Me abrazó y hasta me dio un beso. Yo no lo podía creer, una señora tan elegante me estaba gratificando de esa manera, sin importarle que estaba bañado en tierra y empapado en sudor. La acompañé hasta su casa y nos abrió la puerta Evelina, estaban sus tres hijos y presurosos la atendieron: Me despedí para retirarme, pero la señora Altagracia insistió en que me quedara para tomar un lonche. No me pude negar y terminamos de pasar una velada inolvidable.

Pasado el susto, a los pocos minutos, todos echamos a reír concluyendo que el ladrón era un infeliz principiante y que había huido presa de espanto, creyendo que todos los que estaban jugando en el parque lo iban a linchar, sin pensarlo habíamos contribuido a su rehabilitación.
- A ese no le van a quedar ganas de regresar – decía a carcajadas la señora Altagracia.
- Sí a todos los ladrones novatos les dieran un buen susto, buscarían que ganarse el pan honradamente –-acoté con convicción.
- En estos casos la letra con sangre entra –-añadió Gonzalo, continuando el toque de humor.

Evelina, se mantenía callada, pero yo sentía su mirada, tenía que disimular y evitar verla a los ojos para no ser descubierto en mis más profundos sentimientos. Mientras tanto, disfrutaba ese momento, en el que me sentía tan ligado a su familia y tan cerca de ella, como lo estaba siempre por el corazón y el pensamiento.

Cuando llegó el señor Felipe, también vio con satisfacción mi presencia y me trató con suave deferencia. Enalteció mi gesto y expuso una extensa perorata sobre los valores cívicos y su importancia en las sociedades desarrolladas.

De esa fecha en adelante, mis visitas a la casa de la familia Corcuera se hicieron más asiduas, ya no necesitaba justificar mi presencia a través de Gonzalo. La señora Altagracia cada vez que me veía en la calle, me invitaba a pasar a su casa para conversar con toda la familia y tomar un lonche.

En realidad, cuando iba a su casa, no tenía oportunidad de conversar con Evelina, ella era muy callada cuando se encontraba en familia. Por otra parte, no podía evidenciar mi interés hacia ella. En aquella época las hijas mujeres eran muy sumisas y debían cumplir las reglas que le imponían los padres, ellos eran los responsables de su formación moral orientada hacia la virtud y el decoro.

Toda la monotonía se rompía cuando Evelina tocaba el piano, realmente se transformaba, era como si el mundo desapareciera para ella y sólo existiera la música. Mozart, Chopin, Beethoven, se confluían al unísono con la tierna y talentosa Evelina. No podía dejar de admirarla extasiado mientras escuchaba las dulces melodías que surgían de sus manos.

Para el mes de Setiembre, Evelina tendría un paseo escolar con motivo de celebrar el inicio de la primavera, accedí a esta información por una conversación que ella sostenía con su madre en una de mis rutinarias visitas a su casa.

- Mami el paseo a Santa Eulalia va a ser este viernes, hasta mañana tenemos plazo para pagar la cuota -le dijo Evelina a su madre.
- Ya, me haces acordar para darte el dinero mañana ¿Me dijiste a dónde van a ir? -preguntó la señora Altagracia.
- Al club de los ferroviarios – le contestó su hija.
- ¿Cómo a qué hora deben estar llegando allá? -seguía indagando la mamá.
- Calculo que a las diez de la mañana a más tardar, se supone que vamos a partir del colegio a las 8, pero siempre salimos más tarde -agregó mi princesa.
- ¿A qué hora estarán de regreso? -añadió la señora Altagracia.
- Calculo que de cinco a seis, esos paseos no terminan tan temprano -enfatizó Evelina.
- Ya, está bien, total siempre vienes acompañada de tus amigas -dijo la madre, en tono concluyente.

Tomé nota de toda la información que proporcionó Evelina y me decidí a darle el encuentro en el local que había indicado. Por ser un lugar público, podría ingresar libremente por el pago de la entrada. Además, me sería fácil ponerme de acuerdo con un grupo de amigos para llegar hasta allá.

Llegó el tan ansiado día del paseo, me percaté que Evelina asistiera a dicha actividad y emprendí el viaje por mi cuenta con dos compañeros del colegio Rigoberto y Bruno. Llegamos al emplazamiento señalado y esperamos a que abrieran para ser los primeros en ingresar.

Efectivamente, el grupo del colegio de Evelina, llegó cerca de las 10 de la mañana, alcancé a divisarla, ella ni se imaginaba que la estaba observando. Llevaba puesto el buzo del colegio y el cabello amarrado en una cola muy alta que meneaba al compás de sus pasos, dejando ver con claridad la armonía de sus facciones en que resaltaba el magnetismo y la potestad de su mirada.
Acompañado por mis socios de aventuras, nos ubicamos en un lugar estratégico, no tan cerca del grupo de Evelina; pero si bastante apropiado para no perder de vista a la inspiración de mis días.

Cerca de mediodía, nos decidimos aparecer en la contienda, mi niña bonita acompañada de tres amigas, se habían alejado del grupo y trataban de cruzar el río; aparecimos de la nada, como los ángeles salvadores enviados por el protector de los justos e inocentes. Cual fue la sorpresa de Evelina que sus ojos se extendieron inconmensurablemente y enseguida estalló en una risa que más que regocijo era la melodía del canto de las aves.

- ¡Gato! ¿Tú aquí? -preguntó entre sorprendida, perpleja y complacida.
- Claro, nosotros también hemos venido de excursión a este sitio, está de moda -atiné a decirle tratando de fingir una mentira tan obvia.
- ¡Qué bueno! Por lo visto las coincidencias existen -contestó en un tono pícaro, sin evidenciar la complicidad de mi historia.
- ¿Quieres cruzar? Te ayudo -la tomé de las manos por primera vez y sentí un temblor que parecía quebrar toda mi humanidad. También pude sentir que sus pulsaciones iban a más de mil y mientras la conducía por el camino más seguro, pudimos cruzar aquel río rugiente que se había confabulado para hacer de aquel lugar, el paraíso ideal de nuestro encuentro.
- Y ahora… ¿Qué hacemos? -me preguntó mostrándose vulnerable y deseosa de aceptarme como su adalid. De inmediato capté el mensaje y tomé la directriz de la expedición. Me sentía como los personajes mitológicos y literarios, esos seres de ficción con el que toda mujer sueña. Estaba absorto en la utopía que había creado mi mundo imaginario.
- Vamos a subir ese cerro, debe ser la cuna de civilizaciones extinguidas -de pronto afloró todo mi talento creativo y atraje la atención de los presentes, quienes se dejaban llevar por el encanto mágico del momento. Estábamos realmente estimulados por la quimera de nuestros sueños y el ímpetu de las hormonas que invadían nuestro ser.

Rigoberto, que era el más corpulento, ayudaba a subir a dos amigas de Evelina, Consuelo y María Gracia. Bruno apoyaba a Iracema, la tercera compañera de mi doncella. Algo rezagados íbamos los dos, adelante Evelina y yo detrás atento por si debía socorrerla en algún traspié inesperado.

La subida se hacía interminable, estaríamos por cumplir cerca de una hora escalando y no encontrábamos el sitio adecuado para descansar. En nuestro ascenso se veía cada vez más distante el local de donde partimos, alcanzamos a ver no sólo ese sitio, sino todos los locales campestres vecinos, podíamos divisar casi todo el valle. Sin embargo, en nuestra escalada reconocíamos lo que sería una ruta antigua, marcada por el paso del hombre.

Al llegar a la cima, ante nuestra fascinación, descubrimos otro universo, al otro lado de la montaña florecían pintorescas comunidades de lugareños, personas que vivían apaciblemente lejos del bullicio de la ciudad y ajenos a la inseguridad que conlleva vivir en un medio tan hostil como es la enmarañada jungla de cemento.

Unos niños muy pequeños, salieron alegres a nuestro encuentro, hablaban una mezcla de quechua y castellano, nos llevaron hasta donde se encontraban unas señoras haciendo sombreros de paja y nos ofrecieron sus creaciones.
- Señorita, llévese un sombrero para protegerle su carita que es tan bonita -le dijo una señora muy joven a Evelina, ella sonrió moviendo la cabeza en una triste negativa que dejaba traslucir su deseo de poseerlo.
Oportunamente, yo había llevado el dinero que ganaba los fines de semana lavando carros en el centro de Lima. Mi padre nos había inculcado que el trabajo ennoblece, infundiéndonos a ganar dinero honradamente desde edad muy temprana, porque a un hombre -según él nos decía- nunca le debía faltar plata en el bolsillo -ese fue el mayor legado de nuestro padre, aparte de nuestro apellido Valladolid: La devoción al trabajo digno.
- Vamos Evelina, pruébatelo, el sol y el viento están golpeándote en la cara -le dije, tomando el sombrero y poniéndoselo sobre la cabeza.
Al instante ante mis ojos vi la imagen de una princesa y el sombrero se convirtió en una corona de diamantes que brillaban tal candiles incandescentes. En ese momento tuve que contenerme para no estamparle un beso en los labios, porque la sentí tan cerca y tan frágil, que sólo por su cándida sonrisa no quise robarle la ingenuidad de sus candorosos 12 años.
- ¿Me queda bien? -preguntó coqueta la inocente niña.
- Claro… Si pareces una princesa -dije algo trémulo todavía impactado por todas las emociones que en mí despertaba aquella muchacha.
- No te burles, si sólo es un sombrero -dijo en tono defensivo porque se estaba turbando ante la impertinencia de mis palabras.
- No, disculpa…está bien…te queda bien… yo te lo compro, es un obsequio -se lo dije a modo de súplica y en desagravio por haberme excedido en tamaña galantería.
- Ah, gracias, me encanta y es cierto que el sol me estaba agotando, ahora me siento mejor, mucho más aliviada -dijo más sosegada mi princesa, mientras yo no dejaba de admirar su hermosura y la gracia natural que la engalanaba.

Seguimos recorriendo aquel hermoso paraje, imbuidos por el encanto de ese bello lugar íbamos haciendo chacota de la odisea que había significado nuestro ascenso por el camino más escabroso que pudimos escoger. Cuando caímos en la cuenta de haber interrumpido la profunda meditación en la que se encontraba un anciano apostado bajo la sombra de un árbol de eucalipto.

- Disculpe señor, buenas tardes, hemos llegado por casualidad y estamos tratando de encontrar el camino de regreso a Santa Eulalia -le dije tomando la iniciativa por considerarme el caudillo del grupo.
- Ah muchacho, tú debes estar enamorado de alguna de estas jovencitas para atreverte a conquistar el mundo sin estar preparado para la guerra -dijo en un tono altivo y a la vez majestuoso por la sabiduría que da el largo paso por la vida.
- Disculpe señor, pero usted a mí no me conoce, yo soy una persona de bien y no tengo más que una sana intención para con estas mozuelas -le increpé cortésmente pero a la vez con energía.
- No, si eso no tendría nada de malo, jovencito, estás en la edad propia del romanticismo, cuando nace el amor puro y sin exigencias -aclaró el gentil caballero.
- Señor, usted parece que no fuera de acá tampoco ¿En dónde nació? -me percaté de sus ojos celestes, casi imperceptibles por el maltrato de los años.
- Nací en Alemania, hace muchísimos años, sufrí los horrores de la guerra y perdí a casi toda mi familia. Luego vine al Perú, hasta que conocí San Gerónimo, que es el nombre de este lugar y aquí he formado una nueva familia, es en esta tierra donde estarán descansando mis huesos hasta el fin de mis días.
- Sí, este lugar es muy placentero, parece que fuera el Edén -remarqué con total sinceridad.
- Muchachos, hacía tiempo que no teníamos visitantes, salvo los cazadores de perdices que vienen dos veces al año, nadie más se asoma por estos rincones.
- ¿Cazadores de perdices? Pero si las perdices son las aves de los cuentos de hadas, yo pensaba que sólo existían en Europa -añadí con desenfado.
- Ocurre que tenemos plantaciones enormes de tunas y las perdices se alimentan de los brotes de las plantas, por eso tenemos que equilibrar el ecosistema y es necesario depredarlas cada cierto tiempo. Hasta acá vienen unos paisanos míos que se encargan de cazarlas, toda la comunidad les da un dinero para que lo hagan, el producto de la caza sirve para alimentar a las familias de la zona por buen tiempo y otra parte se dona a un convento de niños huérfanos.
- Qué bien, ojalá todas las cacerías se hicieran con fines así de generosos -apunté recordando las enseñanzas de mi padre que nos pedía respeto hacia todo tipo de ser viviente sobre la tierra.
- Cuenta una leyenda que un cazador furtivo, de esos que cazan por placer, arribó a este lugar, donde se ha logrado la consonancia entre el hombre y la naturaleza; tal fue la reacción de la madre tierra que ocasionó un derrumbe y lo dejó encerrado en una cueva, su espíritu quedó vagando y su cuerpo nunca fue encontrado. Algunos dicen que su espíritu atormentado no se arrepiente, por eso sus disparos se convierten en truenos que descargan lluvias sellando aún más la salida de la cueva donde quedará atrapado por siempre.
- Vaya que interesante señor -todos escuchábamos embebidos el relato de nuestro interlocutor, pensando que en ese lugar existía justicia y que los cuentos de hadas no eran nada, comparados a la vida en San Gerónimo, donde al final todos viven felices comiendo perdices.

Fue el señor Klauss, que así dijo llamarse nuestro anfitrión, quien nos indicó el camino de regreso, nos llevaría a un kilómetro de distancia del lugar donde habíamos partido.

Al despedirnos, me susurró al oído:
- Estoy seguro que serás un hombre de bien y te casarás con la niña de tus sueños -lo dijo señalando con la mirada a Evelina. No atiné a decirle nada, el candor de mi niña soñada, me hacía renunciar a todas las pretensiones que pudiera imaginar.

Antes de descender, me paré en el borde de la cima y divisé todo el mundo a nuestros pies, elevé los ojos al cielo, tomé de la mano a Evelina y le dije:
- Me gustaría que algún día regresemos a este sitio y tú puedas dar un concierto con la bella música que brota de tus manos -enuncie en tono vacilante y pensativo.
- No te preocupes, algún día cumpliré ese sueño tuyo, te lo prometo, haremos un concierto cerca del cielo.

El viaje de regreso, fue mucho más corto, llegamos cerca de las cuatro de la tarde al club de ferroviarios, los ómnibus estaban todos en fila, esperando por las alumnas para emprender el retorno a sus hogares; alcanzamos el bus del colegio de Evelina cuando estaba a punto de partir. Rigoberto, Bruno y yo nos mantuvimos ocultos para no ser descubiertos por alguna de las autoridades del colegio y cuando vimos partir al vehículo, salimos de nuestro escondite para regresar por nuestra cuenta a Lima.

Evelina, mantuvo en secreto nuestro encuentro en Santa Eulalia, mis visitas a su casa se hicieron más distanciadas, porque me sentía apocado de seguir avivando mi amor hacia aquella niña. La sentía inalcanzable, no por considerarme disminuido ante ella, sino porque su esencia era demasiado angelical para ser turbada por un cariño terrenal.

Por el mes de Noviembre, las cosas se tornaron sombrías en mi hogar, mi madre enfermó a raíz de una complicación que tenía en los ovarios y tuvo que ser intervenida de emergencia, tuvimos que repartirnos el cuidado de nuestros hermanos menores. Recuerdo que muchas veces llevaba a mi hermano Esteban de cuatro años al parque, para que jugara con sus carritos mientras yo peloteaba un rato.

Teníamos a mamá en casa, muy delicada recuperándose de una operación de alto riesgo y nos alcanzó la navidad sin tener nada preparado.
Cierto día cercano a la Navidad, encontré a la señora Altagracia cerca de su casa y me preguntó por el estado de mi madre, le comenté que todavía no estaba recuperada totalmente y que era poco probable que mis padres hayan comprado regalos para mis hermanos menores.
- Pero Gatito, es necesario que todos vayan a la Misa de Gallo y rueguen por la recuperación de tu madre -insistió la doña.
- Si señora Altagracia, eso a mi también me gustaría pero no tenemos silla de ruedas para llevarla -le dije un tanto angustiado.
- De eso no te preocupes, yo te consigo prestada la de una tía, ella tiene varias -concluyó muy resuelta la dama.
- Gracias señora Altagracia, se lo agradeceré enormemente -realmente estaba muy conmovido por tanta generosidad.
Tal como lo había ofrecido, al día siguiente Gonzalo tocó la puerta de mi casa y traía la silla de ruedas que su mamá nos había conseguido.

Esa Noche Buena, todos los Valladolid nos preparamos al encuentro con Cristo, mi papá se puso su mejor saco, los hombres fuimos de cuello y corbata, las niñas con los vestidos más hermosos y mi madre, se veía tan linda con el cabello recogido y pintura en los labios. Había bajado tanto de peso que estaba luciendo el mismo vestido que llevaba en una foto de hacía diez años.
Cuando llegamos ya se encontraban en el templo los Corcuera, voltearon para saludarnos con la mirada y una sonrisa en los labios.
Cual fue nuestra extrañeza cuando al final de la Misa, en el árbol había regalos para cada uno de nosotros, la señora Altagracia se había preocupado de organizar la celebración y sin saberlo, tuvimos la mejor Navidad que recuerde en mis años juveniles.
El regalo más hermoso que tuvimos todos los presentes, fue cuando después del reparto de regalos, Evelina se acercó al piano y nos brindó una muestra de su arte – me sentí transportado hasta San Gerónimo e imaginaba a mi adorada virtuosa dando un concierto cerca del cielo frente a un público que la admiraba extasiado.

Mi madre se recuperó al poco tiempo y todo volvió a ser felicidad en mi hogar, pero algo había cambiado, ya no recargábamos el trabajo del cuidado de los menores en mi hermana Maricela, nos asignamos nuevas responsabilidades y aprendimos a colaborar con la ardua tarea de velar por los más pequeños.

Antes de terminar el verano, cuando me encontraba peloteando un rato en el parque acompañado de mi hermanito Esteban, advertí que se había desplegado un movimiento inusitado en la casa de los Corcuera, había un camión de mudanza y estaban cargando sus enseres. Mi corazón se llenó de aflicción evidenciando que recibiría una triste noticia, me acerqué para averiguar qué pasaba y fue Gonzalo quien me confirmó lo que temía:
- Sí, cuñadito -lo dijo involuntariamente por costumbre- nos estamos mudando, nos vamos a una casa propia, esas que ya están construidas y las pagas en varios años.
- ¡Qué pena! ¡De aquí cuándo nos volveremos a ver! -Le dije, tratando de ocultar mi profunda tristeza.
- Pienso seguir viniendo los viernes a jugar, nos estamos mudando a una urbanización nueva, allá no conocemos a nadie, aquí están mis amigos de varios años, hemos pasado buen tiempo acá, tenemos buenos recuerdos -asintió Gonzalo.
- Quisiera despedirme de tu mamá ¿Puedo pasar? -Se lo pedí tímidamente.
- Claro, más bien a ellas va a ser difícil que las vuelvas a ver -sentí sus palabras como un puñal en las entrañas.
Encontré a Evelina, sentada, pensativa, acariciando uno de sus peluches.
- Evelina, te vas -traté de tragarme las lágrimas que llenaban mis ojos.
- Sí Gatito, ojalá vayas a visitarnos algún día -lo dijo mirándome a los ojos y sentí dolor en sus palabras.
La señora Altagracia, también se me acercó y tuve que despedirme rápidamente, no quería que notara la consternación que me envolvía.
- Señora Altagracia, quería agradecerle por todo lo buena y amable que ha sido usted y todos en su casa para conmigo y mi familia -le dije retomando mi conocida elocuencia.
- Hijito, todo en esta vida es prestado, el mundo da vueltas, cuando yo te necesité tú estuviste allí para protegerme, eso nunca lo olvidaré. Que Dios te bendiga. Cuando puedas ve a visitarnos, dile a Gonzalo que te lleve cualquier día que él esté por acá -me regresó el alma al cuerpo porque llegó a mí un hálito de esperanza.
Lamentablemente, Gonzalo sólo regresó una vez al barrio, así que perdimos el contacto muy pronto, nunca más nos volvimos a ver, pero a mí me mantuvo vivo la esperanza de ver algún día por la calle siquiera por casualidad a Evelina.

Mi hogar empezó a prosperar cuando mis hermanos mayores y yo terminamos el colegio y nos pusimos a trabajar, nuestros hermanos menores estudiaron profesión y más adelante nosotros retomamos los estudios para terminar siendo profesionales todos.

Han pasado treinta años desde la última vez que vi a Evelina y hoy tuve la primera noticia suya en todos estos años, encontré una nota por internet donde anuncian la llegada a nuestro país de una gran concertista nacional que triunfa en Europa, Evelina Corcuera, mi adorada Evelina, la misma musa de mi adolescencia, estará de regreso en nuestro país y tendré la oportunidad de verla.
Me invaden demasiadas inquietudes y temores, todavía estoy soltero, tengo una hija de nueve años, pero nunca pude consolidar una relación con su madre.
Ahora las mujeres no quieren casarse, prefieren luchar por su libertad, desarrollar una carrera profesional, conseguir logros individuales, donde no pueden vivir supeditadas a tomar decisiones en pareja; tanto hombres como mujeres no están dispuestos a ceder, a renunciar; cada uno vela por sus propios intereses y proyectos, todos hemos aprendido a vivir en soledad. Tal vez yo también haya aprendido a manejar mi soledad, porque al final, tengo mi trabajo, mis amigos, mi familia, una hija que es la razón de mi vida -a la que me hubiera gustado llamar Evelina, en recuerdo al gran amor de mi vida, pero fue su madre quien decidió qué nombre ponerle. Sin embargo, sigo añorando aquella época cuando niño y soñaba con desposarme con la mujer ideal. Me siento tan nervioso, no se siquiera cómo será Evelina, ahora es una persona distinta, ya no es la niña que dejé de ver hace tres décadas. Todavía escucho su risa que para mí era el canto melodioso de las alondras y sus hermosos ojos, con las pestañas tan largas cual ñorbos en primavera.

He decidido hacerle llegar el más hermoso ramo de flores a su camerino en el Teatro donde se presentará, espero que ella también se emocione como yo al saber que a través de todos estos años he seguido siendo su más ferviente admirador.

Ha llegado el gran día, hoy se presentará Evelina en concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional, es un concierto de gala y debemos acudir con smoking, después se brindará una recepción en la casa del embajador de Polonia, país donde ella reside desde hace veinte años.

Allí está en medio del escenario, tan bella y diferente, parece otra persona, se ha convertido en una hermosa mujer, mantiene su hermoso cabello oscuro con ondas que le llegan hasta la cintura y sus ojos… ¡Sus ojos siguen siendo los mismos!... Cómo quisiera que me vea. Bueno, aunque así sea, no me reconocerá, han pasado tantos años y yo también debo lucir totalmente cambiado. No sé, estoy demasiado ansioso… ¿Qué pasará cuándo acuda a buscarla a la salida de su presentación? ¿Se alegrará al verme?
El concierto ha sido apoteósico, si hace veinte años tocaba como los ángeles, hoy su música es una total fascinación, el público ha aplaudido de pie cerca de quince minutos, es un verdadero orgullo para todos los peruanos.

Estoy frente a su camerino y he sido anunciado, sigo esperando para poder pasar a saludarla. De repente se abre la puerta y quedo anonadado por tanta belleza, ¡es ella! mi Evelina adorada. Nos fundimos en un profundo abrazo que es más elocuente que todas las palabras que pude haberle dicho y siempre callé por respeto a su candorosa juventud. Siento en este momento que nunca dejé de amarla y que siempre fue la mujer que esperé para que sea mi compañera para toda la vida.
- Gato, gatito, mi buen amigo ¡Nunca fuiste a visitarme! -Me dice. Sus palabras suenan a reclamo, a consuelo y a la vez marcan distancia con el consabido “amigo”.
- Evelina, éramos unos niños y no estábamos acostumbrados a luchar por lo que queríamos, la vida todavía nos guardaba innumerables caminos -espero que entienda el trasfondo de mis palabras.
- Gatito, pudiste haberme ido a ver aunque sea sólo una vez. Pero eso ya no importa, espero que de hoy en adelante no nos volvamos a separar -No sé si lo dice todavía como “amigo” o me está dando el momento que necesitaba para atacar.
- Evelina ¿Estás casada, estás comprometida, tienes pareja? -tenía que asegurarme antes de lanzarme por la borda.
- No, para nada, ahora es preferible estar sola -esas palabras sonaron más huecas y falsas, son un grito de auxilio en la oscuridad, éste es el momento que he esperado toda mi vida.
- Evelina, yo siempre estuve muy enamorado de ti, sufrí mucho cuando nos separamos, pero yo tenía que respetar el tipo de crianza conservadora que te daba tu digna familia. Nunca encontré oportunidad para acercarme a ti nuevamente, he vivido todos estos años viviendo por tu recuerdo y el inmenso cariño que nació cuando era un tierno adolescente, se mantiene intacto. Lo único que necesito es que me des la oportunidad de hacerte feliz como siempre fue mi sueño, ya no quiero conocer a nadie más, he conocido mucha gente, sólo te quiero conocer a ti, como mujer, porque tu alma sigue siendo la misma, tu espíritu generoso, frágil y candoroso nunca cambiará –se lo digo mirándola a los ojos y mis palabras fluyen como una fuente inagotable de ideas que han aguardado una eternidad.
Evelina se mantiene en silencio, no dice palabra alguna y estoy al borde de un colapso, hasta pienso que he cometido un infortunio y que Evelina puede ser lesbiana. Ya no quiero seguir pensando, mejor insisto.
- Evelina, por favor dime algo, recházame de una vez o dame siquiera la oportunidad de conocernos.
De repente, echa a llorar y me confiesa entre sollozos:
- Gatito, yo soy la que he vivido por tu recuerdo, empecé a darme cuenta que estaba enamorada de ti, cuando nos mudamos y yo también viví soñando con encontrarte algún día. He tenido varios romances, pero ninguno me hizo sentir tan protegida, amada y respetada como ese impetuoso niño de vivaces ojos claros que me inquietaron desde la primera vez que nos vimos en el paradero. Todo este tiempo en el extranjero viví pensando en regresar algún día a mi patria como triunfadora y dar a conocer aquel rincón cerca del cielo, en San Gerónimo, donde nunca me diste el primer beso y desde donde pienso dar el mejor concierto de mi vida, como te lo prometí ese día. Todavía conservo el sombrero que me regalaste, me ha acompañado por todos los lugares que he visitado -esas palabras me llegaron a lo más profundo de mi ser.
- Evelina, si tú me lo permites quiero que seas mi esposa –no es necesario pensar lo que estoy diciendo, ya que es lo que he deseado toda la vida.
- No tengo ni que pensarlo… ¡Sí!... ¡Sí!... ¡Sí!... Mil veces sí y quiero que nuestra boda sea transmitida a todo el mundo por internet, quisiera casarme en San Gerónimo y que el señor Klauss sea nuestro testigo -basta mi muñeca de porcelana, mi musa ensoñadora, mi tesoro, sólo tengo una manera de callarte y es dándote el beso que nunca te di.

Nos fundimos en un beso infinito, soñando con lo que será nuestra vida juntos de aquí en adelante.

Texto agregado el 30-04-2014, y leído por 117 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-04-2014 Excelente pieza, pero una recomendación: separa más los textos, sobre todos los diálogos. si lees un tremendo bloque cansa la vista y al final todo resulta ser menos grato. CCHP
 
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