El fantasma de un hidalgo quijotesco y narizón cabalgando su rocinante mas hueso que caballo hace audiencia en mi cuarto, numerosas son las noches de desvelos que por su culpa llevo, su conciencia dice el no descansa por la pena y lamentos que le causa el hecho de ver morir el lenguaje, el intelecto y la imaginación en un muladar de estropicios inmigrantes inventores de desastres: juegos, vicios y aparetejos que no dejan ya espacio para el buen arte, como parte de una estrategia de embrutecimiento mundial; promulga en su lenguaje de castilla más antiguo que mi tatarabuelo con tantos romances y barroco de por sí con la gallardía de un cid campeador y una retahíla de poemas de amor me instiga a ser un revolucionario de letras, un caballero e hidalgo romántico trovador.
Y como hago le digo que no en mi delirio, si esta fiebre de amor desahogo en cada canción, poema o narración que el viejo me lee y abona en cada noche a mi creciente ilusión, él quien más apropiado para hablar de amor, si jamás fue correspondido mas jamás hubo desertado, que la buena pelea nunca se deja dice el viejo en gran sonrisa, y me lleva con sus aventura a querer pugnar con los gigantes, cantarle a la luna de plata, a una rosa a una tal Dulcinea y cuanta otra cosa que parezca bella.
Una noche me sorprendió mi padre hablándole al pie de la cama y de una encendió la luz dejando mi locura en expuesta y en vergüenza, mandándome a dar un baño y que dejara de fumar hierba, pero no soy burro contesto yo, solo hablo con mi amigo de armadura oxidada y obsoleta, cual amigo os corrió la tuerca, me dejas de leer tanto libro y salís a montar bicicleta.
No hubo tutela ni denuncia ni fallo a mi favor que le convenciera, de lo contrario a mi progenitor todos los libros me los quemo, ahora aquí ando hoy escribiendo para leer mis propios cuentos y los del fantasma del viejo hidalgo que en noches de plenilunio viene a charlarme de las historias de su escudero y su asno.
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