Dos sujetos. Uno de nombre Paul Ceraso, de origen colombiano. Un traficante importante del cual Iván conocía de su existencia por Apache, un revendedor de poca monta que ya había estado preso más de una vez por posesión y venta de estupefacientes cerca de las escuelas. No había sido mucho, solo algunos gramos de cocaína y un par de kilos de marihuana. Solo había escuchado, por su boca, que le gustaba los autos lujosos, la ostentación y las venganzas sangrientas. El otro sujeto, Daniel Reyes, era argentino. Dueño de varios locales nocturnos por la ciudad. Se le atribuían varios prostíbulos ilegales, venta y distribución de drogas, pero aún no habían podido encontrar pruebas en su contra. Lo que Iván, junto con el Teniente Salas debían hacer, era investigar acerca de lo que estos dos sujetos estaban tramando, ya que se los había visto juntos muy seguido últimamente y se quería erradicar a ése colombiano de las calles. Se necesitaba una investigación profunda y solo Iván podía hacer eso al detalle, pero lo que él aún no comprendía, era la presencia de ése sujeto al cual lo había atado su jefe. ¿Acaso era que alguien de arriba ya no confiaba en él? ¿Sería que estaban investigándolo por alguna causa? Ésas eran las preguntas que rondaban por su azotea y que no lograba responderse.
Una chica bailaba sobre una pasarela con un top negro que apenas cubría sus pechos y una muy corta minifalda que era lo mismo que la llevara puesta, o no. Un cinturón con adornos plateados vestía su joven cintura, que meneaba al son del reggaetón de una manera efervescente. Daniel Reyes se deleitaba mirándola, relamiéndose, mientras disfrutaba un Jack Daniels, sentado junto a la barra. A cada lado de él, había dos sujetos musculosos y atentos que cuidaban de él. Levantó su mano derecha llamando la atención de uno de los barmans, mientras veía a la joven abandonar la pasarela junto a un grupo de amigas.
-¿Señor? –sonreía esperando una devolución.
-Mandale un champagne a la mina de allá. –señalo a la ardiente bailarina que reía junto a sus amigas. –la de pollerita corta. Decíle quien se la manda. –el barman asintió y fue directamente a entregarle esa ofrenda a pedido de su jefe. Sonrió levantando su vaso en cuanto vio que recibían su regalo, vislumbró en ella, un amable saludo de agradecimiento y una enorme sonrisa que denotaba conformidad.
Iván ya estaba harto de pasar horas dentro del auto junto al teniente, que no paraba de hablar, contándole con respecto a casos que decía que él mismo había resuelto, sin la ayuda de nadie y específicamente, de un caso del que estaba particularmente orgulloso y del cual se había hablado durante mucho tiempo. Salas, había logrado atrapar a siete cabezas del narcotráfico, los cuales también estaban sospechados de traficar humanos hacia otros países. Se había encontrado quince kilos de cocaína, crack y otras drogas fuertes, más diez toneladas de marihuana dentro de un contenedor en el puerto de la boca. En otro contenedor, se habían encontrado los cadáveres de 35 mujeres jóvenes, destinadas a ser esclavizadas en prostíbulos y que no habían podido lograr sobrevivir dentro de ésa caja metálica. Algunos dijeron que habían sido envenenadas poco antes de ser descubiertas, otros, que el aire se había terminado y que habían muerto asfixiadas. Lo que Iván pensó, el día mismo que se enteró de ésa noticia, fue que la policía no había actuado correctamente y habían dejado morir a ésas jóvenes. El solo hecho de imaginar la agonía producida por el fétido olor de la muerte encerrada en ese lugar, junto a ésas jóvenes, le daba impotencia.
-No te he visto reír. –dijo Salas observando el duro perfil de Iván y tras un largo silencio, continuó. –Un soldado le dice a su cabo:
-Señor, no cabo en la trinchera.
-No se dice “cabo”, se dice “quepo”.
-Sí, mi quepo. –Salas estalló a risotadas de su propio chiste, observando la seriedad de Iván.
-Es triste. –dijo. –que el soldado sea estúpido, pone en riesgo a todo un regimiento. –Salas puso fin a su risotada espontánea.
-¡Bha! Que poco humor. –se quejó por el comentario de Iván que continuaba inmutable ante las palabras de Salas.
La noche continuaba su curso y ellos continuaban estacionados frente al portal de entrada del boliche bailable. Algo hizo que Iván se pusiera en alerta. Observaba por el espejo retrovisor, una mujer escabulléndose entre autos estacionados detrás del suyo, ocultándose de algo o alguien. Esperó a ver que intentara robar uno de esos autos, pero solo se acurrucaba junto a los autos y asomaba su cabeza por unos instantes y se ocultaba.
-¿Qué pasa? –preguntó Salas observando con atención a Iván.
-¡Sh! –le indicó y se deslizó evitando que ella no lo viera.
Ella continuaba auto tras auto y justo en el auto de Iván, se detuvo apoyando su espalda en la puerta trasera. Sacó algo de su bolso y con rapidez se incorporó viendo su reflejo del vidrio, quedando muy cerca y de frente a Iván. Iván casi no lo podía creer. Volvía a ver a ésa mujer mucho más de cerca de lo que habría imaginado que podía llegar a estar alguna vez. Después de una semana, aun recordaba su figura en un corto vestido de noche.
-¿Qué está haciendo? –preguntó Salas observándola. Iván llevó su índice a sus labios, silenciándolo.
Andrea acomodó su sostén, arregló su falda, le hizo un breve arreglo a su cabello y se asomó mirando hacia el portal del boliche. Sin desearlo, Iván quedó hipnotizado por sus ojos avispados y perdió el objetivo de lo que estaba haciendo en ése lugar. Volvió en sí, en el momento en que la vio salir con prisa, cuando un auto se estacionó en doble fila frente al portal. Las carcajadas de Salas volvían a irritar su calma.
-¡Se coló! –dijo casi a los gritos dentro del auto y fue lo que colmó a Iván y lo impulsó a salir del auto. -¡Hey! ¡Dónde vas! No podemos interferir. –escuchó la voz Salas y lo ignoró continuando su escape. Notó que fue detrás de sus pasos por el sonido de la alarma del auto activándose.
Un hombre fornido se paró frente a él impidiéndole el paso hacia el interior.
-No puede pasar. –dijo el sujeto con sus brazos cruzados. Iván podía ver que el patovica le sacaba unos quince centímetros pero su orgullo le impedía retroceder.
-Grandote, movéte o te llevo por obstrucción a la justicia. –dijo en tono autoritario y con su voz firme.
-No creo. Si quiere entrar, va a tener que pagar como todo el mundo y es un lugar que se reserva el derecho de admisión. Estamos a tope y no lo puedo dejar entrar.
Iván resopló llevando su mano a la billetera. –cuanto. –dijo resolviendo de manera rápida algo que debía ser fácil.
-Ciento veinte. –el patovica estiró su mano esperando su tributo con una sonrisa y una vez que obtuvo su dinero, estiró su mano hacia atrás indicándole una ventanilla. –por allá le van a dar su entrada. –dijo sonriendo.
Iván supo que le había dado el dinero a la persona equivocada pero no le importó demasiado, solo quería escapar del Teniente Salas al que escuchó indicándole al patovica que venía junto con él. Se pudo relajar una vez que supo que Salas se había quedado en el portal sin poder entrar. Se sintió liberado de él y continuó hacia el interior inundándose de la penumbra del interior. Rápidamente logró discernir el lugar en donde estaba Daniel Reyes. No fue difícil encontrarlo, ya que se destacaba en un palco VIP dentro del antro. Vio que lo rodeaban varias mujeres muy jóvenes. Calculo que debían tener, más o menos, 20 años. Se internó un poco más dirigiéndose hacia la barra principal, abriéndose camino entre jóvenes saltando y gritando al son de la música y se sentó en la barra aguardando el momento de poder pedir un trago.
Daddy Yankee sonaba fragoroso. Un par de jovencitas se acercaron a Iván. Reían y meneaban sus cinturas junto a la barra, gritando al barman que hacia lo que podía dentro del antro. Inevitablemente, los ojos de Iván dejaron de lado a Reyes. Se giró sobre su asiento mirando a dos mujeres por detrás, con más comodidad. Ni bien, Iván notó que las jovencitas a su lado recibían lo que ellas querían, aprovechó y pidió un whiskey doble.
Pasó un rato. Nada de relevancia sucedía. Era otro día más de aburrida rutina. Iván se descubrió un par de veces con la visión de aquella mujer pintando sus labios a través del cristal, a unos centímetros de él. Tuvo la necesidad de descubrir quién era y desentrañar los misterios que mantenían despierto su interés por ella.
Andrea paseaba de un lado al otro en busca de descuidos. Algo de tos de vez en cuando por su reciente gripe y algo de malestar hacían que algunos intentos salieran fallidos. El dolor en su cuerpo no de dejaba deseos de conquistar a ningún hombre y sabia que estando en esa situación, nadie iba a querer llevarla a su departamento. Con algo de cansancio y con una repentina explosión de tos, la llevo a ir en busca de un trago. Vio a Iván observando hacia la parte superior con atención desde el otro extremo de la barra. Otro acceso de tos, descartó la posibilidad de conquista.
-¡Hey! Hacía rato que no te veía. –el barman la recibía con un daiquiri recién preparado.
-Estoy enferma. –le respondió recibiendo la pequeña copa. -no tenés nada para la tos. ¿Cierto? –a duras penas podía hablar en voz lo suficientemente alta.
-Estás mal. –ella asintió como si él se lo hubiera preguntado. –deberías ir al hospital.
-No. Lo único que necesito es algo que me saque la tos y todo va a estar bien. –aseguró sacando un pañuelo de papel de su cartera. -¡y estos mocos que no me dejan en paz!
El barman sonrió viéndola protestar. Buscó algo debajo de la barra y se lo entregó en la mano. –Sos única. –dijo y se retiró hacia otro lado de la barra, un cliente le gritaba desde el otro extremo, exigiendo atención.
Andrea abrió su mano descubriendo un inhalador. Miró hacia el barman y le regaló una sonrisa de agradecimiento. Iván ya la había encontrado y había alcanzado a ver un intercambio que solo se podía tratar de una cosa. Continuó observándola pero con otra opinión sobre ella. Andrea se dio la vuelta y se dirigió hacia el baño. Iván no necesitaba más pruebas y descartó la posibilidad de ir en busca de las respuestas que merodeaban por su cabeza y embroncado por los vicios que adquirían las personas. La mirada hacia el barman no fue la misma.
A unas cuadras del boliche, un sujeto muy delgado sucio y con rastas, manejaba un Chevy sin capó, la amarillenta pintura estaba quemada por el sol y el paso del tiempo había descascarado parte de la carrocería dejando un color rojizo. El motor bramaba muy fuerte y dejaba una estela de humo a su paso. Doblo en la esquina y los lisos neumáticos chirriaron haciendo eco en las cuatro esquinas y se detuvo al estar bien frente al portal del boliche. Salas a penas levantó su mirada, estaba más entusiasmado en revisar la guantera del auto de Iván. Había descubierto una pistola Beretta 7,65 mm Browning. En una cacha tenia las letras “I.L.” en la otra, una frase que decía: “El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.” Por debajo de la frase tenía un As de pica en platino incrustado El teniente Salas nunca entendería esa frase sin conocer la historia.
Fue Héctor Lanzi quien había hecho hacer ésos detalles en un intento de recompensar otras cosas perdidas. Quizás no le habría demostrado cariño a su sobrino, porque él pensó que era mejor criarlo de ésa manera, pero jamás dejó que le faltara nada y siempre veló por su educación y salud, orgulloso de su único sobrino cuando finalmente lo vio convertido en un hombre.
El sujeto bajó dejando el auto en marcha y con prisa entro por el portal. El patovica no lo vio. No se detuvo hasta no estar frente a Reyes que al verlo se alertó abandonando a las chicas que lo rodeaban, en busca de un lugar con más privacidad. Iván lo siguió con la vista, pero al tener tan claras las órdenes de no intervenir, se quedó junto a la barra. Volvió la vista y Andrea simulaba esperar a alguien mientras movía nerviosamente una mano a uno de sus lados y meneaba su cadera, siguiendo el ritmo de “She Doesn't Mind”. Un par de jóvenes se acercaban, ella dio un par de pasos y chocó adrede con ambos fingiendo ebriedad. Mientras sonreía, logró extraerle de sus bolsillos, ambas billeteras. Iván la observó sorprendido por la habilidad de ésa mujer, bajó su vista diseñando algo que le permitiera arrestarla sin ser detectado por personal del boliche. Ya estaba, no se le podía ocurrir otra cosa que ir él en su búsqueda y hacer que ella se expusiera quitándole su propia billetera, con el riesgo de perderla si algo complicaba todo. Sacó su billetera, contó setecientos pesos más cambio chico y caminaba fingiendo continuar contando su dinero a paso lento y desprolijo, chocando con una o dos personas. Guardó su billetera nuevamente. Entrecerró sus ojos, se aseguró de que ella lo había visto y siguió caminando. No fue difícil hacer que ella con la misma sonrisa intentara quitarle la billetera. Al sentir que ella tomaba la billetera, Iván tomó la mano extractora con firmeza y levantó su mirada.
-Estás arrestada. –dijo en tono firme. Dio un paso hacia un lado y allí estaba su pequeña mano sosteniendo la billetera. Sintió su mano muy cálida y suave. Andrea ya no sonreía, sostenía una expresión de sorpresa y miedo, miedo por haber sido atrapada, porque sería arrestada.
Sus ojos se movieron de un lado al otro buscando algo que pudiera hacerla zafar de él. Con un movimiento engañoso, giró su mano, se presentó frente a él volviendo a mostrar su sonrisa y en cuanto Iván se descuidó, su rodilla empequeñeció a Iván dejándolo inmóvil con un golpe sus piernas.
–Eso es lo que vos pensás. –le dijo viendo a Iván de rodillas, sosteniendo su estomago y testículos, quejándose con un sonido gutural que salía de su garganta. Intentó volver a tomarla de una pierna, pero el dolor era demasiado fuerte, y no logró moverse.
Andrea solo salió muy deprisa intentando no llamar la atención, pero ni bien cruzó el portal, vio el Chevy en marcha, como si ése auto estuviera allí en ese momento solo para ella. No dudó ni un instante. Rodeó el auto por la parte trasera y entró en él como si fuera su propio auto. Aceleró y ante la atónita mirada del patovica, el auto desapareció en la esquina. Iván al recuperarse un poco de ese golpe, decidió que era en vano perseguirla y tampoco lo haría por su deber principal, que era observar a Daniel Reyes y su entorno. Cuando regresó la vista hacia la oficina de Reyes, el patovica hablaba con Reyes y éste lo escuchaba atento. Vio al joven de rastas decirle unas palabras y vio a Reyes enfureciéndose con ambos. Podía adivinar que les gritaba y hasta podría jurar que podía escuchar sus gritos, aun con el alto volumen del boliche. Reyes de inmediato enfiló hacia el portal con mucha prisa. Como ya no tenía nada que ver en el interior, siguió a Reyes por su parte. Al salir podía escucharlo decirle a ambos: -¡estoy rodeado de inútiles! ¡Me harían un favor si aparecieran en una zanja pudriéndose! ¡No puedo creer que perdieran ese auto!
-¿Viste lo que pasó? –pregunto Salas. Iván negó en silencio esperando ocultar el reciente incidente. –creo que tiene que ver con el Chevy. –dedujo. –creo que alguien se lo robó. Era de esperarse. –Iván aguardó observando a Reyes.
-¿De qué auto hablas? –dijo esperando una respuesta concreta de su parte.
-Un Chevy viejo. No vi bien, pero creo que se subió una mina y se fue. Menos mal, ya estaba intoxicando a toda la cuadra. Ja ja. –rió solo. – ¿y la chica?
-Se fue, supongo. La encontré tratando de robarle la billetera a alguien y cuando la quise detener, se desapareció. –Iván aun sentía el dolor que ella le había causado.
La persecución del auto de Reyes lo levó hasta la autopista, pero su Fiat sedan, no podría competir con una cupé Audi. En el momento en el que la cupé tocó la autopista, desapareció del alcance de ellos. Por más que Iván pisara el acelerador, no podría seguirlo.
-Lo perdimos. –dijo finalmente. –vamos a tener que hacer guardia en su casa hasta que vuelva a aparecer o ir de un lado al otro hasta encontrarlo.
-Con lo que siento que estuviste tomando, creo que va a ser mejor que nos vayamos a dormir. –Iván miró a Salas de reojo.
-¿Pensás que no puedo manejar o estás insinuando algo?
-¡No, no! Sé que podés manejar y no insinúo nada, pero si nos paran en un control, estamos…
No terminó su oración, no se atrevió al ver al final de la autopista, autos que aminoraban la marcha y algunos que intentaban dar marcha atrás. Iván fue el que recibió la reprimenda más grande. Nunca había visto al comisario Raúl Lambar gritándole de la forma que lo estaba haciendo. La comisaria completa se enteró de su detención por intentar evadir el control de alcoholemia, su mal carácter con los agentes que lo habían terminado reduciendo y lo apresaron por insultarlos y golpearlos por resistirse a entregar su auto. También lo reprendió por haber perdido a su objetivo. Iván tenía la mirada fija en el piso y asentía una y otra vez como cuando era un niño sin una excusa.
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