[Tomado de wikipedia: "Colocasia esculenta es comúnmente llamado taro (del tahitiano), raramente llamado kalo (del hawaiano) o cará en Brasil y malanga en Puerto Rico, Guatemala, México, República Dominicana, Honduras, y Cuba. En Nicaragua se conoce por "quequisque o quiquisque". En las Islas Canarias, Colombia y Costa Rica se conoce por "ñame" aunque este término se refiere normalmente a otras plantas comestibles del género Dioscorea. En Venezuela se le conoce como ocumo chino, en Panamá como otoe, y en Sudáfrica se conoce como madumbe."]
Del gobierno de Lanju.
Y Kaumi volvió a Nahu'ai. Repartió el beneficio tal como se había decidido y volvió a su casa con su recién adquirida riqueza. Solo pudo disfrutarla por un tiempo. Lanju descubrió al fin de dónde y cómo habían sacado tantos sus nuevas posesiones y les confiscó sus posesiones. Según su lugar en la sociedad, incluso fueron hechos presos o muertos, salvo aquellos que tuvieron ocasión cierta de escapar. Lanju alegaba que habían roto sus disposiciones respecto a los cocos.
Lanu rogó por ellos y especialmente por Kaumi, pero Lanju hizo oídos sordos. No era la primera vez que ocurría algo parecido y no contribuyó a hacerle popular entre los suyos. La suerte que tenía reservada a Kaumi, a quien consideraba el principal responsable no era de envidiar. Pero Kaumi, advertido a tiempo, logró escapar a la isla de Riwu. Lanju exigió al jefe entonces gobernante en Riwu que se lo entregara pero éste se negó.
Kaumi pasó unos años en Riwu, ganándose la vida primero como pescador primero y como comerciante después, gracias a que había llevado consigo el mapa que le entregara Tama-eiki. Pero Riwu no ofrecía, ni mucho menos, las posibilidades de Nahu'ai. Lanu, cuyo culto empezó entonces en Riwu, seguía viéndolo siempre que podía. Gracias a ella se enteró de los acontecimientos que ocurrían en su isla.
Al final, fue una suerte para Kaumi no encontrarse en Nahu'ai. Pues no mucho tiempo después de su marcha, los Narun se lanzaron sobre ella. Hay quien dice que arribaron en una canoa que encalló en la costa con toda su tripulación muerta. Mucha gente enfermó y murió. Los Narun no respetaron a la gente de Konju, ni a la de Konay, ni a la de Komo ni a los bubantos.
No le gusta a nadie hablar de los Narun, pero vamos a detenernos un poco con ellos. Normalmente son invisibles a los ojos de la mayoría de los mortales. Si alguien los ve, verá una especie de personas altas y delgadísimas, todo piel y huesos, de ojos oscuros y sin nariz. Andan hacia atrás, aunque hay quien dice que lo que hacen es flotar sobre el suelo siempre de espaldas. Llegar a verlos es signo de muy mal agüero. Les gustan los lugares empantanados e insalubres y la suciedad. El sol y el fuego los matan. El agua limpia los detiene. Hay quien dice que existen hechiceros capaces de convocarlos, pero es una locura hacerlo, pues son incontrolables y les gusta hacer el mal. No respetan la raza, el sexo, la edad ni la condición social. Su origen es discutido. Se ha dicho que son una creación de Puna, pero cuesta creer que incluso ella pueda ser tan malvada. Para otros, es la forma como trataría de escapar de ella la gente que ha sido especialmente perversa en vida. Lo cierto es que nadie lo sabe y que nadie está demasiado interesado en saberlo.
Cuando los Narun desembarcaron en Nahu'ai, puede que en busca de Kaumi, Lanju no supo reaccionar. Su principal aliado era el dios-piedra Ari, a quién pidió consejo. Este lo envió a Iwaké, que entonces era el dios del fuego. Este moraba en el volcán que después ocuparía Lapei, hija de Lanu. A Iwaké no se le ocurrió nada mejor que enviar una erupción destructiva que sí que puso en fuga a los Narun, pero a cambio de matar a más gente aún. Lanju no se lo reprochó y celebró haberse librado de los Narun con grandes muestras de regocijo. Y mandó dar culto a Iwaké desplazando a Lanu y Ronu, violando así el acuerdo al que habían llegado con los Primeros Hombres.
El principal jefe guerrero de los bubantos era Ondo, que era fiel a Ronu. No tomó medidas contra Lanju porque Komo y Konay seguían rindiendo culto a las deidades gemelas. Pero luego Lanju se autoproclamó señor de toda Nahu'ai. Los de Komo protestaron, pero eran demasiado pocos para oponerse a Konju. Konay dudó de esa pretensión. Fue Ondo el que proclamó que ningún bubanto iba a reconocer sus pretensiones.
Mal aconsejado por Ari, Lanju decidió entonces reclutar guerreros extranjeros para reforzar a sus tropas, listos para atacar a Konay y los bubantos y casarse con su propia hija “para crear la dinastía más pura sobre las islas del mar océano”.
Así llego el decimotercer festival de Ronu. Hacía mucho que Lanju no acudía a conmemorarlo. Pero esta vez fue el propio Ronu quien se presentó en las bodas de Lanju con su hija, no de buen talante. Interrumpiendo la ceremonia dijo:
-Te has complacido y te complaces en romper todos los pactos sagrados. Has traído a mi isla, que no es la tuya, la miseria y el descontento. Has sido y eres un tirano. Y ahora, te quieres hacer superior a los dioses. He venido a darte una última oportunidad de rectificar. De lo contrario, tú serás el responsable de las consecuencias.
-¡Ah, diosecillo! -Contestó Lanju- Esta es mi isla y yo estoy por encima de las normas que impones a tus bubantos. ¡Soy el mejor de los míos y ay de ti si no quieres reconocerlo!
-Muy bien. –Proclamó Ronu- A partir de ahora, ya no tenemos nada más que decirnos.
Al día siguiente, Ondo se levantó con su gente y se desencadenó la primera guerra que se recordaba desde los ya remotos tiempos de Aroba, cuando el mundo era joven y la muerte no existía. Konay se puso del lado de Konju y Komo. Pero Ondo fue incapaz de reunir a todos los bubantos a su lado.
De la infancia de Kiv
Desde la primera ocasión en que fue capaz de razonar, Kiv se dio cuenta que algo no encajaba en su familia.
Su padre, que tenía un dedo de menos en el pie izquierdo, lo cuidaba con la ayuda de una madre que le resultaba difícil situar como una mujer, aunque lo pareciera. Cuando estaba disgustada, lo que no ocurría a menudo, solía decirle a su padre: “No sé por qué tengo que ayudarte a arreglar lo que hiciste tú”. La respuesta, cuando la había, era: “Es porque quieres al chico tanto como yo”.
Kiv sabía cómo eran las mujeres porque veía a su abuela y podía establecer una comparación. Igual que con otras que veía por allí. Había una mujer, particularmente, que parecía evitar conscientemente coincidir con su abuela. Una vez que lo hicieron por casualidad, se intercambiaron una mirada de inextinguible odio como nunca había visto. Tan incendiaria era que corrió a refugiarse entre las piernas de su ¿madre? Cuando ésta proclamó: “Estáis asustando al niño”, las dos mujeres siguieron su camino evitando ostensiblemente mirarse.
A veces, su padre o su madre lo llevaban a un lugar para que jugara con otros niños. Era raro porque luego, él solo, no sabía volver al sitio desde su casa. Una vez sus amigos le llevaron a visitar una de sus aldeas. Luego, le pidieron ir a la suya una vez y, de nuevo, fue incapaz de encontrarla. Tuvo que venir su padre, que prohibió a sus amigos seguirles, para poder volver a casa. Kiv no sabía por qué se había perdido.
Después el asunto de sus abuelos: eran muy jóvenes cuando se les comparaba con los abuelos de sus amigos, suponiendo que estos siguieran aún vivos. De hecho, aparentaban casi la edad de sus padres, cosa que le parecía cada vez más difícil de explicar.
Lo que más le intrigaba era un pozo que había en medio de su aldea, al que le prohibían acercarse. Estaba bien vigilado, pero Kiv era paciente, curioso y persistente. Un día finalmente logró asomarse a él.
Lo que vio le dejó sorprendido: era un pedazo de tierra en medio del mar, con un gran pico truncado en el centro y manchas verdes por todas partes. Su asombro no tuvo límites al ver que esas manchas eran árboles y el pico en cuestión, una montaña. Algunos puntitos de color pardo eran aldeas, como las que le habían enseñado sus amigos. Entonces el vértigo le dominó y a punto estaba de caer hacia aquella especie de isla en miniatura. Pero Itué le sujetó a tiempo y le dijo:
-Ya sabía yo que iba a suceder algo así. Tu padre va a tener que explicarte muchas cosas.
Del principio de la guerra en Nahu'ai
Ondo era un hombre hábil y valiente. Duro y tenaz. Pero apenas tuvo ocasión de defenderse en su rebelión. La gente que Lanju había hecho venir de fuera le era completamente fiel, y la mayoría de los máryalos descendientes de los Primeros Hombres le seguían de mala o buena gana. Ronu y Lanu ayudaban a Ondo, pero Ari e Iwaké hacían lo mismo con Lanju. Lo peor es que Ronu no pudo convencer a los otros jefes bubantos de Nahu'ai que se unieran a Ondo. Especialmente duro fue Ongu, que entonces era apenas un adolescente envanecido, recién ascendido a la jefatura:
-¿Por qué habríamos de ayudarle? Lo que hagan los máryalos es cosa suya. Lanju puede proclamar a los cuatro vientos que es el señor de Nahu'ai, pero todo el mundo sabe que eso no es verdad. Apenas es señor de los máryalos. Nosotros también te somos fieles, Ronu. Y tenemos todo el derecho a hacer lo que creamos mejor para nuestra gente.
Ronu quedó desalentado después de esto. Pero a Lanu se le ocurrió una idea: fue a ver a Ondo y le habló de Kaumi, que residía en la isla de Riwu. Hay quien dice que lo hizo porque Riwu ya entonces era famosa por la belleza de sus mujeres, y porque Kaumi empezaba a fijarse en la bella Epea, por entonces aún era apenas una niña, pero ya empezaba a destacar en una isla donde no faltaba precisamente la belleza femenina.
Fuera como fuese, el caso es Ondo viajó a escondidas a Riwu y allí se encontró con Kaumi.
Kaumi era muchas cosas, pero nunca había sido un guerrero. Ondo le impresionó por su fuerza y valor. Y estuvieron de acuerdo en que el gobierno de Lanju era lo peor que podía pasarle a Nahu'ai. Kaumi no podía proporcionarle guerreros a Ondo, pero aún le quedaban muchos amigos entre los máryalos. Y algunos de estos amigos sí eran guerreros, o gente que podía convocarlos. Y así, en presencia de Ronu y tomando como testigo al Rey Tiburón, especialmente venerado en Riwu, sellaron ambos su pacto. El primero habido directamente entre las razas de los máryalos y los bubantos. Luego, Ondo volvió a Nahu'ai a proseguir la lucha y Kaumi se las arregló para volver a escondidas a ella y entrevistarse primero con su familia y después con aquellos con los que había tenido tratos comerciales anteriormente. Por último, entró en contacto con todos los que sabía que odiaban a Lanju, ya fueran de la gente de Konay, Konju o Komo. Pronto, el culto a Lanu y Ronu fue restablecido entre los máryalos gracias a él. Lanju persiguió ese culto renovado, pero Kaumi siempre halló quien lo escondiera y alentara. |