Observa desde un escalón el caminar de la gente con ojos cansados y agotados de vivir, bosteza de vez en cuando lanzando un ronquido, un soneto y una mirada de aquél que no vive sino para dormir, de tiempo en tiempo lame sus bigotes, se arregla la cara, se desplaza en sus espacios y mira donde ir, y puesto que no hay donde ir vuelve a su tiempo, vuelve a su espacio y descansa de aquél vivir, porque no hay ya que vivir si no para sentir lo poco que queda de su sentir, y su sentir es su dormir y su dormir es ya solo su vivir. El tiempo se ha agotado y sus ojos lucen cansados, ya están con ojeras anchas y bordes colorados, su alegría parece poca y si existe no es notoria, incluso cuando come las sobras de su puerta, que caen desde alturas superiores a su sombra, se toma su tiempo mordiendo cada parte con sus dientes desgastados por aventuras de soles viejos, y muerde y roe, y pisa lo que come, solo para caer nuevamente en su escalera y desde ella observa las horas a las que enfrenta mientras la gente pasa y lo mira con comparecencia de aquél que se presenta para saludar siempre a los mismos. De vez en cuando al viejo perro se le escapa un ladrido a un viento venido de lugares no reconocidos, y la gente se asusta y lo mira bruscamente, entonces da un bostezo, una mirada, y finalmente otro sueño.