Mantengo que estas manos
son pájaros heridos;

Pequeñas aves frágiles
como burbujas de espuma
en la escarcha revuelta
de un río viejo.
Son mis dedos sus plumas;
Las palmas: su corazón inquieto
que contiene, sin saberlo,
el silencio siempre prometido
a las antiguas tumbas.

Alargo los brazos
y me crecen ramas de hojas vivas
que lloran por los cielos
que no surcan,
y añoran
con sus pequeños y estúpidos ojos de pájaro
bien abiertos
un espacio esta vez distinto,
verde quizás,
atestado de estrellas moradas
y nubes de plata
tras los cerros.

Yo los dejo soñar
¡que vuelen libres!
¡que jueguen con los vientos!
retozando entre setos
que se inventan
plagados de bayas,
amapolas grises y enebros.
Ellos, a cambio contentos,
me regalan un lienzo de voces,
de trinos, cantos y gorgoteos.

Y yo al final
siempre los llevo al mar.

Y yo, al final, siempre los sumerjo.

Los cubro con un cálido manto de olas
hasta que se duermen
soñando con otras luces,
con otras tierras,
con otras lunas,
mientras les arranco sin piedad
las plumas
para escribir con su color
estos versos.

Mantengo que cada poema escrito
con estas manos
es un pequeño pájaro herido
que ha muerto.