Había una vez una familia, conformada por el papá, la mamá, la hija, el hijo y la abuela materna, en donde cada semana, algo se perdía.
Se perdía el jabón para lavar la ropa, se perdía el detergente, un vaso, una cuchara, un plato, etc.
Nadie sabía a dónde se iban las cosas, pero la mamá decía que la abuela las regalaba, la abuela decía que el esposo de su hija se guardaba las cosas y el papá decía que la suegra las vendía, es decir, todos se echaban la culpa, cada uno decía que no era culpable y que cada uno decía la verdad.
Hasta que una noche, siendo las 23:00, en donde todos estaban en cama bajo toldo, la abuela le dice a su hija que no encuentra el monedero que lo tenía sobre la cama y que es su marido quien se lo ha cogido. Al principio, la hija no le hizo caso, pero a tanta insistencia, la hija le dice que cómo es posible que su esposo lo vaya a coger si él ya está acostado junto a ella y que a lo mejor ella lo tiene guardado por algún otro lado.
La abuela le dice que el monedero lo tenía junto a ella y que ya no está, que se lo ha cogido su marido. Su hija le dice: ¡Por favor, mamá, deje dormir y mañana lo busca!
Pero la abuela le dice a su hija que le revise a su marido, porque ¡él se lo cogió! Esta era la segunda acusación contra su esposo y decidió prender el foco del dormitorio, mover las sábanas, el colchón, las tablas en donde se asienta el colchón y ¡Oh Sorpresa!, el monedero apareció en el suelo.
Entonces, la hija dice: “Ya vio mamá, y usted acusando a mi esposo.”
Pero el orgullo, la soberbia, el odio, el rencor, la maledicencia y todo lo negativo que pueda contener un alma sin misericordia y sin luz, puede dejarse vencer y ser incapaz de decir un perdón cuando dice: “Es que tu marido lo tiró bajo la cama.”
Fin
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