Al contrario de la belleza mórbida, como el concepto más básico del romanticismo ingenuo, te descubro escondido un una luz temida, deslumbrante en sus primeros momentos y ensordecedoramente gritando todas mis imperfecciones segundos después. Te escondes tras mis miedos y los revelas cuando apareces inocente y tibio como cada vez, como cada sueño repetido, como esos instantes que se reúnen todos en uno solo, resumiendo mi espacio y mi tiempo a segundos que se repiten siempre más intensos. Me delatas. Siento ese temor de que se me acaben las frases ingeniosas y los comentarios sean siempre los mismos porque te has acostumbrado a sonreír con ellos. De repente un día te darás cuenta que lo impredecible de mil acciones forma siempre un patrón y tu atención excesiva, siempre pendiente, reconocerá todas las señales en su afán de “querer saber, sin saber querer”. Reconocí ésta vez, en tus ojos, que no te callas, que no callas nada de lo que grita dentro de ti y mueves algo dentro de mí y asimismo verás que el sonido de mi voz en tus oídos siempre es el mismo si preguntas algo y no sé responder, y presentirás mis pasos de esa manera, rimando sobre el piso y cantando los mismos principios de mi vida, a menudo en latín, otras veces en inglés, unas raras y pocas veces en español y siempre, siempre con mis patrones consonantes y asonantes, que se congregan y se disgregan y de repente un día, sin darte cuenta conocerás de tal manera hasta cómo me tomo el aire que respiro, y en qué momentos lo detengo, que cuando abra mi boca para cansarme y para por fin liberarte, ya te habrás ido. |