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Miro otra vez mi reloj, es la una y media . Desde la una de la tarde estoy aquí sentado, moviéndome sólo un poco para obtener algo de la sombra que proyecta la torre delante de mí. Creo que debí escoger mejor el lugar donde vería a Águedo; si hubiera sabido que lo iba a esperar tanto, le hubiera pedido mejor encontrarnos en el parque central. Pero ahora no hay forma de localizarlo y sé que vendrá. Hace mucho calor aquí en el malecón de la Habana, el sudor me escurre por la cara y por el cuello, pero el malestar, la incomodidad no es tanto por no tener un poco de fresco; lo realmente incómodo es que durante la media hora que llevo aquí, han pasado; entre mujeres, hombres y niños, no menos de veinte, empeñados en provocar una lástima que me niego a tener. Traigo un par de bolsas con unos regalos para la familia de Águedo, lo conocí hace tres años en un viaje que me dejó un muy grato sabor por todo lo que conocí.
Esa vez, el balance hecho entre la gente que conocí, digna, comprometida y luchadora, contra la gente vividora y buscadora de lástimas, fue abrumadoramente superior para los primeros. Pero hoy, a veintidós horas de haber llegado a la isla, he encontrado solo unas cuantas muestras de aquella dignidad que tan gratamente me sorprendió. Y a cada paso hay alguien ofreciéndome chicas; chicas ofreciéndose sin ningún recato a cambio de módicos cien dólares, o bien veinte... algunos niños pidiéndome caramelos o bolígrafos, o “algo de lo que traigas en tus bolsas”. Me está quedando claro que con la dolarización, y con el paso del tiempo, se está perdiendo la batalla de la esperanza .
Ayer caminé por barrios pobrísimos de la Habana vieja, y también por una elegante quinta avenida, he de decir que el contraste es muy grande, aunque muchísimo menor al que se puede ver en mi ciudad; digamos entre Reforma en Las Lomas y el barrio de la Merced, con la diferencia que aún en las zonas mas pobres de la Habana, la seguridad de que nada me va a pasar , la seguí teniendo todo el tiempo, no como allá en México. Además mi interior me sigue mostrando imágenes y recuerdos de mi país; de los niños drogándose en la calle, de los indígenas olvidados y desnutridos, de las muertes por enfermedades tan simples de curar, del tan triste analfabetismo, todo eso que aquí no hay. Llego otra vez a la conclusión de que tal vez yo no cambiaría mi realidad por la de alguno de éstos cubanos, pero puedo estar casi seguro que tal vez unos cuarenta millones de mexicanos aceptarían gustosos el mágico trueque de realidad.
De pronto me pregunto si en parte estaré fijándome mas en lo negativo, a causa de los recientes acontecimientos sobre juicios sumarios a disidentes y la pena de muerte al vapor para los secuestradores de una embarcación aquí en la isla. Comparo todo ese intento de muchos por alcanzar el sueño americano con los miles de mexicanos y centroamericanos que mueren en el intento de cruzar. Y miro las construcciones enfrente de mi, algunas en completa ruina y pienso en el viejo lugar común que me habla de cuarenta y cuatro años esperando por que el reloj de la revolución avance, y pienso en lo que habría pasado si esos gringos ya hubieran levantado el bloqueo económico, ¿se estaría desmoronando así, igual? eso nunca nadie lo sabrá.
Siento que cuarenta y cuatro años son muchos, pero aquí el tiempo pasa diferente, es por eso también que la espera por Águedo no me produce mucha inquietud. En cuanto llegue nos daremos un abrazo, caminaremos un rato y en la charla le hablaré de todas las confusiones que pasan por mi cabeza, iremos luego a su casa, me regalará un roncito, le daré a su hijo la gorra que ha esperado por seis meses, y otro par de tonterías que espero les sean útiles.
Lo que me gustaría más, aunque lo espere unas horas, es encontrarme de nuevo con la gente buena y sana que puede ser que no he visto por no quererla encontrar. Pero eso , si es que sucede, lo platicaré otro día, pues allá viene el buen Águedo cruzando la calle con su sonrisa tremenda y con ese ojo desviado que alguna vez me contara que fue por un accidente, la seguridad social le restableció la salud, que no así la estética, qué le va uno a hacer. Sin dar tanta explicación, solo me dijo en un grito que se retrasó, pues no cogía el transporte público, la cola era gigantesca, una mierda!...La simple frase volvió a ponerme en alerta, si Águedo se hace la víctima, menos sabré que pensar...lo averiguaré mas tarde pues ahora mismo lo mas importante es que nos vamos a abrazar.
























Texto agregado el 25-08-2004, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


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