Andrea despertaba de otra noche de descontrol. Un hombre de cabello oscuro dormía a su lado. Miró a su alrededor identificando sus prendas, que habían quedado regadas por la habitación, las juntó con rapidez, tomó la billetera de su compañero fugaz y huyó del lugar lo más rápido que pudo, sin permitirse hacer ningún tipo de ruido. No tomó el ascensor, temía que alguien la viera y denunciara su presencia en ése lugar. Se calmó recién al llegar a una cafetería, antes de tomar el subte hacia la zona industrial. Se sentó en una de las mesas junto a la ventana, viendo el encanto de los árboles en la plaza que quedaba frente a la cafetería.
–¿Señorita? –la sorprendió el joven mesero ofreciéndole la carta.
–Café negro y una aspirina. –respondió en un lugar prácticamente vacío. Era demasiado temprano, aun no amanecía y por el movimiento dentro del lugar, hacia unos minutos habían abierto. Un momento después, el mesero aparecería con un café y en un pequeño plato, una aspirina.
-Parece que va a llover. –dijo el mesero tratando de tener un contacto más afable sin tener ninguna respuesta.
Iván regresaba a su departamento, ansiaba su ducha diaria antes de ir al trabajo. Esperaba que su jefe le diera algo interesante qué hacer. Cuando volvió al salir, se molestó cuando vio la lluvia caer lentamente. Llegaría tarde a su trabajo. Fue hacia la cochera y sacó su auto. La tormenta empeoraba de a poco. Se detuvo en la cafetería. Bajó con prisa estacionándose en doble mano.
-Un cortado doble para llevar. –dijo desde la puerta y acercándose mientras se abría paso entre algunas personas detenidas en el tiempo. El joven mesero ya lo conocía.
-Ya. –le respondió y dejo de atender otro pedido por atenderlo a Iván. Andrea se quedó esperando frente al mostrador por su cambio, mientras veía como le quitaban atención a ella.
-¡Quiero mi cambio! –gritó sin perder el tiempo, exigiendo que terminara de atenderla a ella primero. El grito agudo de Andrea llamó la atención de Iván y un par de clientes más que la miraron por su abrupto estallido. –dale que llego tarde a mi trabajo. –continuó. Iván, con un pequeño gesto, le indicó al mesero que continuara con ella. –disculpe. –dijo el joven entregándole el dinero a Andrea que miró con desprecio a Iván, mientras éste, le devolvió el gesto con leve cabeceo. Andrea tomó el dinero y dio media vuelta demostrando su reprobación por su desatención.
-¡Ha! Si llega tarde es estúpida. Hace dos horas que está sentada, no dejó propina y lo único que tomó, fue un café. –dijo el joven quejándose por su actitud.
-Bueno, las mujeres no se caracterizan por ser inteligentes. –agregó Iván en complicidad.
Tomó el vaso descartable y una bolsa que le entregó el joven y regresó al auto en carrera. Al llegar a la primera esquina, vio a Andrea esperando a que el semáforo cambiara, cubriéndose el cabello con la pequeña campera que llevaba. Iván, sin poder resistirse, aceleró su auto y el agua estancada en la esquina, la empapó de barro por completo, eso cambió el humor de Iván y llegó al trabajo con buena predisposición. Nada lo alegró más, que ver sobre su escritorio, una carpeta amarilla. Eso solo significaba una cosa, había trabajo real. Tomó la carpeta y fue de inmediato hacia la oficina de su jefe.
-Raúl, ¿tenés algo para mí? –dijo ni bien abrió la puerta confirmándolo. Raúl levantó su mirada un tanto serio.
Él es el inspector Lanzi. –dijo hablándole a alguien más. –él va a ser quien lo ayude con todo esto.
Iván lo miró sorprendido por lo que lo escuchaba decir. Él sabía que no le caía bien la compañía, por más que fuera el mejor agente u oficial, le gustaba trabajar solo sin importar lo que le pidieran. No lograba ver el rostro de su inoportuno acompañante. Se desplazó hacia el escritorio dando unos pasos hasta lograr verlo. Un hombre calvo, regordete de mejillas rosadas, sonreía amistosamente.
Dio un saludo atento hacia Raúl, dándole el estatuto que merecía y observó a un hombre de traje y corbata, levantó su mirada hacia él y se incorporó con su brazo estirado hacia él.
-¿Señor? –preguntó Iván ignorando el acompañante de Raúl.
-Dije que vas a trabajar con él. Lo vas a ayudar en un seguimiento. Conocés la cuidad, tenés contactos y entre el teniente Salas y vos, pueden llegar a algo.
-Pero usted sabe lo que pienso, señor. –insistió en negarse. –sabe que yo trabajo solo. –continuó intentaba mantener la calma.
-Inspector. – hizo una pausa y miró hacia Salas. –disculpe teniente, ¿me podría dejar con el inspector a solas? –sonrió con esfuerzo.
-¡Claro! –el teniente Cristofer Salas se levantó con rapidez y girando sobre sí mismo, desfiló hacia la puerta, cerrando la misma detrás de sí, seguido por la mirada de Iván y Raúl Lambar.
-Yo no voy a trabajar con ningún novato. –protestó, rehusándose a aceptar sus órdenes ya dejando de lado las formalidades.
-No. –negaba levemente. –no soy yo el que dio esa orden. Aparentemente hay alguien que quiere que lo hagas. –tomó aire como sabiendo lo que sucedería. –Iván… no hagas nada de lo que te puedas arrepentir. –llevó su mano a la frente lamentando de antemano lo que sucedería.
-No quiero trabajar con ése tipo. No lo conozco y no me interesa conocerlo. –bajó su mirada al escritorio descubriendo un sobre similar al suyo, abierto con un abre cartas. –señor. –dijo terminando su frase con el respeto debido.
-Sé como sos, te conozco demasiado y es mi culpa que vos te hayas acostumbrado a trabajar de esa forma. Ahora te pido que trabajes con salas. No me interesa si es buen tipo, no me interesa si te haces amigo o no. Quiero que te ocupes de que no salga lastimado, que no le disparen o que le pase nada que pueda perjudicarte. Ése tal Salas, es sobrino de un diputado. Supongo que no está acá por merito propio, asique… espero que vos no hagas que él tenga que tomarse unos días o algo parecido, porque no solo vas a tener problemas vos, sino que a mí me van a retirar antes de tiempo. ¿Entendés a lo que me refiero? –Iván asintió algo avergonzado. –que no le pase nada o mejor dicho, no quiero que vos le hagas nada. ¿Entendido? –Iván levantó su mirada hacia él, aceptando a regañadientes lo que Raúl le estaba pidiendo.
-Y… de qué se trata. –preguntó finalmente. Raúl extendió su mano derecha con el sobre en ella.
-Seamos discretos con esto. No queremos que se haga una bola de nieve entre los periodistas.
Iván regresó a su escritorio encontrándose a Salas sentado en su silla, girando alternativamente de un lado al otro con una amplia sonrisa en su rostro.
-Parece que tus compañeros te jugaron una broma. –dijo intentando volver a encajar con su nuevo compañero.
Iván continuó dirigiéndose hacia su lugar, encontrando en la pantalla de su ordenador, infinidades de páginas pornográficas abiertas en el explorador y continuaban abriéndose espontáneamente a cada segundo. Era obvio que le habían ingresado un virus de computadora.
-Si eso te parece gracioso, deberías ver lo que le hicieron a tu auto. –respondió con total calma.
Salas dio un salto del sillón alarmado por su comentario y sin decir ni una sola palabra, salió corriendo hacia el exterior de su oficina. Iván tiró del cable de corriente dando por terminado y se sentó serenamente. Abrió el sobre estudiando el caso con atención, miró las escasas fotografías, empapándose de ése caso, que aparentaba ser simple y obvio.
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