Estaba corriendo por su mente sin detenerse, cuando de repente, un golpe la detuvo; se había estrellado contra algo, un muro tal vez; levantó su rostro, y cuál no sería su sorpresa al verse a sí misma; pensó que se había estrellado contra un espejo, o contra un espejismo disfrazado de ella, de su rostro, su piel, su cuerpo, toda ella. Intentó buscar algún error, algún defecto óptico en su otro yo; pero, para su sorpresa, no lo encontró; todo lo contrario, podía verse completa, más feliz, e incluso, más hermosa. Se veía como nunca antes se había visto. Decidió continuar su recorrido, pero ya no corría, ahora sólo caminaba; y fue así como pudo ver infinitas imágenes, como estrellas en el cielo, iguales a la anterior. Quiso contarlas, pero le fue imposible, jamás terminaría de hacerlo; no le alcanzaría la vida. Entonces, se sentó a descansar en el único rincón que se encontraba deshabitado de imágenes de ella, tal vez aguardaba por ella, y cerró sus ojos. Al abrirlos, en sus labios se dibujó una sonrisa eterna e infinita al mirar a su lado y darse cuenta de que, sin quererlo, estuvo viajando a través de los pensamientos y de los sueños de la utopía que dormía junto a ella todas las noches. |