[Tomado de la wikipedia - En acústica musical, la quinta del lobo es una quinta distinta a las demás que aparece en el círculo de quintas como consecuencia de que doce quintas no igualan a siete octavas. Si las quintas generadoras del círculo son perfectas, la quinta del lobo es menor que la quinta perfecta. Si algunas quintas están reducidas, la quinta del lobo crece y llega a ser mayor que la quinta perfecta[...] Para alejar este intervalo (que es muy disonante y perturba la estabilidad tonal) de las notas más usuales en una amplia gama de tonalidades, su lugar más habitual está entre el sol# (ocho quintas desde el do en sentido horario) y el mi bemol (tres quintas desde el do en sentido antihorario). - La forma de eludir este intervalo, que no me he atrevido a llamar “quinta del lobo”, es lo que descubrió Kaumi. Perdón si hay algún error, por desgracia no soy músico, solo melómano.]
Del tercer festival de Ronu
En cierta ocasión cuando Konay ya había muerto, falleció Konju. En contra de lo que había hecho su hermano mayor, Konju no había designado un sucesor en vida y solo le sobrevivían algunas hijas. Había muchos nietos. Entonces se decidió que Komo, único superviviente de los tres hermanos, escogiera a los candidatos entre los cuales uno sería elegido por los clanes de Konju. Uno de los nietos por línea directa de Konju era Kaumi, que aspiraba al puesto.
Pero Kaumi se encontró con que había otros más cualificados y Komo, antes de tomar una decisión en una familia ajena, decidió consultar con la viuda del propio Konju, a quien no le gustaba particularmente Kaumi. Ella aconsejó que fuera Lanju, hijo de su hija preferida. Komo no estaba muy seguro de la elección, pero no quiso interferir en la que no era su propia familia. Así pues, Lanju fue proclamado jefe de los de Konju, aunque no todo el mundo se había quedado satisfecho con el asunto. Poco después, llegó el tercer festival de Ronu.
Fue la ocasión más memorable de todas por varias razones. Para empezar, Ronu se casó con su segunda esposa Zala, la diosa-serpiente. Como regalo para los humanos, condición exigida por la primera esposa de Ronu para acceder a las nuevas nupcias de su marido, Zaka llamó a una de sus hijas, las serpientes. Una vez ésta llegó a sus pies, le cortó la cabeza y la enterró en tierra. Poco a poco, del lugar en que la había enterrado, fue creciendo una planta: era el primer cocotero.
-De sus frutos, comereís su carne blanda y bebereís su agua. Las cáscaras os servirán como cuenco. Su corteza os dará madera y fibras y las hojas os servirán para hacer cestos y techumbres. Este es mi regalo.
Fue también el último festival al que pudo asistir Komo, el último superviviente de los Primeros Hombres. Al día siguiente, sus hijos lo hallarían muerto donde se había tendido a dormir. Ya había previsto su sucesión. Se recuerda también porque Kaumi fue expulsado del grupo que debía tocar música porque no tenía su instrumento suficientemente afinado, lo cual no deja de ser una ironía para el futuro dios de los músicos.
Sin embargo, el hecho más importante ocurriría después, cuando los primeros frutos del árbol regalo de Zala cayeron a tierra. El reparto fue motivo de algunas disputas. Lanju pretendió entonces tener derecho a poseerlos todos, pues el festival se celebraba sus tierras. Komo aún pudo imponerse por última vez y lograr que se repartieran. Pero Lanju no cedió realmente en su pretensión, cosa que traería problemas en el futuro. Fue también durante esta fiesta que Lanu se fijó en Kaumi, que en el tiempo transcurrido desde que había llegado de Wa, se había convertido en un joven hermoso y fuerte. Lanu estaba ya casada con Raku, dios de la construcción y la invención, venerado especialmente por la gente de Komo. No podía hacer nada abiertamente. También hay quien dice que se fijó en él por el hecho que, cuando lo echaron de entre los músicos, éste se marchara enfadado, pero sin revelar su secreto.
Y hay una última razón por la que ese festival es memorable. Pero no ocurrió hasta nueve meses después. Es sabido que los hijos no deseados son abandonados en la playa a esperar la marea. Si alguien quiere hacerse cargo, es considerado a todos los efectos como su progenitor. Sino la marea se lo lleva. Así una noche unos pescadores oyeron el llanto de un niño desde la línea de la marea. Por mucho que les conmoviera, ninguno podía hacerse cargo. En tiempos de Lanju, la comida empezó a escasear y todos tenían ya hijos propios a los que alimentar. De pronto, oyeron cómo el llanto cesaba. La marea aún no podía haber llegado. Todos se miraron y se levantaron, curiosos por ver quién era capaz, en aquellos tiempos de carestía, de hacerse cargo de un bebé.
Pero cuando llegaron, no vieron a nadie a la incierta luz de la luna. Solo unas pisadas que revelaban a un hombre alto se acercaban a la línea de la marea, llegaban al lugar donde debía haber yacido el niño y luego se alejaban antes de desaparecer. Un detalle que no dejó de llamar la atención es que las huellas revelaban también que a quien fuera, le faltaba también el dedo pequeño del pie izquierdo.
La Saga de Kaumi
Kaumi era un hombre muy apuesto y seguía siendo aficionado a tocar la ocarina. Solía sentarse a tocar de noche solo en un promontorio encima del mar, pues aún no se había atrevido a confesar su secreto musical y la gente seguía tocando melodías que evitaban siempre una nota que quedaba como falsa. En cierta ocasión vió acercarse una inmensa aleta al promontorio, tanto que se asustó: debía pertener a un escualo imponente. Le pareció escuchar una especie de voz entre el oleaje antes que la aleta se perdiera de nuevo en el océano: "Cuidate del amor de los dioses". Asustado, se iba a retirar cuando oyó una voz femenina a su espalda:
-Tocas muy bien ¿Cómo consigues hacerlo con todas las notas de la escala?
Kaumi se volvió y pudo ver a la luz de la luna a una mujer algo mayor que él, pero increíblemente hermosa. Intentó determinar si era de los máryalos o de los bubantos, pero le resultó imposible hacerlo. Parecía tener lo mejor de las dos estirpes, y a Kaumi le agradó sobremanera.
-Cuestión de oído... Quizás algún día te lo explique.-dijo él.
-¿Tocarías para mí?
Dijo Kaumi que lo haría con gusto y comenzó todo un recital que Lanu escuchó fascinada. Cuando el hombre hubo terminado, respondiendo a una invitación sin palabras, besó a la que creía una mujer mortal y ambos yacieron juntos. Antes de apuntar el alba, Lanu se despidió de Kaumi, sin revelar su nombre. Pero quedaron en encontrarse a la noche siguiente. Encuentros que se repitieron varias noches. Kaumi no sospechó la verdad hasta que Lanu trajo un coco para que Kaumi bebiera mientras tomaba aliento. Era curioso, aunque no tan extraño, que alguien que no fuera la familia de Lanju desperdiciara así un coco. Y se dió cuenta que el agua del coco nunca se terminaba. Lanu le dijo que era un regalo por todo lo que le había dado. Estaba claro que aquel coco solo podía haber salido de las manos de Raku. Y Kaumi comprendió entonces quién era ella. Y que la aleta que había visto la primera noche era la del Rey Tiburón, que es uno de los mensajeros de Tulaké. Y comprendió que se había metido en un gran lío.
Kaumi tenía ahora dos secretos: cómo se podían tocar sin disonancias todas las notas de la escala musical y el coco cuya agua nunca se acababa. Quería desprenderse al menos de esto. Pero la oportunidad no se presentó hasta que vió una canoa a remo ocupada por dos personas acercarse a una orilla apartada. Los remeros eran Tama-eiki y Ronu. Se les veía fatigados y, cuando se acercaban a tierra, se acercó con el coco en cuestión y les ofreció para que bebieran de éste. Ronu y Tama-eiki no tardaron en darse cuenta de las propiedades del coco. Cuando éste iba a retornarlo, Kaumi dijo:
-Sé que eres un viajero incansable, y te hará más servicio que a mí. Te lo regalo.
Aquello creaba un problema. Según la costumbre, hay que corresponder a los regalos con algo de valor equivalente. Es posible que Tama-eiki se hubiera saltado la costumbre con algún subterfugio de haber estado solo. Pero con Ronu de testigo, eso era imposible. Entonces se fijó en los rasgos del que hablaba.
-¿Eres de la estirpe de Konju, verdad?
-Sí. Me llamo Kaumi, de Konju.
-Entonces te interesará esto.-Tama-eiki sonrió y sacó una especie de esfera hecha con trozos de madera y pequeñas piedras entrelazadas.- Es un mapa de las islas y las rutas para llegar a ellas.
Naturalmente, Kaumi estaba interesado. Era un joven ambicioso, pero sin medios propios de fortuna. Y el comercio a larga distancia, si conseguías evitar tormentas y otros desastres, era muy lucrativo. Tama-eiki le explicó cómo funcionaba la esfera. Y el equilibrio quedó restablecido. Tama-eiki se llevaría el coco por todas las islas del mar, donde podría a su vez regalarlo o perderlo. Y era la oportunidad de perder de vista a Lanu por un tiempo al menos. Kaumi empezó a reclutar gente para el negocio entre sus familiares y amigos. No le fue difícil pues el gobierno de Lanju no era popular. Las cosas no habían llegado al punto que llegarían cuando fallecería la madre de Lanju, poco después de la partida de Kaumi. Pero la facilidad con que encontró gente dispuesta para un viaje que no dejaba de ser incierto sorprendió a todos. Logró que varios hombres de las tres familias de los máryalos que habían logrado esconder cocos, a pesar de los cada vez más insistentes esfuerzos de Lanju por hacerse con ellos, se los ofrecieran con la esperanza de lograr beneficios.
Y sucedió que, durante ese viaje, la gran canoa botada por Kaumi y los suyos acabó rodeada por la niebla. Se hallaban ya cerca de la gran isla de Naga'ui, donde esperaban vender con gran beneficio los cocos que transportaban.
No es que Walagun odie a los hombres, pero no le resultan simpáticos por ser obra de Tama-eiki, a quien nunca ha perdonado. Y Naga’ui está rodeada por bajíos y escollos. Así que no quedó otro remedio que arriar la vela, echar el ancla y esperar, rogando que Walagun decidiera marcharse pronto. La canoa era grande, pero un tanto precaria y si la mar se alborotaba demasiado, podrían irse todos a pique. Casi toda la tripulación se reunió a popa, rezando a Puloa para que les enviara ninguna marejada. Kaumi prefirió quedarse en la proa tocando la ocarina.
Pasó algún tiempo antes que Kaumi se diera cuenta que todos se le habían ido acercando poco a poco, con cierto asombro. Había olvidado de disimular que podía seguir toda la escala sin disonancias. Iban a preguntarle cómo lo hacía cuando descubrieron un enorme pez emergiendo ante la proa.
Todos se alejaron asustados, pues el Gran Pez Antiguo es uno de los enviados de Tulaké y puede anunciar tanto ventura como desgracia. Solo Kaumi permaneció en su sitio, pues a esas alturas ya no era cuestión de temer. El Gran Pez permaneció unos momentos escuchando tocar a Kaumi, que había vuelto a su ocarina.
-Has descubierto uno de tus secretos.-interrumpió el pez.
-Pero el mayor de ellos sigue a salvo.-contestó el hombre.
-¿Hasta cuándo? Las mujeres hablan, y Lanu, por mucho que sea una diosa, es también una mujer.
Kaumi se encogió de hombros y volvió a tocar la ocarina, creando una melodía propia. Por un momento, el tiempo pareció interrumpirse, antes que el pez volviera a hablar:
-Yo no me preocuparía tanto por Raku. No tiene el carácter de Walagun, que considera que lo suyo es suyo y de nadie más. Si contraría o repudia a Lanu por infidelidad, tiene mucho más que perder que ella. Tienes otros enemigos mucho más peligrosos y terribles.
-¿Quienes?
-Los Narun. Saben que exterminaste a uno de ellos. Eso se paga, no pueden dejar el asunto así.
-Gracias. Me mantendré alejado de Wa.
-¿Crees que no pueden viajar?
-Los Narun no les gustan a nadie, así que nadie va a ayudarles. Pasará mucho hasta que me encuentren, si es que lo hacen. Y si es así… ya me las arreglaré.- Kaumi volvió a encogerse de hombros y a tocar la ocarina. De alguna manera, el Gran Pez Antiguo, pareció encogerse también de hombros antes de anunciar repentinamente:
-Dile a tu gente que tome los remos. Os guiaré hasta tierra.
Aquello sí que sorprendió a Kaumi.
-¿Tantas molestias va a tomarse Tulaké por mí?
En la cara del pez pareció dibujarse una sonrisa enigmática.
-Puede que sea yo el que se toma la molestia… O puede ser mi amo. Un mortal no debe saber estas cosas. ¡Vamos, da la orden!
Mil preguntas le bullían en el cerebro a Kaumi, pero comprendió que no era el lugar ni el momento de hacerlas. Así que mandó a su tripulación, aún temerosa, que tomara los remos y siguiera sus indicaciones. La tripulación no las tenía todas consigo, pero habían aprendido a confiar en Kaumi, y le obedecieron sin protestas.
Y así fue como arribaron a Naga’ui entre la niebla. Harían un excelente negocio en la isla. De hecho, ese viaje iba a convertirlos a todos en hombres ricos. Pero ignoraban lo que se estaba preparando en Nahu’ai. El destino de Kaumi estaba inextricablemente ligado a su isla natal. Pero él aún no lo sabía.
Continuará. |