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Ethiel

Reza la historia que Ethiel, hijo de un fallecido astrónomo que había quedado ciego por mirar mucho la luna, partió a las tierras oxidadas de un país del norte en busca de respuestas y volvió con más preguntas a su tierra natal. Fatigado por el viaje, acostó su pesado cuerpo en la cama del hotel que alquiló y que había sido suyo y que vendió por dos monedas a unos comerciantes contrabandistas que habían olvidado el oficio por falta de práctica y que ahora se dedicaban a cuidar las puertas de un hotelucho sucio que daba lo mismo limpiarlo que dejarlo así, desecho por el tiempo y por el desuso que ocasiona el ocio, y que hubieran querido ser magnates de la industria de los billetes de banco y las acciones pero no les alcanzó la vida para devolver los pesados fardos de karma que le debían a ella, a la vida; que se pasaban la tarde comentando con la señora Fargo los pormenores de un día que hubiera podido ser igual a cualquier otro y que luego la señora Fargo entregaba en limpio a los oficiales de policía que no cobraban por sus servicios más que lo que la caridad ciudadana creía correcto y que gastaban en los sucios burdeles de la calle Hatiac, bajo los ruidos de unos conventillos de loros que no agotaban nunca sus ganas y que recibían sus billetes a sabiendas de que habían sido compasivos los pocos “ilustres ciudadanos” que vivían en las afueras del pueblo porque no soportaban el vaho de “esos pobres”, como decían ellos, los mismos que trabajaban en sus campos de flores secas que cada vez estaban más marchitas cuando debían ser cosechadas para venderlas en asaltos reiterados a los botes que pasaban con música romántica y adornos de luces rosas y azules por el río cuesta abajo con sus grandes bocanadas de humo que tapaban de hollín las tapizadas planicies cultivadas de flores que estaban cada vez más marchitas cuando debían ser cosechadas y que estaban a la orilla del río que bordeaba el pueblo en el que Ethiel había vivido hacía muchos años porque había partido a un lejano país del norte en busca de felicidad y respuestas, y en el que sólo consiguió felicidad, porque volvió con más preguntas pero sin el pesado fardo de karma de los contrabandistas y con la cabeza en alto y con el cuerpo cansado y con las mismas dos monedas que obtuvo cuando le vendió el hotel a los contrabandistas y que no necesitó nunca, sólo porque fue muy astuto y se ofreció como “avivador de vidas”, como decía él, y a través de ese empleo de 24 horas impulsó a más de uno a enfrentarse con los vientos de sus ansias y de sus miedos, trabajo por el cual no cobraba sino lo que consideraban los pacientes que le debían por haberle dado un “porqué” y también un pequeño “cómo“, tierras que estaban lejos de su pasado y que prometían ser más productivas que su propia natal y en las que había dado más de lo que tenía y en las que había puesto su empeño, y en las que tras de sí había dejado a algunos pacientes más felices de lo que los encontró y algunos amores más enamorados que el suyo y que le hicieron entender que a su pueblo le debía sus favores y sus desvelos y que hicieron que se levante de su cama, aunque siga cansado, y salga a la calle con los “cómo” y los “porqué” habituales y cargados, a decirles a todos “esos pobres” que no lo eran, que el pasado estaba lejos de ser el presente y que si querían seguir muriendo ¡está bien! pero que la vida les ofrecía un futuro que debía construirse con presentes y que los tapizados campos de flores marchitas que debían ser vendidas a los barcos del amor se los cultiven los “notables” y los “ilustres” y que ellos debían dejar la casa y el sillón y darse un lujo y jugar con sus niños en el desolado parque que no iba a estar más solo y que visitaron los contrabandistas cuando les llegó la noticia por parte de la señora Fargo de que en el pueblo por primera vez en diez años había fiestas y que festejaban el cumpleaños del hijo de su hija, su nieto, en el parque que ya no estaba desolado, y que estaban invitados, y que los vientos de cambio que se soplaban avivados por Ethiel que vino a predicar que dejemos de oler el sudor de nuestros cuerpos al sol y que solo sudemos por gusto y no por sufrir y que nos volvamos a amar en público parque porque vivir es un vértigo y no una guarida eran los únicos bien recibidos por todos, y que los policías que no cobraban sino por caridad se dedicaran a sus mujeres y no a los burdeles de mujeres encerradas, y el que quiera estar encerrado que lo haga, pero a gusto; y que tarde en la noche, cuando él se valla, no lo saludemos como a alguien que se va, sino como a alguien que está en camino, de regreso…volviendo a su tierra natal.

RUNO

Texto agregado el 13-04-2014, y leído por 80 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-04-2014 Buen relato, Bienvenido***** lopecito
13-04-2014 Ah! Ha sido como coger un hilo y tirar de él... del hilo de la Moria que dictó el destino de Ethiel. Aunque he aprendido a no hacer frases demasiado largas, admito que este texto tuyo me llevó como una carretera. Verás que rescato mucho la forma, aunque el contenido también está bien, con un mensaje positivo, motivador, lleno de la especial luz de ese personaje que has creado y que vuelca en los demás. ikalinen
 
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