Preguntaron a un sabio, cuál era, según su parecer, el laberinto más intrincado y difícil que un hombre puede enfrentar…
Recordó evidentemente aquellos pasajes literarios y descriptivos de los impresionantes laberintos ingleses, cubiertos de verde follaje,
en donde reyes y príncipes se jugaban el trono.
Se asomaron también a su mente, los intrincados recovecos de blancas piedras y rojos adobes, mencionados en las obras árabes.
La imagen del desierto, claro esta, que sin ninguna sola pared, ni surco, encierra al hombre, que vaga perdido en aquella inmensidad.
El sabio cerró los libros. Entorno la mirada al infinito, y dijo, a modo de respuesta:
-Los ojos de una mujer.
Esa entrada al laberinto en la que el hombre, infeliz, se enreda y se pierde a cada paso.
Cd. de México, 11, abril, 2014
Oscar Martínez Molina |