Horacio, desde hace casi diez años, se pasa los días en las nubes. Siendo francos, es el menor de los cambios desde que se mudó de piso.
El piso de arriba cuenta con espacios destinados a cada uno de sus habitantes, y dentro de éstos cuelgan de las paredes recuerdos. Horacio tiene sus preferidos en un afiche, bajo el título “pensarles un título”.
Fuera de esos cuartitos, los lugares públicos son bastante parecidos a los de abajo, salvo por la mugre. Además, todos hablan el mismo idioma. Esto le permite a nuestro amigo concurrir todos los jueves a su grupo de debate, con sus colegas Shakespeare, Walsh, y desde hace poco, el Flaco. Sobre qué debaten, ni idea.
Hay días que Horacio extraña, es inevitable. Es ahí cuando se sube a una nube, y abajo llovizna.
La llegada de Pedro fue un golazo. Pudo hablar con alguien más de todos a los que extrañaba, actualizar un poco las imágenes de su cabeza, alegrarse de que fueran felices.
Horacio duerme la siesta en las nubes más cómodas, deseando con todo su ser que pase mucho tiempo antes de recibir a un nuevo inquilino.
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