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La princesa
I
Imagínate un país imaginario, donde lo real es la magia, y lo mágico es todo lo bello que la vida nos ofrece, el amor, la paz y la luz envolviendo con su cálido manto. El rey tiene una única hija que, con 19 años, es casadera. El rey en persona revisa las pruebas que realizan los pretendientes, es muy sensible con la sucesión, el futuro del reino y de su estirpe. De todos los príncipes que se presentaron, ninguno ha logrado superar las duras pruebas e Irene, la princesa, a falta de un mes para cumplir los veinte se quejaba:
-Padre, ¿por qué no me dejas escoger?
-Hija, ahora no lo entiendes, pero en un futuro me lo agradecerás.
-Ya, ¿pero no confías en mi? Nunca me haces caso, estoy en la torre Norte, más que la princesa, soy tu prisionera.
Estas palabras dolían al rey, pero el secreto obliga a guardar la palabra, e intenta esquivar:
-Hija, siempre quiero lo mejor para ti, pero, además, serás la futura reina.
-Durante años he estudiado, me he preparado, incluso he comandado tus ejércitos para tu mayor gloria.
-Es un honor tenerte como hija...
El padre se retiró de la sala de la Torre Norte.
La hija del rey estaba muy disgustada, se sentía traicionada por su padre que, además, ocultaba, o temía, algún aspecto que debía, eso opina ella, conocer.
Se acordó de aquellos felices tiempos, siendo una niña, que jugaba con su padre y de cómo, cruzando el túnel que comunica la Torre Norte con la Oeste en el Palacio Triangular, pudo escapar por la alcantarilla. Corrió unos metros, y una figura negra puso su mano en el hombro, un escalofrío recorrió su cuerpo. No pudo ver el rostro bajo esa capucha, pero no fue miedo su sentimiento, sino curiosidad; se acordó de su padre, de sus mimos. Súbitamente una persona, desde la espalda de aquel ser extraño, de un manotazo la aparta.
-Hija mía, ven conmigo.
-¡Papá!- Nunca sintió tanta alegría al verlo.
Y se preguntó por aquella alcantarilla, si aun permanece, o fue tapada, o está vigilada, sus ansias de libertad, la hicieron despojarse de sus lujosos vestidos palaciegos y preparar su fuga.
-Irene- llamaba el padre al día siguiente, sin encontrar respuesta.
-¡Irene!- Más golpes en la puerta.
-¡Irene! –Más fuertes.- ¡Abre la puerta al rey!
No hubo respuestas.
-¡Guardia, derribad la puerta!
Tras varios empujones cedió, descubriéndose la fuga de Irene.
-¿Dónde está el Oficial de Guardia?
-Majestad- en un momento se presentó.
-Que el Cuerpo de Guardia busque a mi hija, se ha escapado, en todo el perímetro.
-¡A la orden, Majestad!
-¿Dónde está el Jefe de Cuartel?
-Majestad.
-Coronel, salga fuera del palacio, póngase en contacto con el Gobernador Local y, con una compañía, encuentren a mi hija.
-¡A la orden, Majestad!
El padre, nervioso, se retiró a sus aposentos.
El tiempo, lento, pasa. Irene no aparece, y nunca lo hará: cruzó la frontera al reino vecino de Núlbel.
Núlbel era un reino alegre, era hasta que hace cinco años la joven reina Amasantrapa murió en extrañas circunstancias, ya que de un día para otro empezó a encontrarse débil, con un mal color de cara y lengua, muriendo esa misma noche. El rey Blástoc no se ha recuperado de su dolor y continua viudo y sin descendencia. Perdió la luz de sus magníficos ojos verdes, ahora pardos, y vive sumido en el silencio y soledad.
Irene llegó a Urfáum, la bella ciudad, situada sobre una colina, antigua corte del reino, y ahora es la residencia de verano. Siente hambre, el cansancio se apodera de todo su cuerpo. Entra en una taberna:
-¿Me puede dar de comer?- Suplica Irene.
-¿Tienes algo?- Preguntó severo el tabernero, un hombre grueso y mal oliente.
-No.
-Entonces...
-Pero puedo trabajar.- Corté Irene.- Quiero comer y necesita a alguien, según creo.
-¿Tienes experiencia?
-No.
-¿Saber servir en barra o en la sala?
-No.
-¿Sabes cocinar?
-No.
-¡Bueno! Entonces, ¿qué sabes? Espero que sepas...- con leve sonrisa- y te doy un consejo: cuando lo hagas, hazlo a cambio de algo.- Dijo el tabernero con una mirada lasciva.
Irene se quedó parada, iba a dar media vuelta cuando el tabernero dice:
-Te puedes quedar. Coge una escoba, trapos y fregona. Limpia esto que dentro de poco empieza la comida. Arriba está tu cuarto.- Se retiró el tabernero a la cocina riéndose a carcajadas.
II
El tiempo, ese concepto abstracto pero tan familiar y próximo, sin pausa por el tortuoso camino del destino, o caprichosa vida según quien lo vea, discurre. Después de tres años las finas manos ahora son callosas falanges, agrietadas por el agua y fortalecidas por el trabajo. A pesar del sufrimiento, Irene conserva el color y la luz de su mirada, y ansía un cambio, librarse del yugo de la taberna que soporta por orgullo.
Hace un año empezó a rumorearse que el rey Blástoc conocía a una mujer, ahora el rey estaba dispuesto a confirmar el rumor celebrando una fiesta y presentarla a todos. El tabernero, famoso por su cocina, fue el elegido para preparar el convite, e Irene cargaba con todos los ingredientes, que en carro los trasladaba desde el local hasta el palacio de verano. Entraba por la puerta trasera, o de servicio, que, después de atravesar el túnel, daba a un patio. El patio de servicio en aquellos días era un frenético hervidero, todos entusiasmados con la noticia.
-Es muy guapa. ¿La has visto, Irene?
-No, aun no.
Al día siguiente Irene no fue sola, sino acompañaba al tabernero. Entraron por la puerta principal, e iban a recibirlos el rey y su prometida.
-Me alegro de verte, viejo amigo.- Saludó el monarca al tabernero, mientras que Irene, discreta, se ocultaba del rey.
-Majestad, me halaga.- Hizo una pausa.- Mi ayudante y yo deseamos ver la cocina, y preparar el utillaje.
-Guapa es tu ayudante.
-Sí, su nombre...
-Querido, espero que ahora no te arrepientas, y te fijes en pinches.- Cortó la prometida del rey.
-Permitidme que os presente.- Dijo el rey.
-Un viejo amigo, Socram, que preparará el banquete.
-Tu nombre es elogiado en todos los rincones del planeta.- Alabó la prometida.
-Mi prometida, la reina Rusoca.
-Muchas gracias, majestad.- Dijo agradecido el tabernero.
Rusoca era una mujer esbelta, alta, de buen talle, morena y de hipnotizantes ojos oscuros, joven que no aparenta más de veinticinco años.
Alzó la vista Irene, para ver la tan comentada belleza de la reina Rusoca y, parada, un reguero frío que la impedía moverse, desde los pies a la cabeza, y el temor se apoderó de ella: ¡no tenía ojos! Irene absorta, fija, asustada.
-No tiene ojos.- Balbuceó Irene en voz baja, repitiéndolo.- Papá, papá, no veo sus ojos.
-¡Vamos, no te quedes así!- Dio un golpe Socram para que reaccionara.
Mientras, en el reino vecino, el padre de Irene sintió una imagen súbita y angustiosa de su hija.
-¡Que venga el primer ministro!- Ordenó el padre de Irene, el rey.
-Mi hija ha sentido la magia, la ha usado de forma inconsciente, o el instinto de vivir la ha despertado, en el reino de Núlbel.
-Majestad, localizada, podemos enviar un mensaje a nuestro embajador.- Recomendó el Primer Ministro.
-No.
-¿Majestad?
-Creo que es mejor que vaya yo mismo,- hizo una pausa- sin llamar la atención.
-Pero, Majestad, se somete a un peligro innecesario.
-Ministro, por mi hija lo innecesario es primordial.- Se despidió el rey.
III
A dos días para la fiesta de presentación de la reina Rusoca el reino entero estaba en la calle, alegres y expectantes. Muchas personalidades de todo el mundo acudirían. Irene, consciente, deseaba ver a su padre en el Gran Salón pero temía la reacción, quería pasar a segundo plano, no ser vista. También ella dudaba de su padre: durante tres años no había visto ninguna comisión ni embajada en su busca, y nunca nadie la reconoció.
Blástoc quería a Irene en el servicio especial, aquel que solo atiende a la mesa real y la mesa especial asignada por el monarca. En esto pensaba Irene cuando un enano vestido de colores chillones, pantalones y chaleco amarillo y camisa verde de líneas rojas, calvo, y los poco pelos que tiene son canosos y largos. Las facciones son arrugadas pero se mueve con frescura.
-Muy buenos días.- Dijo en enano con tono sorprendentemente joven.
-Buenos días.- Respondió Irene.
-Quisiera habitación.
-Un huequecito queda.- Sorna del tabernero.
-Tenemos una habitación disponible.- Correcta dijo Irene.
-Bien.
-¿Cómo se llama?
-Áltrex.
-¿Y cuál es su motivo de visita a Urfáum?- curioso el tabernero.
-La fiesta de su Majestad, el Rey Blástoc.
Asombrado el tabernero se retiró a la cocina.
-Creo que tiene que ir al Palacio.- Irene comenzó a maravillarse- Usted es la Camarera Principal es una gran responsabilidad. ¿Puedo ir con usted?, me gustaría ver al rey.
-Sí.- escueta y aun sorprendida respondió Irene.
Irene entró al palacio por la puerta de servicio, pero estaba el rey esperando.
-Me alegra verla de nuevo.
-Gracias, Majestad.
Hubo silencio, pero las miradas se cruzaron, y se mantenían.
-Estará feliz, Majestad.- Ruborizada Irene bajó la mirada.
-No creas, la muerte de mi esposa me hundió en la oscuridad, y me parece que aun no he salido, pero sus ojos...
-¡Buenas!- Interrumpió Áltrex, situado entre los dos.
-¡Áltrex! ¡Qué alegría verte!
-Pues yo lo dudaría, creo que te alegre más ver a Irene.
-Ah, perdón, no sabía que se llamara Irene.
-Sí,- admirada respondió Irene y el rey Blástoc se fijó en el brillo de sus ojos.
-¡Querido!- Se acabó la magia.
Irene estaba intranquila. Áltrex la cogió de la mano y tranquilizó:
-Lo sé, su corazón está podrido y no tiene alma.
-Querida, deja que te presente. El es Áltrex.- Dijo Blástoc apuntando con su mano.
Rusoca cogió del brazo al rey, dando media vuelta, los dos se abandonan el patio de servicio. Antes de entrar en cualquier sala del palacio, en la misma puerta, Rusoca giró la cabeza. Con odio dirigió sus ojos a Irene y a Áltrex.
-¿Os conocéis de antes?- preguntó Irene.
-Si, aunque de distinta forma y nombre. No sabía que el rey estuviera en tan grave peligro.
-¿Qué?
Bajando la voz Áltrex explica:
-En este mundo hay nueve grandes magos, siempre los ha habido. Pero si desaparece uno, su esencia puede ser retenida, no encarnarse, y de esta forma no nacer otra vez. Hace ya mucho tiempo, la bruja Cartrilic quiso apoderarse del mundo, para su control es necesaria la magia de los Nueve. Nadie ha podido vencerla y, lo peor, no sabemos que hacer. Cada vez su poder aumenta, pero ahora...
-¿Qué?- Impaciente.
-Ahora ha conseguido engañar a un gran mago. Sólo quedamos dos, Blástoc y yo. Me sorprende que Blástoc no pueda ver lo mismo que tú.
En el día de la presentación, todo nervios, Irene, Socram y Áltrex fueron al palacio, entrado por la puerta de servicio.
-Te veré en el Salón Mágico.- Se despidió Áltrex, con su túnica dorada y apoyado en un báculo de álamo.
Todos los invitados, antes de sentarse, protocolariamente saludan a la pareja.
-¿Y éste, quién es?- Preguntó altiva Rusoca.
-Es Áltrex
-¡Ah, sí!- despectiva.
El banquete fue tranquilo, no hubo sobresaltos y a continuación el baile de gala. En una de las ocasiones, con tantos giros, saltos y alegría, Blástoc se quedó parado, fijo, enfrente de Irene.
-Creo que esta noche me estoy equivocando. Tú eres la auténtica reina.
Subió los colores de Irene, que es acariciada. Responde a la caricia con una sonrisa.
-¡Ya está bien!- gritó Rusoca.- Aparta, querido, que voy a acabar con ella.
Los puños de Rusoca llameaban formando una bola de unos treinta centímetros, que fue lanzada contra Irene.
Todos los invitados, asustados, o se protegían o inmóviles por el miedo tenían los ojos abiertos y los corazones acelerados. Con una habilidad mágica, Áltrex corrió hacia Irene pudiendo desviar la bola con el báculo.
Enfurecida Rusoca empezó a arrojar más bolas a un ritmo desenfrenado, paradas todas por Áltrex, menos una que le dio en el pecho.
-¡Áltrex!- apenada dijo Irene.
-El destino está de mi parte. Esta noche acabaré con dos magos, y contigo.- Se acercaba Rusoca con otra esfera flameante preparada.
-Irene, acaba con ella.- Ofrecía Áltrex su báculo.
-No sé luchar con eso.
-Tú has sentido la magia, la tienes. El otro día...- con esfuerzo, agonizando Áltrex continuó- el otro día no te dije que la esencia de mago pasa de padres a hijos, se hereda.
Alzando el brazo ofreció el báculo a Irene.
-Es un honor tenerte como hija, Irene Altrina.
Irene, confusa, cogió el báculo, y el brazo se desplomó. Áltrex expiro, recuperando su anterior forma, la del padre de Irene.
-¡Qué lástima, cuanto dolor!- dijo con desprecio Rusoca riéndose.
Irene se incorporó, cuando estaba Rusoca dispuesta a lanzar su bola de fuego, Irene hizo un rápido movimiento seco y fuerte, clavando el báculo a modo de lanza en el pecho de la bruja.
Irene arrancó el álamo y Rusoca murió sin decir nada. De su boca salieron siete figura humanas pequeñas, que se colocaron alrededor de Irene, empezando a irradiar una fuerte luz blanca, que cegó a todos.
Irene avanzó hacia su padre, acercó la punta del báculo al pecho, y este abrió los ojos y con la boca abierta hizo una sonora inspiración.
El padre se levantó, y pudo ver a su hija con una túnica blanca, emitiendo luz por todo su cuerpo.
-Padre.
-El arma para acabar con Cartrilic es el amor.
Irene abrazó a su padre.
-El tiempo de Áltrex ha acabado, ahora es el de Altrina, una maga, no solo más poderosa sino bella.
Irene se dirigió a Blástoc y, sonriendo, acarició su pecho.


Cuando piensas en mi es cuando existo.
Cuando pienso en ti es cuando vivo.
Cuando nos vemos: muero de felicidad,
En mi ser no cabe tanto amar.
Para Melina.

Texto agregado el 25-08-2004, y leído por 272 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-02-2008 Se me complico el final...no logre captar la idea...estoy perplejo... antiqualost
28-09-2007 Sí, cuento bastante original y bien llevado. churruka
25-06-2005 Bello y complejo. van mis estrellas y el deseo de conocernos. silviasayago
22-09-2004 me ha enredado... kayla
 
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