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Conocí a quien creí el amor de mi vida un miércoles de ceniza. La descubrí en la iglesia con su cruz de ceniza en la frente nívea a tono con sus mejillas sonrosadas como pétalos de rosa y sus labios carnosos rojos cual manzana madura.
Ella me vio y descubrí en el fondo de sus pupilas un destello profundo de su alma, que atenazó mi espíritu como el arpón que Quiqueg lanzó a la ballena luego de soportar las arengas enjundiosas de Ahab. Lo malo fue que luego de mirarme se tapó la boca para no echarse a reír, pues el padre de rostro lívido por la resaca me puso la ceniza en medio cachete justo cuando volteé a ver su rostro virginal.
Desde el primer momento sentí que la amaba como nunca imaginé, por lo que me la pasé escribiendo poemas tristes de amor para cantar la delicadeza de su andar como entre copos de nube, la dulzura de su olor a flores del paraíso y la espesura de su cabello consubstanciado con los rizos empíreos de afrodita.
La volví a ver dos días después. Iba tras su mamá en el mercado, ayudándole con una canasta infame repleta de jícamas y tejocotes. Iba enterrando sus dientes delicados en un trozo de palanqueta, y en ratos extendía su mano frágil para espantarse a unas moscas descomunales y verdes, como sacadas de un cementerio de licántropos.
Tomé aire como para lanzarme a un cenote maya, y me le acerqué sintiendo que mi corazón brincoteaba en mi pecho como un chapulín hinchado de esteroides. Pero justo cuando estaba a punto de preguntarle su nombre pasó un sujeto con un mandil pringoso y los cabellos en rastas donde quizá pernoctaban clanes completos de piojos. Jalaba un carrito con bloques de hielo, y se las arregló para incrustarle una mirada lúbrica a mi musa, profiriendo: “¡Qué ricas nalguitas, mamacita!”
Ella volteó molesta y expulsó sierpes y sapos de su boca, que yo imaginaba pura y casta. Luego giró hacia mí, quebrando mi corazón con su reclamo: “¿Y tú qué me ves, pinche gordo?”
Sentí que el mundo se desmoronaba como mazapán, y me quedé como una de las estatuas de sal con las que Lot adornó su cubil luego de la devastación de Sodoma y Gomorra por Azrael. Ella volteó cuando su madre le endilgaba una bolsa con chirimoyas, y yo sentí que nunca volvería a amar a nadie más por toda la eternidad.
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Texto agregado el 11-04-2014, y leído por 320
visitantes. (9 votos)
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Lectores Opinan |
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28-01-2015 |
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Excelente relato, que logra su cometido de mantenerse ecuanime dentro del sarcasmo y el realismo. Saludos! asb |
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28-01-2015 |
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jajajaa.. valor con tu musa.. Me encantó leerte. Un abrazo, sheisan |
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12-04-2014 |
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Suele suceder. Las personas muestran "la hilacha" cuando están en su ambiente cotidiano. Todas las estrellas para tu texto tan rico y creativo, que destila humor y sarcasmo. Clorinda |
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12-04-2014 |
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jaaa me gustó mucho. Todo encantamiento suele terminar a la primera palabra. Tu texto es de mucha calidad. biyu |
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11-04-2014 |
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Asi pasa..las apariencias engañan. Buen relato! mipropiotu |
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