Yo no sé cuál es el sentido de las cosas,
yo sólo las pienso y hago.
Y aunque me cueste decirlo,
a veces ni lo pienso.
Como yo no sé hacia dónde es éste
ni sé si existe siquiera,
no te diré cuál es el sentido de todo,
pero te diré el que no es.
El sentido no está en las praderas,
ni en los clorofilados valles,
ni mucho menos en infinitos desiertos,
el sentido no está físicamente.
El sentido que buscas no lo encontrarás
si sigues viendo la vida como un chicle,
al cual mascas hasta la insipidez.
No vas a encontrarlo
si te pones a tostar
una y otra vez
el duro y blanco pan.
Tampoco está saltar al abismo,
ni en luchar contra la bestia,
ni en acabar con la religión,
ni participar en una
ni en ser un imbécil creyéndose Dios,
ni en ser Dios creyéndose un imbécil,
ni en intentar se alguno de los dos,
ni en aconsejar a otros,
ni en caer y levantarse.
El sentido debe estar,
según creo,
escondido en un lugar más grande.
En un lugar de luz y calor,
de umbra y penumbra,
de enormes laberintos,
de salas vacías,
de hombre y bestia,
de razón y corazón,
de energía inconsumible.
Debe estar escondida,
pero no en un solo lugar,
sino que en el alma de cada uno.
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