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Inicio / Cuenteros Locales / Canon / Confesiones de Melissa (Cuento Colectivo)

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(01) Debido al prematuro fallecimiento de mi madre, me vi recluida en ese colegio, interna. Tenía unos diez años, y la verdad, me sentí perdida entre todas aquellas muchachas de mi misma edad. Estaba apartada del resto, por mi timidez y sin ganas de mediar palabra con nadie, al no encontrarme restablecida del luctuoso suceso.

Unas monitoras, que parecían simpáticas, se acercaron a cada grupo, llamándonos según fuera la inicial de nuestro primer apellido.

(02) Cuando pronunciaron el mío, el mundo pareció derrumbarse. Mis pies no deseaban avanzar, me sentía mareada. Todas las miradas estaban fijas en mí.

(03) Me sentía sola en un mundo desconocido. Vino de pronto a mi memoria la sonrisa de mi madre; entonces, sentí que estaba avanzando hacia ella y el miedo desapareció.

(04) Vi el rostro angelical de la monitora. Su amable sonrisa dejó ver sus dientes blancos y perfectos. El azul de sus ojos me trasportó a esa playa paradisiaca, donde mi progenitora me tomaba de la mano y me acercaba al agua cristalina diciendo

-¡No temas, Melissa! El agua sólo quiere jugar contigo... ¿Ves como toca tus piecitos para arrancar y luego volver....?

(05) Pero todo eso se desmoronó cual castillo de naipes cuando la segunda monitora, una mujer flaca y agria, me miró a los ojos y en voz alta y clara dijo:

-No creas que por ser una Cruz de Miranda vas a tener un trato distinto al resto.

En ese instante comencé a entender el pesado legado que me dejaba el hombre que me engendró, el mismo que sin inmutarse había ordenado que me dejaran en aquella cárcel de oro.

(06) Amancio Cruz de Miranda era unos hombres más poderosos de Italia, descendiente de rancio abolengo con más títulos nobiliarios que la misma reina de Inglaterra. Poseía grandes terrenos de viñas y palacetes del siglo XVII, y estaba emparentado por su casamiento con la duquesa de Osuna, mujer de gran inteligencia y poderosa en su país: España. Así logró amasar una gran fortuna.

(07) Un patrimonio que sólo me procuró una vida sin sangre en las venas. Aséptica en sentimientos, jerarquizada y borracha de boato y protocolo. Ahora, bajo el techo de aquel edificio centenario, me sentía de nuevo bajo la batuta de un guión escrito por otros. Adela, así supe más tarde que se llamaba la tutora, me miraba fijamente mientras pasaban lista. Esperaba a que dijeran mi nombre mientras su mirada desnudaba la marioneta que era, en un gesto entre burlón y condescendiente...

(08) Mi espíritu rebelde pugnaba por salir a la superficie, pero la razón me decía que sobrevivir en aquel ambiente tan diametralmente opuesto al que estaba acostumbrada iba a requerir toda mi perspicacia. Recordé algo que decía mi madre cuando se enfrentaba a situaciones hostiles

"SI NO PUEDES DERROTARLOS, UNETE Y VENCERAS”

(09) Por largos segundos, se balanceo en mis pentañas una ideas un tanto inverosímil de lo que creían los demás. Mientras contemplaba el horizonte intente recrear un paisaje de los primeros días que disfruté en mi infancia. De esa forma, quizás podría evitar el cautiverio febril que me hizo escapar en un momento. Sí; sigilosamente comencé a forjar un escenario interior de cándidas imágenes que revoloteaban en mi espejo y deshojaban el calendario anquilosado de unas cuencas vacías que hurgaban el universo...

Era sólo un juego, por eso sonreía y todos me miraban extrañados al hacerlo.

(10) Cuando nos topamos ese día en el largo pasillo abovedado ella se detuvo frente a mí y sin decir palabra me tomó de los hombros y me dio un beso en la boca. Quedé paralizada. Sus finos y duros labios no sólo me dejaron una sensación metálica e insípida, también quemaron parte de mi inocencia. A mis pocos años debí entender que dentro de ciertas personas hay fuegos que las atormentan; Adela era una de ellas y, sin saber por qué, me eligió para su consuelo.

(11) No pude negarme a las caricias de Adela y en mi confusión no advertía que desahogaba conmigo sus delirios patológicos. Su actitud para conmigo me convirtió en el blanco de las burlas de mis compañeras. Caí en un estado de depresión tal que tuvieron que llevarme al médico, quien, al saber mi apellido se sobresaltó. Yo también me sobresalté porque se parecía enormemente a mi padre...

(12) Era un secreto a gritos dentro de la familia, que mi abuela tuvo incestuosos amores con un primo carnal. Nacieron dos hermanos idénticos, y cada uno fue criado en diferente familia. Estaba ante el hermano de mi padre, médico neurólogo y psiquiatra, y amigo íntimo de la directora del colegio...

¿Cómo explicar la mezcla de confusión, pena y remordimiento que advertí en su mirada? Aunque de inmediato intentó borrarla, jamás la olvidaré. Supe entonces, que mitigaba sus culpas yendo una vez al mes al Internado.

(13) Habían pasado tres años desde mi entrada al Internado por lo que contaba ya con la edad de trece. Nunca hablé con nadie de las incursiones eróticas con Adela. Ante todos, la monitora me despreciaba y excluía por ser yo quien era, pero luego me convertía en el objeto de sus deseos cada noche... Y lo peor de todo, yo acabé deseando el momento en que llegaba con su camisón blanco. Sus largos dedos exploraban cada rincón de mi cuerpo recién despierto. Aquello no estaba bien, pero ¿qué sabía yo del bien y del mal? Al fin y al cabo era el único instante en el que yo me sentía querida, apreciada, deseada... Pues ni siquiera la dulce Amalia, la otra tutora, me trataba más allá de la simple cortesía. ¿Qué podía esperarse de mí... una cría huérfana de madre, cuyo padre la había abandonado?

Por contra, mi tío seguía visitándome cada mes para saber de mí; se había convertido en mi referente masculino, aunque en sus gestos estaba viva la frialdad brutal de los Cruz de Miranda.

(14) Pero quizás, lo que más marcó mi adolescencia, fue la primera visita del Obispo al Internado, que luego se repitió inexorablemente una vez por semana. Llegó en gira de inspección, acompañado de la directora del establecimiento. Era el ser más parecido a un buzón que haya visto en mi vida, con su enorme bocaza y la púrpura vestidura.

(15) Cada viernes, la Directora de cada Departamento, unida al Obispo de la cercana catedral de Chantilly, pasaban revista a las estudiantes. Con rapidez, todas ordenábamos los armarios, los libros, y teníamos la cama hecha. En formación, lucíamos el uniforme recién lavado y planchado, y los zapatos bien pulidos. Temíamos que llegara ese día, ya que la Directora se ensañaba con una vara de madera, golpeando la espalda de la pobre infeliz que, a su juicio, era desaliñada. Me miraba con desdén… no sé si debido a que sabía algo de lo que realmente me ocurría en ese centro….

(16) Con el tiempo, descubrí que yo no era la única chica ultrajada. Había unas cuantas más que ya habían crecido y dejaron de ser apetecible para Adela. Otras habían dejado el internado. ¿Y la directora...? ¡Vaya uno a saber si hacía la vista gorda a lo que allí sucedía! En sus revistas, se hacía acompañar del Sr. Obispo, otro ser repelente al que no le importábamos. Parecía que nos iba a tragar con su gigantesca boca. Odio el color púrpura. Muchas noches soñé que lo ahorcaba con su capa maldita... Sus visitas eran un martirio para todas las internas que....

(17) ...ante la sola mirada del prelado bajaban la vista. Y así sucedió ese día.
El Obispo se presentó puntual para su visita semanal. Como todos los viernes, formamos en línea y agachábamos la cabeza. Sus pasos lentos resonaban en el silencio del pasillo de revista, aproximándose. Guardé la respiración mientras escuchaba una mezcla de resoplido y lascivo jadeo. Pasó frente a mí y suspire aliviada; pero su andar se detuvo, giró con cierta pompa teatral y se detuvo ante mi figura. Aguardé en silencio, esperando lo peor.

Una voz cascada me ordenó

- Mírame

(18) Subí lenta la vista hacia él, con timidez y mezcla de susto. Me increpó de muy malos modos que no asistía al oficio religioso, como el resto.

Tartamudeé, no podía hablar. El sólo mirarle me recordaba esas visitas a medianoche, cuando Adela se metía bajo mis sábanas y con dedos expertos acariciaba mi pubis aún sin vello, y mis senos que emergían turgentes. Confieso que me sentía culpable de sentir placer, en esos juegos amorosos prohibidos. Había pecado.

Sabía que me castigarían por lo sucedido la noche anterior.... Varias de nosotras fuimos al parque cercano. Decían que habían visto a un hombre merodeando. Teníamos el miedo en el cuerpo debido que en los alrededores existía un Psiquiátrico.

(19) Un día asistí al oficio religioso. El evangelio hablaba de una mujer pecadora, a quien Jesús había defendido. El nombre de Jesús fue tatuado por una mano de ángel que sentí venir en mi ayuda cuando estaba frente al altar.

Cuando tenía catorce años, empecé a escribir todos los días. En las blancas hojas de un cuaderno, empecé a contar esta historia que leo hoy sentada frente a la chimenea de mi casa.

(20) Mis recuerdos son vagos, pero nunca olvidaré las aventuras de "Las Cinco", como nos llamábamos a nosotras mismas el escaso grupo de amistades que hice en el internado; ni las incursiones a la piscina del "Pabellón Infantil", dónde nos ofrecimos voluntarias para dar de comer a los niños abandonados; y tampoco cuando fuimos expulsadas del salón de estudio por la monitora al ponernos en la falda del uniforme el alambre del cuaderno para parecer mujeres de otra época; ni aquella vez que nos disfrazamos en navidad y fuimos pidiendo aguinaldo por todos los Pabellones. Incluso la Directora se rió al vernos. Sí, también lo pasamos bien. Era otra época...

(21) …y es triste darte cuenta que a veces lo más duro y triste es lo que más se arraiga a los recuerdos. Aunque no siempre. Me hundí en el sillón donde descansaba y…

(22) …traté de recordar lo acontecido para explicarme cómo fue que llegué al Psiquiátrico. Desde el patio veía a lo lejos el campanario de la capilla del Internado. Había veces en que me parecía ver junto a las campanas una figura vestida de rojo mirando en mi dirección. Me daban escalofríos al pensar que podría ser el obispo y corría a meterme en mi cama, bajo las mantas. Sólo me levantaba cuando el terror pasaba y Audina, la piadosa enfermera, trataba de consolarme con dulces palabras.

-Algún día recordarás todo y se borrarán los fantasmas de tu mente -me decía

No sabía que responderle. Eso era lo que quería...

(23) Sin embargo, la figura del espectro que me observaba era indefinida, y su color variaba y evolucionaba según el débil ángulo de la luz, el fulgor de sus ojos podía ser el simple reflejo de un haz producido sobre algún objeto pulido de piedra o metálico.

Aquello enigmático e indefinido producía en mí un temor oscilante cuya amplitud se expandía o disminuía según el paso de las horas...

(24) …y los recuerdos, mezclados con alucinaciones, me perseguían.

No sé qué partes sucedieron realmente y cuáles no. Son recuerdos de un pasado que quisiera borrar, y no puedo.

(25) Cuando creía que los espejismos habían abandonado mi mente febril, éstos regresaban invasores y violentos a mi aterrado pensamiento, y se cernían sobre mí, constantes y despiadados.

Concluí, en mis pocos momentos de lucidez, que el Obispo y su visión espectral no me perdonarán...

(26) Igualmente, cuando soñaba en mis noches de angustia, veía a lo lejos una mano oscilando, tratando de acariciar mi rostro; y creía ver también un rostro de mujer, delicado y bondadoso. En ese tiempo, apenas podía recordar a mi madre, y por ello es que creo que sentía su presencia cuando me quedaba dormida en esa habitación tan pulcra y desolada.

(27) Un día me desperté, y al incorporarme, me contemplé a mí misma. Mis largas piernas, mis brazos flacos, fibrosos, y mis muñecas ososas... Ahí vi las cicatrices de los cortes que me infligí intentando quitarme la vida, y me pareció que era la primera vez que las veía en mi vida. ¿Por qué había intentado suicidarme? Al principio no lo entendí. Sin embargo, tras analizar mis experiencias en los recuerdos que conservaba de mi extraña y fría familia, mi aislamiento en el internado, los abusos de Adela y el maltrato del intransigente Obispo, me respondí a mí misma y entendí mi desesperación. Había intentado huir, pero lo había hecho de la manera equivocada, y eso me había valido otro encierro. Encontré en el bolsillo de mi camisón unas pastillas casi deshechas. Seguramente no me había tomado la medicación y al fin despertaba. Tuve el impulso de volver a escapar, pero esta vez no quería morir, sino que deseaba fugarme de verdad, para disfrutar de la vida... Pero como no podía salir…

(28) …busqué en mi mente un lugar especial donde ir a pasear. Y en mi retirada, de pronto escuché voces en los pasillos. El miedo enfriaba mi decisión y me escondía entre sábanas oscuras junto a mi mal. Sabía que no debía temerle, la noche es blanca cuando existe la paz.

Muy lentamente recurrí a mis horrores y mis errores, tratando de inferirme ese coraje que, despierto, sacude y antoja obedecer.

Corrí entre nubes de velos escondidos; vi a Adela correr tras de mí, y me estremezco de bronca, de pánico. Ella era la culpable, junto a mi padre, de todo mi dolor. De repente, un frío recorrió mi espinazo, un líquido corrió en mi vena arterial.

(29) Caí desmayada en el frío suelo de mármol. Cuando abrí los ojos, vi cuatro rostros que me miran. Eran los especialistas.

-¿Se encuentra bien señorita Melissa? Tiene usted visita.- Me anunciaron.


Unas enfermeras me acompañaron a las duchas, y después de vestirme me llevaron a una sala contigua.

Allí estaba mi padre, que me miró con pesar. Sé que soy una vergüenza para la familia de rancio abolengo. Con tristeza en sus ojos, se acercó y me abrazó.

(30) Probablemente era eso lo que necesitaba para volver a mi centro. Permanecí inmóvil en su abrazo, sin pensar, solo sintiendo. Dejé caer unas lágrimas y desahogue todo lo que guardaba dentro.

Mi padre me tomó el rostro con ambas manos y luego de secar las lágrimas que recorrían mis mejillas, me miró con lo que, en un primer momento, me pareció tristeza; sin embargo en ese momento percibí que era ternura, y me dijo:

(31) -¡Perdóname, mi niña...! Por el amor de Dios, ¡perdóname!- Luego continuó -Tu tío me dijo que había intervenido para que te trasladaran aquí, después de tu intento de suicidio…

Mi padre me abrió los brazos en un mudo gesto. Sentí en el alma una gran ternura. Conversó mucho rato, en tanto secaba mis lágrimas que se confundían con las suyas. Había estado viajando por la Ruta de la Seda, y estuvo incomunicado del mundo exterior. Me escribía cada semana, pero yo no recibí ninguna carta. Le dijeron que yo había fallecido de tuberculosis y, apenado al no encontrar cadáver que enterrar, se exilió por tiempo indefinido.

Su medio hermano se había puesto en comunicación con él, alarmado de saber dónde me encontraría. Él hizo la denuncia de lo que sucedía en el internado, con la colaboración de la enfermera Audina. Adela fue a prisión acusada de abuso sexual. El colegio fue cerrado. Al Obispo, lo trasladaron a Francia.

La dulce Audina trajo mis cosas, mis remedios, mi ropa y mi cuaderno en donde comencé esta historia. Gracias a mi cuaderno, que la enfermera leyó a escondidas, el horror llegaba a su fín. Guardó todo en una maleta y me la entregó. Estaba turbada por el cariz que habían tomado los acontecimientos, pero me sentía feliz.

Ahora vivo con mi padre y pertenezco a una gran familia, esa familia que nunca he tenido. Audina y mi tío me visitan. Sé que se han puesto de novios.

Este cuaderno que guarda la novela de mi odisea lo guardo en el escritorio, porque ya no hay más que escribir en él...

¡Estoy bien!




Participantes
(01, 06, 15, 18, 29) Audina - (02) Agostina - (03, 19) Girouette- - (04, 16) Pithusa - (05, 13) Vihima - (07) Ollaida - (08)Elisatab - (09) Atanasio - (10) Kroston - (11)Yvette27 - (12) MujerDiosa y Audina, fusión de Agostina - (14, 22)Zumm - (17) Musas-muertas - (20) Zenobia- - (21) Canon - (23, 25) Hippie80 - (24) Volgefrei - (26, 28) Lagunita (27) Ikálinen (30) Gsap (31) Pithusa, Yosoyasi2 y Audina, fusión de Canon

Título: Audina


Texto agregado el 10-04-2014, y leído por 306 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
12-04-2014 ¡¡¡Canon, qué bien lo redactó....!!! Lo seguí desde el comienzo y percibí errores que ud. los a corregido a la perfección.. Me alegra la gran cantidad de participantes para esta historía.... Se agradece el arduo trabajo de CANON. ¡¡¡Gracias!!!! pithusa
11-04-2014 ¡Los avatares de Melissa! Pobrecita lo que pasó en su vida... Un argumento digno de las hermanas Brönte. Aquí hay talento y del bueno, las historias colectivas se escriben solas... Gracias a Canon que es la mano que hila nuestras intervenciones. Es una gran correctora. ¡Gracias a todos los que participaron! Este ha sido un parto difícil. ;) Audina
11-04-2014 Me gusta como se va preparando la historia para llegar a un buen desenlace. ***** girouette-
11-04-2014 Ha quedado muy bien, para cuando la película? elisatab
11-04-2014 Y les digo lo que simper les he dicho: ustedes tienen talento de sobra. Yo me sorprendo y me sorprendo conlas creaciones tanto inndividuales como colectivas. Reciban un cordial abrazo. mipropiotu
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