El sonido de la sirena de la patrulla de la policía empezó a disminuir gradualmente, lo que tranquilizó a Camilo y le permitió salir lentamente de la alcantarilla en que se había escocido, tembloroso aun por el susto y la carrera que había tenido que dar, pero sin soltar la botella de licor que aferraba con tanta fuerza que en cualquier momento podría estallar entre sus dedos.
Observó con sigilo para los dos lados de la calle, hasta asegurarse que no había el menor riesgo de ser sorprendido y prosiguió su errática marcha, con pasos zigzagueantes y murmurando palabras inaudibles al tiempo que destapaba la botella y se daba un buen trago.
Camilo había sido un hombre exitoso, con una familia ejemplar, que había alcanzado muchos logros, tanto materiales como para su realización personal, que le habían permitido una buena posición social e independencia económica pero que sin darse cuenta cómo, terminó siendo víctima de un alcoholismo social, que lo empujó cuesta abajo por una pendiente, que parecía no tener fin.
Llevaba varios años viviendo en la calle, después de que su familia lo repudió por las incontables ocasiones en que los avergonzó enfrente de sus amigos y demás familiares y por su incapacidad de cumplir las promesas que siempre les hacía cuando se encontraba sobrio, de que no lo volvería a hacer y que buscaría ayuda.
La gota que derramó la copa fue el día en que celebraron la fiesta por los quince años de su hija. En principio ella no quería que le hicieran ningún tipo de celebración pues sabía que su padre lo arruinaría todo, pero a instancias de su madre terminó por aceptar las promesas de Camilo de que ese día no bebería, cosa que no cumplió y la fiesta terminó súbitamente después que él le arrebató el micrófono al maestro de ceremonias y empezó a ridiculizar a los invitados.
Después de todo el desastre que ocasionó, su esposa lo conminó a que inmediatamente irían a Alcohólicos Anónimos a buscar ayuda, pero él se negó a hacerlo alegando que no era necesario ir en ese mismo momento, que lo haría al día siguiente y ella desatada en llanto, le hizo un ultimátum, que si no aceptaba ir de inmediato debería irse de la casa, lo que cumplió en el acto. Le quitó las llaves y a empujones lo dejó afuera.
Al principio Camilo creyó que en un par de días todo volvería a la normalidad y podría regresar a su casa, pero no fue así.
Cuando alguno de sus hijos o su esposa lo veía venir por la calle, se cambiaban de acera o se daban media vuelta para evitarlo y un día que trató de acercarse a su hija cuando estaba en una tienda, ella lo rechazó diciéndole que era un desconocido.
Las primeras semanas fue acogido por algunos amigos que lo invitaban a la reflexión, pero en cuanto tenía oportunidad de beber de nuevo, causaba muchos problemas y sus amigos también se fueron alejando de él.
Desde entonces su hogar se fue convirtiendo gradualmente en la calle, comiendo los desperdicios que encontraba en los botes de basura y lo que la gente caritativa le regalaba. Para proveerse de licor, trataba de vender cualquier cosa que encontraba en los mismos botes y cuando no conseguía nada que vender, terminaba robando para conseguirlo, como había ocurrido ese día en que la policía lo persiguió y había estado a punto de detenerlo cuando se refugió en una alcantarilla para no ser atrapado.
Dormía en los parques o en cualquier portal o donde lo sorprendiera la noche.
En una ocasión las cosas se pusieron muy difíciles para él, pues no podía conseguir de ninguna forma qué beber y llevaba tres días sin probar licor y el cuerpo se lo pedía desesperadamente. Intentó todos sus recursos habituales pero ninguno le dio resultado y su cuerpo necesitaba con carácter urgente algo de alcohol.
Estaba tembloroso y sentía calambres y era inminente que empezara a convulsionar pues padecía un severo síndrome de abstinencia, así que se arriesgó a entrar a una licorería y tomó la primer botella que estuvo a su alcance y salió corriendo.
En la vertiginosa fuga Camilo dio un tras pie y cayó aparatosamente al suelo golpeándose la base de la cabeza con el filo de la acera. Su cuerpo quedó exánime tendido sobre el asfalto hasta que alguno de los curiosos que se fueron agrupando, llamó una ambulancia.
Camilo fue conducido a una sala de urgencias donde recibió tratamiento para la lesión que tenia en la cabeza. Como había llegado en estado inconciente y no pudieron interrogarlo, lo desnudaron y bañaron para hacerle un examen completo en busca de otras lesiones y al no encontrarle nada más, le asignaron una cama mientras esperaban a que despertara. Se encontraba en estado de coma profundo.
La doctora que se hizo cargo de él, lo examinaba dos veces diarias y todo el tiempo estuvo preocupada porque no le faltara alimentación adecuada por vía intravenosa y de su apariencia física. Pasó treinta y dos días en estado vegetativo y cuando ya empezaban a perder las esperanzas de que despertara, el día treinta y tres abrió los ojos.
Hubo regocijo entre las enfermeras y la doctora que lo tenía a su cargo y tan pronto estuvo despierto por completo fue sometido a una serie de exámenes tanto físicos como neurológicos para evaluar el grado de deterioro que había sufrido tanto por el golpe como por la prolongada inconciencia.
En el proceso de los análisis se determinó que físicamente no había ningún tipo de lesión pero se estableció que sufría de Síndrome de Korsacoff asociado a Fuga Disociativa. Camilo no recordaba quién era, en dónde vivía, a qué se dedicaba ni por qué había llegado a la sala de emergencia. No tenía absolutamente ningún recuerdo anterior al momento en que había despertado del coma. Padecía de Amnesia Profunda.
Su rehabilitación física fue muy rápida y en pocos días estaba listo para ser dado de alta, pero como nadie se había presentado a reclamarlo y no sabían cómo contactar a su familia, no tenía a dónde ir. Los días pasaban y no había una solución para que abandonara el Hospital, pues los doctores no lo podían enviar a la calle, sin que supiera para dónde podía ir.
La doctora que había estado a su cargo, discutió el tema en su casa y su esposo e hijos estuvieron de acuerdo en que si se trataba de una persona que no causaría problemas lo podrían acoger en su hogar hasta que recuperara la memoria.
En un par de días más Camilo se instaló en la casa de la doctora, toda su familia se ocupó de hacerlo sentir a gusto y se le dio el trato como a otro miembro de la familia.
Se adaptó con mucha facilidad a las costumbres familiares y pronto se ganó el afecto y la confianza de todos los miembros. Colaboraba en las actividades de la casa y trataba de no ser una carga para ellos.
Una noche después de comer, se sentó a conversar en la sala con el esposo de la doctora y mientras escuchaban música, este le ofreció un trago de brandy. Al tiempo que abrigaban las copas, Camilo le expresó su gratitud por haberlo acogido en su familia y le manifestó su preocupación por no poder aportar materialmente con algo para sus propios gastos y el esposo de la doctora, que ya había descubierto el nivel cultural y la capacidad intelectual de Camilo, le propuso que si quería lo podría llevar a trabajar a su compañía como vendedor y de esa forma ganarse algún dinero para sus necesidades. A Camilo le agradó la idea y de inmediato se pusieron a hacer planes de todas las cosas que podría hacer.
Al terminar sus copas, se retiraron a sus respectivas habitaciones y como Camilo no pudo conciliar el sueño se quedó tendido sobre la cama con la ansiedad que le producía pensar que podría ser de alguna utilidad para esa familia que tan generosamente lo había rescatado de la obscuridad de su amnesia.
En poco tiempo se incorporó al equipo de ventas de la compañía y por encima de las expectativas que sus superiores tenían con él, pronto se destacó como un excelente vendedor. Aprendió con rapidez y con mucha disciplina cumplía con sus responsabilidades y objetivos. El esposo de la doctora no se había equivocado al confiar en él para darle una oportunidad, pues Camilo tenia dotes de líder y una gran capacidad organizativa que en pocos meses se reflejó en un trabajo impecable y en grandes proyectos para mejorar el sistema de mercadeo, por lo cual no dudó cuando tuvo la oportunidad de nombrarlo gerente del departamento.
Camilo se convirtió en uno de los ejecutivos más importantes de la empresa y poco tiempo después, con la autosuficiencia económica que había alcanzado se independizó a su propio apartamento, pese a las suplicas de los hijos de la doctora que no querían que se fuera de su casa pues le habían ganado mucho afecto.
Tenía una nueva vida a pesar de no tener identidad, pero eso no fue ningún impedimento para que alcanzara todas las metas que se proponía. Por sus actividades de trabajo se veía en la necesidad de asistir a muchos eventos sociales en los que generalmente debía ingerir alcohol, pero siempre lo hacia con medida y nunca de emborrachaba ni sentía esa fuerza irrefrenable de antes de seguir bebiendo sin parar. En su nueva vida Camilo no era alcohólico, porque no recordaba que lo hubiera sido y durante el prolongado coma, su cuerpo se había desintoxicado por completo.
La historia de Camilo se hizo popular entre todos los miembros de la compañía, entre quienes despertaba mucho respeto y admiración la forma en que había superado un problema tan serio y su vida volvió a adquirir un sentido importante a través del trabajo, aunque siempre empañado por esa nube negra de no saber nada de su pasado.
Un día se dirigía en su automóvil hacia el trabajo y en una pequeña congestión de tránsito se vio obligado a detenerse por unos minutos y cuando distraídamente miró por la ventana, observó que una mujer que manejaba un carro en el sentido contrario, se había detenido enfrente de él, lo veía fijamente y con un gesto de sorpresa. Camilo también se quedó viéndola fijamente, pues entendió que muy probablemente esa mujer lo conocía de su vida antes de perder la memoria.
En ese momento la marcha de los vehículos se reanudó y en la medida que los dos carros se fueron alejando el uno del otro ellos se siguieron mirando a los ojos hasta que se perdieron de vista. El rostro de esa mujer quedó gravado en la mente de Camilo y obsesivamente lo acompañó en visiones relámpago que se le aparecían a cada instante durante el resto del día, como si se tratara de una pesadilla que lo perseguía despierto.
El resto del día estuvo distraído y no podía concentrarse en las actividades que realizaba, hasta que en la tarde no resistió más y canceló todas las cosas pendientes del trabajo y decidió irse a su apartamento.
De regreso volvió a pasar por el lugar en que en la mañana se había cruzado con la mujer, con la ingenua esperanza de volverla a encontrar y poderle preguntar si lo conocía, pero no fue así.
Llegó a su casa, se sirvió un trago de whisky y se sentó a pensar en lo ocurrido y en el momento en que levantó el vaso para beber el primer sorbo mientras pensaba en la cara de esa mujer, recordó en un instante que ella era su esposa y como cuando se prende de golpe la luz de un parque de diversiones a obscuras y empiezan a funcionar al mismo tiempo todas las atracciones mecánicas, se le revelaron todos los recuerdos perdidos y antes de que ese primer sorbo de licor le pasara por la garganta, también recordó su adicción a la bebida y entre todos los conflictos que afloraron en su mente, se terminó la botella. Cuando no tuvo más licor en su casa, salió a la calle a buscar qué más seguir bebiendo y así continuó haciéndolo sin parar, deambulando por las calles, por tres días hasta que calló fulminado en un acceso de Delirium Tremens, del que no despertó.
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