Este disparate me ha fortalecido lo suficiente como para seguir hablando de mí un poco más, pero antes debo decirles dos cosas: la primera es que me acabo de dar cuenta que todo este bonito relato se los estoy contando con la bragueta baja. Y la segunda es que antes de seguir conmigo mismo, que es lo que por lo menos a mí me interesa, debo hacer mención de lo que fue ocurriendo con Juan. Él sigue amasando. En un momento determinado, lo recuerdo en la parte que dije “quiero que reencarnes en mí”, él cruzo su pierna derecha por detrás de la izquierda y siguió con lo suyo. Eso es todo realmente, y por lo demás sigue lloviendo y sigue el cielo rojo. Y por si no fui claro, que es muy probable: acá el paisaje es todo rojo. Viene del cielo esa la luz, pero la visión es todo un rojo uniforme. Es lo que vemos, y lo voy a repetir porque siento que lo expliqué mal. Imaginen una ventana, y en su respectivo marco vayan y peguen una cartulina roja con las medidas exactas y tendrán así la visión que tenemos nosotros. La única diferencia que tiene eso con una cartulina, es que a nosotros nos ilumina; y bueno, creo que sí fui claro con el color del aire que se produce en este momento, acá adentro. Quiero decir, en cuanto a la sumatoria de la luz roja con el blanco pulido de la cocina. En fin, les decía: ¿Me gusta odiar? No. ¿Lo hago a menudo? Sí… Y Juan increíblemente se da vuelta, ahora… acaba de hacerlo, y me está mirando. Me hace un gesto con la mano entera como para que me acerque. Extiendo mi brazo derecho con mi copa de vino como un saludo y tomo un trago. Él insiste en que me acerque. Debo decir que estoy un poco nervioso y no quiero explicar el por qué. Si alguien se dio cuenta por favor que no lo diga todavía. Sigan analizándome. Sus piernas están cruzadas, y por si tampoco quedó del todo claro, su expresión corporal es un poco como se sienta Charly García, así cruza las piernas, pero Juan es más rechoncho y sólido y lo digo con cariño. Porque a mi realmente no me interesa demasiado los estándares sociales… pero Juan me hace una reverencia. Yo de nuevo hago como un brindis y mi cabeza se levanta y hace una mueca, y me detengo al lado suyo. Veo lo que está amasando y no lo puedo creer. Él me mira de arriba abajo y vuelve a mi rostro. Fijo a los ojos me sonríe. Estira su mano y señala. Doy paso hacia atrás y le digo “no” y él me da un empujón que me hace caer y se me derrama todo el vino en la camisa. Llevo puesto una camisa gris. Y él sigue amasando y yo incrédulo en el suelo me quedo un tanto petrificado y sin reacción. Hasta que le digo “che hijo de puta qué te pasa” y él, sin inmutarse, simplemente sigue amasando y yo le digo “che”… “Juan”, pero él nada de nada y le digo “che hijo de puta” y me doy por vencido y me levanto y le digo “che” golpeando su hombro tímidamente, como quien llama a una puerta, pero él nada de nada. Y yo retrocedo y veo lo que está amasando y no lo puedo creer, realmente. Lo odio tanto que quiero pedirle por favor que me ame, pero me parece que no puedo. |