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UNA COSTUMBRE INTERESANTE


Una costumbre interesante es sentarme y hablar. Me gusta saber que estoy con el bueno. Me gusta aprobarme. Es decir, yo lo digo, yo lo hago, yo lo pienso. Me siento y hablamos. Sigo la conversación con acotaciones y observo.
Es tolerable la mano que se asoma y saluda desde un balcón, un cuarto piso. Devuelvo el saludo y mi amigo no se da cuenta. Me sigue contando. Los perros que ladran a lo lejos parecen estar hablando de algo importante. Una señora termina de pasar despacio por nuestro lado, mi amigo después de aguadar silencio continúa:
- Pero bueno, que se yo… lo de siempre. Ya me acostumbré. Qué se yo.
Le sonrío. No puedo prestarle demasiada atención. La vieja se aleja despacio hasta desaparecer. Uno de los muros de la calle está todo grafiteado. Estamos sentandos en frente, sobre la vereda, tomango jugo de naranja y comiendo facturas. Los pequeños espacios grises son las pecas de la muralla, que resalta por los colores chillones a la luz de la hora mágica.
- Es la hora mágica.
- ¿Qué? – es mi respuesta.
- La hora mágica – y sonríe. La sonrisa es sincera y me gusta – ésta hora del día, - señala- mirá el cielo; me lo dijo Pemo una vez – sonríe - , La hora mágica
El sol baja y el cielo, lejos de apagarse, brilla como nunca. Las nubes rosas desfilan; fluyendo y despacio: cuatro hileras prolijas avanzan hacia un mismo lugar; y la mano, ahora, tiene cabeza. Le sonrío. Mi amigo mira y pregunta quién es.
- No sé, jajá, la saludé hace un rato cuando llegamos, y me devolvió el saludo, y me había olvidado que estaba ahí. - Mi amigo le hace un gesto como para que venga. La chica menea la cabeza negativamente y sonríe.
- dale –le dice gritando - ambas sonrisas hermosas conectan pero ella sigue negándose - ¡mirá qué cielo¡es la hora mágica!
- Tranqui, no grites - le digo, apoyando la mano en su hombro.
- Shhh, tranquilo – y mira mi mano.
señala las nubes rosadas. Hace exclamaciones. “¡Dale!” sigue gritando. Ella sonríe y desaparece.
Esperamos un rato y seguimos hablando de algo. Me dice:
- Tengo ganas de activar. De hacer algo productivo todo los días. Últimamente me cuesta irme a dormir, en realidad, no puedo dormir sin hacer algo. – sonríe, no sé por qué – me refiero, cualquier cosa productiva, en el día. Pero no puedo, me quedo, me estanco.
- No tenés por qué. – le digo - Podes jugar a un jueguito y ya. Olvidáte.
- Si, que se yo… es que después me voy a dormir y me aburro, me siento mal.
- Tranqui - SPLASH! La bomba explota.
Unas gotas nos alcanzan. Empezamos a gritar y a cubrirnos. Buscamos refugio pero no hay nada realmente al alcance. La calle desierta y gris al descubierto. Estamos vulnerables. Nuestras miradas buscan y mientras sirve gritar. Una cantidad enorme de bombas nos salpican sin dar ninguna en el blanco, que, evidentemente, somos nosotros. Mi amigo pide tregua. Sacude la mano como si tuviera un pañuelo blanco. Es difícil y peligroso mirar hacia el cuarto piso. Sabemos que viene de ahí. Lo termino de confirmar al escuchar la risa femenina que se divierte muchísimo. Los colorinches de goma bambolean por el aire y explotan en el cemento, dejándolo más oscuro. Nos salpica algo más viscoso que el agua. Y es casi blanco. No creo que sea leche, es más espeso. Pero no hay demasiado tiempo ni espacio para pensar o comprobar. Seguimos gritando y moviéndonos aleatoriamente, sin escapar. Solo pidiendo a gritos que pare. La bomba le da en la cabeza, ahora es blanca, él está llegando al suelo; por suerte lo amortigua la reacción del cuerpo. El ataque finaliza. Ella grita algo que no entiendo. Lo viscoso me parece saber qué es. No sale fácilmente, será terrible lavarse con agua. Ella aparece demasiado rápido, se acerca corriendo. Sus tetas rebotan y se agrandan. De repente nos lame la cara. Como el saludo, pero lamiendo. Es decir, la vi de lejos y de repente más cerca, y de repente me lame el cachete, y dice hola, y mientras sigue moviéndose y ya con mi amigo en el suelo, se agacha y lo lame, el cachete también, y le pregunta cómo está. Ella en bikini y en short de jean. Es el sol de la hora mágica podríamos metaforizar. Porque es lo que más brilla. Nosotros estamos pringosos y opacos, llenos de algo blanco por el cuerpo. Yo por suerte solo un poco bastante salpicado. Mi amigo todavía en el suelo. Ella lo mira a él. Que despatarrado y sonriente la mira. Nos dice que subamos, que en su casa no hay nadie. Que podemos limpiarnos y tomar café con leche. Aceptamos y vamos.
Ella se mueve corriendo y bailando. Se da vuelta y nos dice que nos apuremos. Nosotros nos miramos y hacemos gestos que significan que no entendemos mucho de lo que está pasando. Ella es gorda y parece suave. Todo su cuerpo rebota como flan. No entra en el prototipo. Nadie que me guste entra en el prototipo. Él tampoco. Ella tiene una gracia hermosa. Rebota y baila. Vamos subiendo las escaleras hacia su hogar. Ella nos dice que nos apuremos y corre y salta y rebota. Se apoya en las paredes y da con todo su cadera un pequeño empujón en la pared, y llega al otro lado, con esa misma inercia. Hace lo mismo con la baranda. Zigzag. Parece peligroso, pero ella sonríe y nos apura. Zigzag rebotín (sonido a resorte que se esfuma por todo lo alto del edificio) Mi amigo va segundo y le dice “bancá” sonríe e intenta lo mismo. Pero es flaco y huesudo, y las paredes más bien parecen querer absorberlo. Yo los dejo tomar la delantera. Los voy perdiendo de vista. Estoy un poco cansado y deprimido de repente. Cuando llego los encuentro mirándose y sonriendo. Ella abre la puerta y se nos viene encima una impresionante luz marrón. que ocurre por el suelo de madera lustrado, supongo, y debe haber un ventanal enorme, porque la luz entra rebota y refleja, para todos lados. Haciendo rosas las paredes del pasillo; y a ella, entonces (brillante); que se da vuelta. (microsegundo celestial en cámara lenta: Sonriendo más que nunca. La luz rosa reflejada en sus dientes blancos, nosotros casi casi encandilados. Su cuerpo enorme y con textura de flan) Se tira, de panza. Resbala como lo hacen los futbolistas cuando festejan un gol. Boca abajo, y, en cuestión de segundos, llega a la cocina. Nosotros vamos caminando y siguiendo la huella enorme y ancha que nos conduce. Llegamos. Ella nos sonríe, y dice lentamente:
- Pueden sacarse la ropa si quieren. La pongo a secar y yo también me desnudo, si quieren
Me da vergüenza pero me gustaría, no sé qué responder. Mi amigo dice “dale” pero se queda quieto. Me miran a mí, sonrió, digo que me da vergüenza.
Ella se saca la remera. Su cuerpo no termina de caer nunca. Parece muy suave y caliente. Me gustaría apoyar la mejilla contra su panza. Mi amigo se saca la remera. Tiene pelos en los pezones nada más. Ella me mira pero me entiende y se da vuelta. Mi amigo se saca el pantalón y pregunta dónde puede dejarlo, dónde se puede secar más rápido. Ella dice que lo deje ahí nomás, que ahora lo acomoda. Se pone a hacer café con leche. Sus tetas enormes bambolean al mínimo movimiento. Mi amigo pregunta si puede poner música. Yo estoy paralizado, mi ropa pesa y es asquerosa. Le digo que con leche si no es molestia y dos de azúcar. Ella sonríe y dice que lo toma igual. Me dice que ahora se va a fijar si queda ropa de hombre porque su viejo ya no vive más en ese departamento. Suena la música, es Bowie. Ella grita. Él aparece y dice que le encanta ese disco. Ella vuelve a gritar, algo parecido a esto: IIUUJU.
- Sacáte los calzoncillos también – le dice.
Ella se saca todo. Y camina y baila. Rebota su cuerpo, su piel colgante baila también. Las nubes rosas la están mirando. Él se saca los calzoncillos y se sienta. Le pregunta por algo de comer, “tostadas o algo así”. Ella no contesta, sigue bailando. Solo sonríe.
Yo estoy paralizado.
Las tostadas se desarman porque la manteca está muy dura, pego un resoplido. Ellos me miran y sonríen, al mismo tiempo. La mermelada de frutilla es muy gelatinosa para mi gusto, así que solo la miro y la vuelvo a cerrar. Ellos me siguen mirando, al mismo tiempo, y sonríen. Les pregunto qué les pasa. No puedo concentrarme en sus rostros. Ellos cantan la canción que suena. El café debo decir que está muy bien. Termino tomando más, pero la leche ya está fría y tengo que volver a calentarla. Ahora ellos de pie, están bailando y yo debo dejar de mirarlos. Apunto mi visión hacia el enorme ventanal. La leche se calienta y el sol, está totalmente muerto. Nadie quiere llorar, nadie quiere aceptarlo. La última luz insignificante solo deja ver un poco más el polvo, los mosquitos a contraluz y lo más blanco; que sabe que nunca lo van a volver a querer demasiado. Ellos dejaron de bailar, me doy cuenta porque no se escuchan sus pies. Me doy vuelta. Ellos miran lo que yo miro. Y sonríen. Pregunto qué carajo pasa. Parece todo una puta telenovela. Quiero que me dejen en paz.

Ella tiene una serpiente y un gato negro. Después de un rato largo escuchamos su nombre y le decimos el nuestro. Nos asustamos:
Nos estaba mostrando su cuarto, haciendo una especie de presentación. Señalando tal poster y diciendo que ya no le gusta tanto Alice Cooper, pero que de pendeja sí, y demás. Mi amigo le pregunta el nombre y cuando ella lo dice abrimos la boca y nuestros ojos se inflan; nos miramos y confirmamos con la mirada. Si era o no era. Ella interrumpe y pregunta cuál es el nuestro. Como si nada.
Se lo decimos:
Nos sentamos, nos dice que esperemos, se da vuelta, nos miramos, sabemos que nos tenemos que ir. Cristina se da vuelta: Una serpiente aparece y desaparece de su cuerpo. Se hunde en la piel flan y juega. Asoma la cabeza de repente, saca la lengua, de la forma característica, me mira. Pienso que la está pasando bien, que lo goza. Quiero apoyar mi mejilla en aquella piel flan. Lo necesito. Pienso en la mermelada de frutilla. Ella me dice que lo haga.
- ¿Qué? – le pregunto sorprendido.
- Apoyame, chupame. Flancito … Shimy...SHHHHHHHHIMY
- Aaaaaahhhh – exclama mi amigo, de esa forma estirada y aguda, como un deforme sonido a puerta que se abre o cierra.
Ella muere de risa. La serpiente aparece y saca la lengua.
- No gracias - le digo.
Ella hace movimientos bruscos: salta sentada y mueve su cuello, su cabeza. La serpiente rodea su cuerpo, se mueve, aparece, desaparece. Se incrusta. Oleajes de piel en estampida. Los ojos de mi amigo se agrandan, su boca abierta, como si viera a un hombre mono en una fiesta cheta. Yo quiero morir ahora. Le escupo. Ella sonríe y pide más. Más. Él salta. Fuerte. Alto. El flan se come a la serpiente. Ella se infla. Más. Miro por la ventana, aparece la noche. Yo la conozco. Es lo que pensaba. Es lo que se dice de ella. Y mi nadie puede realmente decirme quien soy…

Texto agregado el 10-04-2014, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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