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La hora de la partida había llegado: por fin descansaría de este constante malestar de vivir. No podía haberse equivocado, pensó, con la soberbia que lo caracterizaba; ése era el final.
Entonces se halló nuevamente despierto en un lugar que le era indiferente, hasta llegó a pensar que su cuerpo se había vuelto inerte... ¿o lo era su entorno? Sintió una liviandad que le era desconocida, como si las distancias se hubiesen suprimido y el tiempo careciese ya de importancia. Sí, los habitantes de ese lugar no se desplazaban: volaban, habían dejado de ser hombres para convertirse en desalmadas aves, pues algo terrible los había despojado de su humanidad.

Aunque uno podría llegarse a engañar en esas condiciones, creyéndose poseedor de una libertad infinita, la realidad era que el elegir entre una posibilidad u otra había perdido por completo su sentido; ya que tomándose el camino que se tomase se llegaría al mismo punto: el punto de partida. De modo que las bases que condicionan lo que comúnmente llamamos libre albedrío, se veían corrompidas desde su raíz. La libertad era un lujo que exigía mortalidad a sus prestatarios y la muerte un asilo para los que no buscaban porque ya habían encontrado.

Contrariamente a lo que se suele pensar, en el Paraíso sí existe la gravedad. Lo que sucede es que uno tiene la sensación de estar parado encima de nubes que se deforman pero no mojan, lo cual resulta demasiado extraño; por lo que generalmente se opta por flotar, por lo menos hasta poder olvidar la seguridad que transmite el hecho de pisar tierra firme. Pero entre mayor era su empeño por enterrar los recuerdos que le había dejado su hermoso Planeta Tierra, más reales volvían a sus pensamientos sus mundanas vivencias: pues sucede que invocándolo el olvido nos huye y olvidándolo nos encuentra.

A lo lejos, como una aparición espectral, vislumbro una etérea figura que le resultaba familiar: sí, era ella, su amada Olivia. A medida que se acercaba, iba distinguiendo cada detalle de su rostro, con amarga desilusión, al comprobar que ella ya no era ella. Su rostro era inmaculado, carecía de imperfecciones. No pudo sostener su mano, ya que al intentarlo su tacto traspasó a través de ella sin percibir sensación alguna. Al notar su presencia, la ahora hermosa Olivia le dijo, con notable desazón: “La Tierra se hizo Cielo, y el Cielo no es más que un desierto de marchitas estrellas. Sí, el Infierno de la Vida Eterna, contra todo pronóstico, resultó ser real”. Había sequedad en su voz, y sus ojos reflejaban la desesperanza de saber que cualquier cosa que se hiciera por amor ya no tendría valor alguno.

El médico ingresó a la sala y chequeó el estado general de salud de aquel pobre hombre: el diagnóstico no era alentador, pero en su interior comenzaba a reinar la creciente tranquilidad de saber que sus actos aún tenían el sentido que les daba ser efímeros.

Texto agregado el 09-04-2014, y leído por 72 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-04-2014 Estos cuentos reflexivos o de temas tan sombrios realmente, si le soy sincera, no son de mi gusto. Mas sin embargo le dejo mis cinco estrellas por la descrpcion que hace de la reversion del Cielo y el Infierno. Me parecion muy original. mipropiotu
 
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